Capítulo 73: Nuevos peligros

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En el taxi, nadie dice nada, ni siquiera el mismo taxista se atreve a preguntarnos cómo nos va al ver mi cara de funeral. Supongo que piensa que si abre la boca, de mis ojos saldrán rayos láser y lo mataré, porque el resto de los taxistas que nos han llevado siempre son muy simpáticos y conversadores.

Diego va entreteniendo a Cassia que sigue un poco inquieta por el encuentro aunque no entienda nada, me siento terrible porque soy yo la que debería estar consolándola pero es que no puedo. ¿Cómo intentar calmar a mi hija cuando no puedo ni tranquilizarme a mí misma? Me tiemblan las manos, quiero bajarme del auto y correr hasta que las piernas no me den más, hasta que duelan, quiero dejar todo esto atrás.

Apenas se detiene el auto, yo bajo y subo corriendo al hotel sin pararme a esperar a nadie. Al llegar a la habitación comienzo a buscar cosas como loca, Diego llega justo cuando estoy sacando mi ropa del armario para meterla en la maleta. Estoy desquiciada y soy consciente de eso pero necesito salir de aquí.

—¿Quieres tranquilizarte? —pregunta Diego, dejando a Cassia, que durante el camino finalmente se durmió, sobre la cama—. ¿Qué estás haciendo?

—Las maletas, tenemos que irnos, hoy mismo.

—Elizabeth...

—Sácame de aquí, Diego, por favor, sácame de aquí ahora.

Rompo a llorar en sus brazos, mientras él me acaricia el cabello. Mis sollozos apenas me dejan respirar con normalidad y Diego hace lo posible por evitarme una crisis de pánico. Me pide que respire, que escuche su respiración y la imite, pero nada de eso hace efecto; la sensación de ahogo sigue ahí.

Luego de lo que son unos cinco minutos eternos de desesperación en el suelo y con mi novio todavía rodeándome con sus brazos, vuelvo a sentir el aire en mis pulmones pero las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas, está vez silenciosas.

—Effie, mírame —toma mi cara con amabilidad y poso mis ojos llorosos en los suyos, perfectos—. Sé que esto es... extraño, ¿qué digo extraño? Es desconcertante e inexplicable, pero no sacamos nada con volvernos locos. No me imagino el dolor que debes sentir, que te sientas traicionada pero no podemos dejar que esto nos haga perder la cabeza.

—Está vivo. Está vivo —me intento separar de él pero no me lo permite, me afirma más fuerte—. No puedo dejar que vea a Cassia otra vez, se va a dar cuenta.

—Vamos a tranquilizarnos primero, ¿sí? Tenemos puntos a favor, él no sabe en donde nos estamos hospedando, no sabe que Cassia es su hija y después de vernos juntos a los tres, dudo que tenga el valor de aparecerse. Además, nuestro vuelo sale mañana al medio día, no sacamos nada con adelantarlo para hoy. Tal vez ni siquiera hayan vuelos a esta hora.

—En su carta... en su carta de suicidio me dio a entender que lo estaba haciendo por mí, porque lo dejé. Estuve más de un año sintiéndome como una mierda, culpable por ocultarle lo de Cassia y al final el imbécil estaba más vivo que todos nosotros —vuelvo a sollozar, siento una opresión en el pecho indescriptible. Si no estuviese en esta sensación, pensaría que me está dando un infarto agudo al miocardio—. ¿Por qué hizo eso?

—Porque es un hijo de puta, por eso —responde tajante, sé que nunca ha sido su admirador pero después de esto puedo apostar que lo único que desea es partirle la cara.

—Soy tan estúpida.

—No, no eres estúpida. Eres la mejor mujer que he conocido en toda mi maldita vida, la más fuerte y la más valiente. Agradezco cada día por tenerte a mi lado y ese tipo es un idiota por dejarte ir en primer lugar y por toda la mierda que ha hecho después pero a pesar de que me gustaría golpearlo hasta dejarlo inconsciente por hacerte sufrir de esta manera, en parte le doy las gracias por haber sido tan estúpido, porque si no lo hubiese sido, no hubiese ganado a dos de las dos mujeres más importantes de mi vida. Puede que suene egoísta, pero es la verdad.

Cartas a BenjamínWhere stories live. Discover now