Capítulo 38: Perfección

1.2K 140 10
                                    

—Toda la mañana he recibido llamadas de diferentes directores de empresas felicitando por lo que hicieron en la conferencia, por la seguridad que demostraba Diego al hablar de nuestro trabajo y por la forma en que tú —me apunta— contestabas todo tipo de preguntas aun sin trabajar en realidad en esto. También han salido en el diario de hoy y han llamado de una revista que los quiere de portada.

—¿Qué? —preguntamos al mismo tiempo confundidos.

—Bueno, estaba lleno de periodistas la cena, les llamó la atención lo jóvenes que eran y lo bien que parecían llevar todo. Dicen que formaban una pareja increíble y les encantaría conseguir una entrevista.

—Supongo que hay un error, ¿saben que yo no tengo nada que ver con esto?

—Elizabeth, es una revista que mezcla de todo, no solo negocios, les preguntarán por la empresa, claro. Pero aparte un poco de su vida personal, a ti en especial por haber sido la representante de los Grayson en La Serena.

—No lo puedo creer.

—La respuesta está en ustedes, aún no se ha tomado una decisión pero esto es un gran paso para la empresa y para ustedes.

—Sabes que me preguntarán por mi hija, ¿no? —pregunto después de un rato—. El titulo sería algo como: «Elizabeth Grayson, madre adolescente y soltera, junto con Diego Gassmann, el exitoso abogado ». ¿O debo ocultar eso?

—No debes ocultar nada, puedes decirles lo que quieras.

—No lo sé, que decida Diego. Eso le sirve más a su carrera que a la mía pero si quiere hacerlo, yo también lo haré.

—¿Puedo pensármelo por hoy? —pregunta Diego.

—Claro, solo espero tener la respuesta pronto.

Mi padre comienza a hablar de otro tema que yo no entiendo, y no sé por qué aún no me ha pedido que me vaya. Mi mente no deja de pensar en lo de la revista. ¿Es en serio? ¿Yo en una revista? Ni siquiera hice nada, Diego hizo todo. Mi vida quedaría un poco expuesta, aunque a lo mejor no sea para tanto, nadie lee las revistas de negocios, ¿verdad?

Cuando salgo de la oficina de papá me dirijo casi corriendo a seguir con mi trabajo, no quiero darle la oportunidad a Diego para que se interponga en mi camino porque sé que si lo hace no lo podré apartar. El resto de mañana pasa más lento que de costumbre y cuando mi reloj marca la una de la tarde soy feliz de poder retirarme, hoy fue un día demasiado inútil, no avancé en nada. Hubiese dado igual que me hubiese quedado en casa durmiendo.

Bajo al estacionamiento y veo a Diego subiendo a su auto. Sé que no debería acercarme pero necesito saber qué hará con respecto a lo de la revista. Ya, es solo una excusa, lo sé, pero dejen que me mienta a mí misma.

Me subo en el asiento del copiloto sin darle tiempo de reaccionar y me mira sorprendido pero con una sonrisa. No sonrías, maldito, no sonrías.

—¿Decidiste algo?

—¿Algo de qué?

—¿Qué haremos?

—Bueno, por el momento solo tengo una cosa en mente —está mirando mis labios. Concéntrate en otra cosa, concéntrate.

—Estoy hablando en serio.

—Yo también.

Toma mi cara con delicadeza y comienza a recorrerla con sus dedos como si quisiera recordar cada detalle de ella, cierro los ojos porque sé que si lo miro mi cabeza será un desastre, no podré pensar con seriedad.

Siento que posa sus labios en los míos con suavidad, sigo sin abrir los ojos, total mi mente ya hizo corto circuito y no hay nada que pueda hacer. Me acerca más a él y rodeo su cuello con mis brazos.

—Nos pueden ver —susurro mientras me aparto pero él no me escucha y me impide volver a hablar, besándome otra vez.

—A esta hora no queda casi nadie por aquí.

¿Por qué tienes tan poca fuerza de voluntad, Elizabeth?

