Capítulo 70: Perdonar

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No puedo creer que Diego nos llevará a Cancún, adoro ese lugar. Cuando tenía catorce años, fui con mi familia y quedé maravillada, recuerdo que hablaba casi todo el día de eso a mi novio, que era nada más y nada menos que... Diego. No puedo creer que todavía lo recuerde, a pesar de todo el tiempo que ha pasado, va a llevarme al lugar de mis sueños. Estoy tan feliz y tan agradecida que me olvido del desayuno y lo llevo hasta la habitación nuevamente para que terminemos lo que ni siquiera alcanzamos a comenzar la noche anterior. Dios, cómo lo extrañaba.

Nos quedamos una media hora más en la cama, intentando acompasar nuestras respiraciones y abrazándonos hasta que escucho por el monitor, ruidos en la habitación de Cassia. Al parecer hoy decidió despertar más tarde de lo normal, lo que fue una suerte ya que nos permitió tener un momento bastante íntimo.

Recojo el pijama que está en el suelo y le lanzo el suyo a Diego antes de ir a buscar a mi hija, la encuentro intentando alcanzar un juguete que está en su mesita de noche pero sin poder lograrlos así que me acerco con una sonrisa y lo tomo yo.

—¿Buscabas esto? —lo levanto y ella eleva sus bracitos para alcanzarlo.

—Sí.

—Primero un beso a mamá.

Me acerco y sus brazos rodean mi cuello así que la levanto de la cuna, su boca pequeña se acerca a mi mejilla y luego le entrego el juguete.

—Vamos a comer algo —la llevo todavía en mis brazos y descubro a Diego en la cocina calentando agua y haciendo tostadas.

—Todo se enfrío así que lo estoy haciendo de nuevo —explica y me acerco a darle un beso en la mejilla, le acerco a Cassia que también le da un beso—. ¿Te gustó tu habitación?

—¡Síííí!

Una de las cosas que más me sorprendió cuando vine por primera vez a este departamento, fue ver que Diego estaba planeando hacerle una habitación a mi hija. Le dije que no era necesario pero él me dijo que sí lo era, que quería que tuviera lo mejor y que también era una nueva forma de tener nuestra propia privacidad y de no molestarla cuando nos pusiéramos un poco románticos.

Creí que sería una habitación normal, pero no me esperaba ver todas las paredes pintadas de rosado, la cuna, la mecedora y todos los juguetes por alrededor. La habitación era de todo el gusto de mi hija y se puso a gritar como loca cuando la vio anoche.

—No debiste haberte molestado tanto —le dije mientras observábamos con una sonrisa como Cassia recorría todo el lugar, todavía con sus pasitos tambaleantes.

—Mira su sonrisa —respondió y juro que nunca lo pude haber amado más que en ese momento— y mira la tuya. Ustedes dos son mi vida, mi familia y quiero darles lo mejor.

—Soy tan afortunada de tenerte.

—Yo soy el afortunado, me han caído dos ángeles del cielo y se han quedado a mi lado.

Lo besé sin poder contenerme, lo amaba tanto, no podía entender que en el mundo existiera alguien que pudiera ser tan perfecto, que pudiera amarme tanto como para hacer estas cosas pero existía y estaba junto a mí. Lo repito, soy muy afortunada.

***

Los días que le siguieron a ese fueron todo paz y tranquilidad, hicimos cosas como cualquier familia joven feliz, fuimos a la playa, al cine a ver el estreno de Moana con Cassia y anoche Consuelo, la hermana de Diego nos invitó a cenar con ellos. Fue lindo verlos, y al bebé que cada día está más grande.

Hoy, como es lunes, Diego tiene que trabajar todo el día pero vuelve al departamento a eso de las seis de la tarde con un ramo de rosas de tamaño real para mí y uno en tamaño miniatura para Cassia.

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora