Capítulo 61: Pequeño colapso

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Salgo corriendo de la universidad para alcanzar a ir a buscar a Cassia a su guardería e irla a dejar a casa de mi abuela, pasar un poco de tiempo con ella y luego ir al nuevo trabajo que me conseguí hace un par de semanas. Mi horario se descuadró al salir veinte minutos más tarde de mi última clase, lo que disminuye el tiempo que paso con mi hija. Todo es un poco más complicado desde que Diego volvió a Viña tres semanas atrás mientras intenta conseguir trabajo, se acabó el sueño y nuevamente estoy en mi rutina de los últimos dos años.

Trabajo de mesera en un restaurant durante cinco o seis horas, dependiendo de la cantidad de personas que vayan que siempre suelen ser muchas. Con la universidad, el trabajo y mi hija me faltan horas del día para poder hacer todo lo que necesito, pero al menos me las estoy arreglando. Por primera vez, agradezco las noches de insomnio que me provocan los antidepresivos porque así puedo utilizarlas para estudiar lo que no pude hacer en el día.

Diego no ha podido encontrar trabajo allá, todos le preguntan por qué lo despidieron de su antiguo trabajo y al responder que es personal, solo le dicen que lo llamarán pero nunca lo hacen. Mi padre tiene demasiada influencia en esa ciudad, por lo que no me sorprendería que tuviera algo que ver en la mala suerte que ha tenido mi novio porque hasta algunos que le habían ofrecido un trabajo mejor antes, ahora le daban la espalda. Aun así, él no ha perdido la esperanza y sigue yendo a cada entrevista que se le presente, no está preocupado porque hasta el momento tiene con qué mantenerse. Esa es la razón por la que no ha querido aceptar los dos puestos que le han ofrecido aquí en Santiago, por más que quiere venirse a vivir aquí, no quiere dejar a su mamá sobretodo después de que el médico les aconsejó que pasaran el mayor tiempo posible con ella porque el tratamiento no dio resultados y se les acababan las opciones.

—Me muero de pena cada vez que la dejo —tengo a Diego en altavoz mientras me cambio a la ropa que tengo que usar para el trabajo en una especie de camarín que hay en el restaurant—. Me mira con esos ojitos como diciéndome que le mentí al irla a buscar y luego dejarla otra vez. Como en su primer día en la guardería.

—A los niños les cuesta adaptarse a estos cambios, con el tiempo creo que será un poco más fácil.

—¿Qué pasa si se le olvida que soy su mamá? No me ve más de tres horas al día, cuando la voy a buscar del trabajo ya está dormida.

—¿Y buscar un trabajo que te quite menos tiempo no es una opción?

—Es difícil encontrar trabajo sin un título universitario, supongo que no me queda de otra.

—Bueno, tampoco es fácil con un título a veces.

—¿Cómo te fue en tu entrevista de hoy?

—Igual que en todas. No sé para qué me esforcé tanto en ser uno de los mejores de mi generación, en hacer mi trabajo lo mejor que pude si a la hora de buscar trabajo todos olvidan eso por unos rumores de mierda.

—Lo siento —no puedo evitar sentirme culpable por eso, si yo no hubiese aparecido o si al menos hubiese tenido más cuidado con dejar mi teléfono cerca de mi papá, él seguiría conservando el trabajo que lo hacía feliz.

—No es tu culpa, ya te dije que habría dejado mil trabajos por ti. Solo estoy enojado con el sistema.

—¿Está buena la charla, Grayson? —pregunta mi jefe con voz irónica—. Será mejor que le cortes al señor «odio el sistema» y te pongas a trabajar porque tu turno acaba de empezar. Si no sales en un minutos me veré obligado a descontarte la primera hora.

—Ya voy —saco a mi novio del altavoz y me acerco el teléfono a la oreja—. Tengo que irme, ya lo escuchaste.

—No pueden descontarte por eso, estoy empezando a pensar que tu trabajo es abusivo.

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora