Capítulo 48: Día de los enamorados

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Ya para el catorce de febrero me había comido todos los helados de la casa y había tenido que ir a comprar más. Es a lo único que salgo, es deprimente. Lo sé, patética. ¡Qué maravilloso día de los enamorados estoy viviendo! Así como voy terminaré, sola, obesa y con la piel hecha un desastre.

Ahora mismo estoy en el sillón, llorando y obviamente, comiendo helado sola.

Mis papás y mi hermana están en la iglesia, mi mamá no quería ir pero la convencí ya que si se negaba papá iba a comenzar a preguntar cosas que yo no quiero responder. Suficiente fue con la mirada que me dio cuando dije que no iría ni loca, él no entiende que estoy deprimida, sé que me quiere pero para él son cosas que hago para llamar la atención; para él yo nunca tuve depresión y vive feliz en su negación.

Rosie se quería quedar conmigo pero la tuve que obligar a ir ya que sé que ama las bodas y estuvo buscando un vestido para esta durante semanas, se justifica con que no sabía lo que yo sentía por el novio pero yo no estoy molesta por eso. Además, sería demasiado egoísta de mi parte pedirle que no fuera. De vez en cuando, me envía mensajes informándome todo lo que está pasando ahí. Como soy masoquista le pedí que lo hiciera. Patética al cuadrado.

«Mi teléfono se está quedando sin batería, se apagará en cualquier momento. Diego está en el altar y la bruja acaba de llegar, está entrando»

Mi corazón se encoge pero no puedo evitar preguntarle:

«¿Se ve muy linda?»

«Tú te verías mejor»

Las lágrimas comienzan a caer nuevamente al leer eso.

«Ya basta, Rosie. Eso no va a pasar nunca»

No responde en un buen rato y yo voy a buscar más helado a la cocina, cuando vuelvo la pantalla de mi celular se ilumina nuevamente y sin muchas ganas lo tomo.

«¡No vas a creer lo que acaba de hacer Diego!»

«¡¿Qué?! No, sabes qué, no me interesa»

Rosie no responde nada lo que me comienza a poner más nerviosa y le envío mil mensajes sin obtener respuesta. Su teléfono debe haber terminado de morir en el momento en que más lo necesito, la incertidumbre me está matando.

Cuando me termino el helado y sé que no queda más, me levanto para ir voy a ver a mi hija que está durmiendo, tengo ese aparato para escuchar lo que pasa en su habitación mientras estoy en cualquier otro lugar pero aun así, me gusta asegurarme. Al ver que sigue dormida, me acuesto a su lado y acaricio su cabello, sigo llorando como una idiota, de repente me ahogo con mi propia respiración.

—Tan estúpida que sea tu mamá, ¿no? —hablo como si me estuviera escuchando—. Dos veces enamorada del mismo y las dos veces la eligió a ella, supongo que alguna vez tenía que aprender.

El timbre suena y decido ignorarlo, con la cara que debo tener, no estoy en condiciones de recibir a nadie, ni tampoco quiero hacerlo pero siguen tocando y no quiero que Cassia se despierte, así que me pongo mis pantuflas de conejitos —muy maduro, sí, lo sé— y bajo la escalera.

Al abrir la puerta y verlo me quedo paralizada, no sé qué pensar. No sé si sentirme avergonzada porque está viendo cómo me dejó o feliz porque está aquí y no en la iglesia.

—Buena elección —dice con una sonrisa mirando mis pies y me sonrojo de la vergüenza.

—¿Qué haces aquí, Diego?

—Supe que había una princesa con pantuflas de conejo a la que tenía que rescatar del castillo.

—Estoy hablando en serio.

—No puedo casarme con ella —mis ojos se vuelven a llenar de lágrimas como han hecho en las últimas semanas y mi corazón se acelera—, no podría casarme nunca con nadie que no fuera tú.

—¿Qué significa eso? —intento mostrarme fría, no quiero ilusionarme de nuevo pero no lo consigo.

