Capítulo 80: Amistades extrañas

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La guardería de Cassia queda aproximadamente a unos veinte minutos caminando de la clínica en la que estoy haciendo mi práctica, por lo que a las cuatro y media, cuando la profesora me deja salir treinta minutos antes, me cambio de ropa a la velocidad de la luz, salgo corriendo y hago el camino en catorce minutos exactos.

Como el segundo horario de visitas comienza a las cinco y termina a las ocho, no me apresuro demasiado en la vuelta cuando con Cassia en mis brazos, voy escuchando lo que me cuenta de su día, las cosas que hizo y los nuevos amigos que hizo porque sí, a diferencia de su madre, mi hija es una niña muy sociable y todos los días hace nuevos amigos.

—Tengo hambre, mami.

Lo sé, siempre tienes hambre —le doy un beso en la nariz y ella la arruga de una forma que me derrite cada vez que lo hace—. En la clínica tengo algo para ti.

Eso basta para que sonría y vuelva a hablar de su día, repitiendo algunas partes y agregando unas nuevas hasta que llegamos a la clínica. Me dirijo al lugar en que guardamos nuestras cosas y me encuentro con mis compañeros cambiándose de ropa, ellos no tienen el «privilegio» de poder salir antes como sé que lo llaman aunque no se hacen una idea de lo mucho que desearía salir dos horas más tardes del horario establecido si Diego estuviera esperándome tranquilamente en casa.

—Hola, preciosa.

Renata se acerca a mi hija y le da un beso en la frente con cariño, es la única compañera que ha compartido más tiempo conmigo y Cassia pero aún así, todavía no puedo llamarla amiga. No bromeaba hace unos momentos cuando dije que mi hija era más sociable que yo a su corta edad, me cuesta mucho hacer amigos.

—¿La llevarás a ver a Diego? —pregunta y yo asiento mientras saco mi bolso del casillero para buscar las galletas pequeñas que le compré a mi hija, sé que no es lo ideal para su alimentación pero dadas las circunstancias no da para más. Además, no es que se repita todos los días. La verdad es que soy bastante bruja con respecto a las comidas con ella y por eso sus ojitos brillan al ver el envoltorio naranjo—. ¿Cómo está?

—Dicen que está mejorando, le quitarán el ventilador así que supongo que esa es una buena noticia —Cassia me ofrece una galleta y aunque la rechazo, cuando abro la boca para decir algo, ella inserta una—. ¿Por qué no le ofreces uno a la tía Nat?

—Gracias, preciosa —Cassia estira el paquete hacia Renata y ella encantada le acepta mientras se ríe de mí. Luego de un segundo, se pone seria y sé que vuelve al tema anterior—. Eso es genial, ya verás que pronto todo estará bien.

—Gracias. Iremos a verlo ahora, nos vemos mañana.

Me despido de un beso en la mejilla de ella y con un saludo general al resto antes de salir de la sala. Sí, definitivamente creo que debería esforzarme un poco más y considerarla mi amiga, después de todo, hacemos todos los trabajos desde que estamos en primero y es la única que sé que se preocupa de verdad por mí. Tal vez, cuando todo esto pase, la invite a comer algo o a emborracharse, dicen que eso afianza la amistad de una vez por todas.

Le hago una seña con la mano a modo de despedida a mi profesora que está a unos metros de mí hablando con un médico y ella me la responde antes de dirigirme a la planta de cuidados intensivos, esta vez con Cassia tomada de mi mano y caminando a mi lado.

Jeannette está sentada en la estación de enfermería hablando por el teléfono del servicio algo que parece importante cuando entramos, así que solo nos hace una seña con la mano que indica que podemos pasar a la sala sin problemas.

—¡Mira a quién te he traído! —saludo, utilizando mi faceta animosa y levanto a mi hija para acercarla a él—. Vamos, princesa, dale un beso.

Cartas a BenjamínOnde as histórias ganham vida. Descobre agora