No sé en qué momento pasó, pero lo estoy besando de nuevo sentada en su regazo sin importarme nada. Perdida en sus labios, con una mano enredada en su cabello y la otra recorriendo su pecho, sus clavículas, antes de depositar pequeños besos en esos lugares. Arqueo un poco la espalda cuando me besa el cuello y me quedo así disfrutando del momento. Dicen que las cosas prohibidas son las mejores y he comprobado antes y ahora que es verdad.

—¿Qué opinas tú de la entrevista? —pregunta separándose un segundo y luego volviendo a besarme.

—Sinceramente me da igual, no me ayuda ni me afecta en nada. Mi vida seguirá siendo igual, la tuya sí que podría cambiar.

—No quiero tomar una decisión solo pensando en mí, sería muy egoísta —cierra una de sus manos alrededor de uno de mis pechos—. Por eso quiero saber qué opinas, si me dices que no, ya está no lo hacemos.

—¿Sabes qué opino? —niega con la cabeza—. Opino que deberías dejar de pensar un momento en el resto y pensar más en ti, dime, ¿a cuántas cosas has renunciado por alguien más sin importarte lo que pase contigo? ¿Por mi hermano, por tus padres, por Catalina y tal vez hasta por mí? Es tu vida Diego, tú eres el que decide hasta dónde quieres llegar, nadie más, solo tú. Aprovecha las oportunidades que se te presentan, ¿qué importa el resto?

—Creo que si he aprovechado las oportunidades que se me presentan.

Tira nuevamente de mí para que lo bese pero me pongo seria y no cedo ante sus encantos. Creo que merezco un premio.

—Estoy hablando en serio, Diego.

—Ya sé —suspira—. Es solo que a veces es más fácil hacer feliz al resto.

—Eso no es verdad, mantener a todos felices es imposible. ¿Por qué crees que dejé de intentar ser perfecta? Porque me terminé enfermando por querer que el resto me aceptara, porque parecía que todo el mundo era feliz mientras yo moría por dentro hasta que me aburrí, no necesito ser perfecta para ser buena en algo, lo único que me importa ahora es estar bien conmigo misma porque sé que así mi hija también estará bien y a la mierda el resto.

—Esto se parece mucho a una conversación que tuvimos hace varios años.

—Sí, ¿quién iba a pensar que esta vez sería yo la que te estuviera diciendo estás cosas?

—Es porque has crecido, has aprendido de lo que viviste —se acerca tanto a mí que si me muevo levemente nuestros labios vuelven a unirse—. Has cambiado tanto, pero de una manera increíble.

—Tú también has cambiado, sigues siendo un poco inmaduro, pero no serías Diego Gassmann si no lo fueras —le doy un beso corto e intento abrir la puerta—. Ahora, le dirás a papá que si quieres la entrevista y yo me iré a casa. Adiós.

—¿Qué? —toma mi mano cuando abro la puerta en intento salir, impidiéndomelo.

—Ya no tengo quince años, Diego —le doy una palmaditas en el hombro—. No lo voy a hacer en un auto.

Niega con la cabeza pero con una sonrisa en el rostro, tiene las pupilas muy dilatadas y supongo que yo estoy igual. Mi corazón palpita a mil por hora y siento los latidos tan fuertes que solo deseo que él no los escuche.

Le doy una última sonrisa y salgo del auto con un poco de dificultad ya que mi pierna está enredada con algo. Cierro la puerta y me doy la vuelta pero el no tarda en bajar la ventana.

—¡Effie! —dice y yo me doy la vuelta creyendo que tal vez olvidé algo, pero no. Solo muestra su sonrisa y dice—: Para mí siempre has sido perfecta.

Hace partir el auto y desaparece mientras yo me quedo paralizada en mi sitio, repitiendo una y otra vez esas últimas seis palabras en mi mente. No las inventé, él las acaba de decir y logra que me derrita completamente. 

Cartas a BenjamínWhere stories live. Discover now