—Que te amo y eres la única mujer con la que quiero estar. No puedo perder otra vez la oportunidad de estar contigo, perdón por haberme demorado tanto en darme cuenta —me acerca más a él—. ¡Dios! No te imaginas cuánto te amo, Elizabeth Grayson.

Acorto la distancia pegando mis labios a los suyos sin darle tiempo de decir nada más mientras lo abrazo, casi desesperada. Deseaba tanto que dijera esas palabras que aún no me creo que sean reales.

—Podrías haber llegado un poco antes de que me acabara todos los helados que habían en el congelador —me río pero también comienzo a llorar. Soy tan extraña—. Me habría ahorrado varias calorías.

—Escápate conmigo.

—¿Qué? Estás loco, ¿a dónde iríamos? —pregunto aunque sé que es imposible, tengo responsabilidades que no puedo dejar.

—A donde quieras, ¿que te parece... —se queda pensando unos momentos—... Bahía inglesa? Nunca he ido, pero dicen que es muy lindo. Una semana, solo eso.

—No puedo irme una semana, tengo una hija, Diego.

—Que venga con nosotros —toma mi cara con ambas manos—. Effie, sé que parte de quererte es entender que tienes una hija y responsabilidades de madre, y así como te amo a ti, también amo a Cassia y a todo lo que provenga de ti. Tengo más que claro que no soy el padre y por más que quiera nunca lo seré, pero si me dejas estar en su vida puedo darle todo el amor que necesita y a ti también.

Todos mis miedos desaparecen, por lo general los hombres escapan de las mujeres con hijos, pero él me está diciendo que me quiere a pesar de todo, que se proyecta conmigo, que aparte de mí quiere hacer feliz también a mi hija y eso es más de lo que podría pedir. Más de lo que merezco.

—¿Cuándo nos vamos? —pregunto con mi decisión ya tomada.

—Así me gusta, hoy mismo antes de que me encuentre el padre de Catalina. Siempre le he tenido miedo.

—¿Así que nos escapamos como en los viejos tiempos?

—Exacto.

Me abalanzo otra vez sobre él sin poder evitarlo y lo beso.

—Yo también te amo, Diego.

***

Vamos en el auto camino a Santiago, eché un par de cosas en un bolso para mi hija y para mí, acomodamos la silla de Cassia en el auto de Diego y salimos como dos locos y una pequeña, aunque suene raro y precipitado, como una familia. Le dejé una nota a mi familia diciendo que volvería en una semana y que no se preocuparan, que tampoco contestaría el teléfono, mamá y Rosie deben imaginarse el resto. Sin nada seguro, voy en el computador buscando algún vuelo que nos lleve ya que es bastante lejos y también algún lugar para quedarnos, no hay que olvidarnos que es el día de los enamorados y todo debe estar lleno.

—¿Encontraste algo? —pregunta sin despegar la vista del camino, solo lo hace algunas veces para mirarme de reojo o mirar si Cassia sigue dormida por el espejo retrovisor.

—Para hoy no hay pasajes, solo mañana a las doce del día y bastante caros por no comprarlos con tiempo.

—La plata no importa ahora —me pasa su billetera para que saque una de sus tarjetas—, compra los pasajes y luego el hotel. Cuando lleguemos a Santiago vemos dónde pasamos la noche.

—¿Te olvidas que vivo en Santiago? Nos quedamos en mi departamento y mañana nos vamos. Debes ir a comprar ropa y traje de baño porque no tienes nada, el departamento está cerca del mall costanera center así que vamos a ir.

—Sí, capitán.

—Ahora buscaré un hotel.

—No te fijes en el precio, solo elige el mejor.

—Está bien, pero luego no te quejes de la cuenta de la tarjeta.

Me da un ligero apretón en la pierna que me provoca un pequeño escalofrío y seguimos el camino al ritmo de la música a un volumen bajo para no molestar a Cassia.

Es increíble cómo las cosas pueden cambiar tanto en un par de horas, hace una hora estaba llorando y pensando que era el día de los enamorados más triste que había pasado, y ahora me estoy escapando con el hombre que amo y mi hija para pasar la mejor semana de mi vida. 

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora