TWENTY-EIGHT

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NO ME GUSTAN LAS MENTIRAS, al igual que a todo el mundo, pero lo mío era especial. Siendo la clase de persona que puede cortar una relación de cualquier tipo de un día para otro una mentira significaba algo más grande que lo que la gente pensaba.

Abrí los ojos de par en par ante la inmensa oscuridad de la noche, me había despertado de la nada, di media vuelta en la cama dispuesta a abrazar a Mihail cuando ví su lado vacío, algo dentro de mí se revolvió como premonitorio. Levanté la cabeza algo desorientada, escuchaba voces en la planta baja, estuve tentada en volver a enterrar el rostro entre las almohadas con su perfume, pero no lo hice, estiré la mano hacia la mesita de luz y la palpé para encontrar mi teléfono.

Lo prendí, eran casi las seis de la mañana, suspiré con pesadez antes de levantarme del colchón. Mierdón, quien se encontraba durmiendo a mis pies, alzó la cabecita algo confuso pero se volvió a acomodar suspirando ruidosamente.
Tomé la parte de abajo de mi ropa interior y me la puse antes de agarrar unos shorts y su camiseta.

Caminé por el primer piso con el corazón palpitante, sentía que se me iba a salir del pecho, algo estaba mal y no sabía qué. Bajé lentamente por las escaleras con el teléfono en mano, mientras iba caminando la conversación que se estaba dando en la puerta se hizo cada vez más clara, el aire estaba tenso.
Para cuando llegué al último escalón pude escuchar claramente los dueños de las voces, Andrea lloraba histérica mientras Mihail le pedía por favor que se calle porque iba a despertarme.

Fruncí el ceño y paré de golpe, cuando hace  dos segundos estuve a punto de salir a saludarla, decidí que no era lo que me convenía y afiné el oído intentando decidir si la conversación me incumbía.

— Tienes que dejar que le diga.— Su llanto era errático como los latidos de mi corazón, me llevé una mano al estómago como si eso calmara el agujero negro que se estaba creando en él.— Llevo semanas así, no puedo ni verla a los ojos, te lo suplico.— No sabía cómo reaccionar pero escucharla tan desesperada me partía el alma.

— No puedes.— La voz del búlgaro salió dura, seca, me impactó, jamás lo había escuchado así.— No ahora, no cuando al fin la tengo conmigo.— Mi mente ató cabos sueltos sin embargo me faltaban piezas en el rompecabezas.

— No lo entiendes.— Sorbió mocos.— La culpa está matándome.— Comenzó a llorar más fuerte aún, arrastraba levemente las palabras, iba borracha.— Han pasado años pero no he podido decirle, fue un solo beso...— El aire que ella intentaba recuperar en esa pausa fue el aire que se me atoró a mi en el pecho, me quedé inmóvil sin saber a dónde mirar.— Por qué un maldito beso es tan complicado, ni si quiera siento...—

— Cállate Andrea, la vas a despertar.— Pero yo ya estaba bien despierta.

Dejé caer mi peso sobre mis pies en el primer escalón, pude ver el panorama, Andrea lloraba frente a el con ambas manos en su propio pecho, como si le doliera, Mihail se cubría la cara con una mano, el otro brazo lo traía en jarra, ambos me miraron pálidos como la nieve.

REFLECTIONS | Misho AmoliWhere stories live. Discover now