Capítulo 54: Familia Gassmann

1K 131 12
                                    

—Iba a ir a cenar a casa de mamá —me dice Diego unas horas después de que me calmo—. ¿Quieres que vayamos o prefieres quedarte aquí?

—No quiero molestar más. Puedo quedarme aquí mientras vas.

—De eso nada, además ya sabes que mamá te ama y estará encantada de tenerte ahí.

—Está bien —le doy un beso pequeño y me levanto—. Iré a ver si Cassia está despierta y a lavarme la cara que debo tener hinchada y hecha un asco.

—Estás hermosa, como siempre.

Le sonrío antes de desaparecer por el pasillo. Efectivamente, mi hija está despierta pero tranquila mirando hacia la ventana, sus ojos me atrapan y me regala una sonrisa que me llena el corazón por completo. No necesito nada más para ser feliz que esa sonrisa y la del hombre que me está esperando en la sala, juntas. El resto del mundo se puede ir al demonio, bien bien lejos de nosotros.

Diego conduce con tranquilidad mientras va con su mano entrelazada con la mía, lo miro de vez en cuando y se ve relajado, como si no tuviera ningún problema siendo que tiene un montón y mucho peores que mi discusión con papá. Esa es una de las cosas que más admiro de él, que aunque a veces caiga igual que cualquier persona normal, se sabe levantar y vencer cualquier cosa que se le venga encima.

Estaciona frente a la casa de su madre y me sorprende ver que hay dos autos más, esto ya me está comenzando a parecer una mala idea. Si es una cena familiar yo no tengo nada que hacer aquí.

Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando Javier abre la puerta, su mirada pasa de Diego a Cassia que está en sus brazos y luego a mí. Se sorprende de verme a mí y no lo disimula, soy consciente del minuto exacto en que pasa por su mente la pregunta que muchos se hacen.

—¿Es tu hija? —estoy por asentir hasta que me doy cuenta de que la pregunta está dirigida a Diego y no a mí.

—No —aclaramos ambos al mismo tiempo.

—¿Elizabeth? —es la voz de Consuelo, la hermana de Diego la que nos interrumpe—. ¿Qué haces aquí?

—Es mi invitada —responde Diego cuando ve que yo no sé qué decir—. Ella y Cassia.

—¿No crees que mamá ya tiene suficiente de tus sorpresas? —le pregunta a él y me queda claro que no soy bienvenida, debí saberlo—. Primero lo de la boda, luego te escapas por una semana a no sé dónde con no sé quién o bueno, creo que sí sé con quién y ahora la traes a la casa sin avisar —me mira fijamente—. No es nada contra ti, Elizabeth. De verdad que no, es solo que mamá no está en su mejor momento.

—Lo entiendo, lamento molestar —lo digo en serio, no quiero importunar a nadie, miro a Diego—. Será mejor que vuelva a casa.

—Hablé con mamá hace un rato por teléfono y sabía que venía acompañado, lo que la puso muy feliz porque sabes el cariño que le tiene a Lizzie así que lo mejor sería que te guardes tus comentarios.

Me toma de la mano y nos dirigimos hacia el comedor en donde está su madre en su silla de ruedas, al lado de ella está su enfermera guardando algunas cosas. Diego me dijo hace un tiempo que la señora Edith ya no puede comer nada por lo que tuvieron que instalarle una sonda y por ahí toda la comida va a su estómago, así que supongo que esto de cenar con ellos es solo para pasar tiempo en familia.

—¡Elizabeth! —sonríe y sus ojos brillan, me dan unas ganas enormes de llorar al pensar en lo que hablamos con Diego ese día en el hotel—. Me alegra que hayas venido tú y Cassia.

Diego se acerca a ella, deposita un beso en su frente con cariño y luego acerca a Cassia para que la salude. La señora Edith, con la mano que aún puede mover acaricia el cabello de mi hija y luego el de su hijo mientras sonríe.

Luego de unos momentos, la señora Tere nos dice que la mesa está lista para que pasemos así que nos dirigimos ahí mientras ella sirve los platos con ayuda de otra chica. Me siento al lado entre Diego y el esposo de Consuelo, también está la esposa de Javier, es toda una cena familiar y yo soy toda una extraña aquí.

—Mamá —comienza a decir Consuelo y se gana la atención de todos—, con Martín queríamos compartir algo con ustedes —se queda un segundo en silencio y toma la mano de su esposo—. Vamos a ser padres.

—¡Qué maravillosa noticia! —los ojos de la señora Edith brillan como nunca—. Sabes que te iría a abrazar si pudiera ponerme de pie.

Consuelo es la que se levanta y con rapidez va a abrazar a su madre, se quedan un buen momento ahí compartiendo algún secreto madre-hija.

—Felicitaciones, ¿de cuánto estás? —pregunta Melina, la esposa de Javier.

—Cuatro meses. Lamentamos no haberles dicho nada, pero queríamos estar seguros de que todo iría bien —su mirada se entristece—. Ya saben que hemos tenido dos perdidas durante los primeros meses de gestación, pero según la doctora ahora ya sobrevivimos a los meses más crítico y podemos estar tranquilos.

Me sorprende escuchar eso, ¿dos perdidas? Qué gran fuerza deben tener, imagino que si eso me hubiese llegado a pasar no podría haber salido adelante. Soy demasiado débil como para soportar algo así, me habría hundido completamente.

—Estoy tan feliz por ti, mi niña —la señora Edith la vuelve a abrazar, luego todos los demás la felicitan y continuamos con la cena.

Al principio siento la mirada de los dos hermanos de Diego en mí, no con mucha aprobación y eso me intimida e incomoda de una manera enorme pero a lo largo de la comida ya parecen calmarme un poco y decidir que tal vez no soy tan mala. Supongo que es porque su madre demuestra cariño y preocupación por mí y eso es suficiente para que me soporten por un par de horas.

—¿Hasta cuándo te quedarás en la ciudad? —me pregunta Consuelo en un tono más amigable.

—Solo una semana más. Entro a clases el primero de marzo así que no tengo otra opción.

—¿Y cómo has hecho con tu hija cuando estás en la universidad?

Les cuento que era mi abuela quién la cuidaba porque además yo estaba trabajando por un par de horas pero que ahora tiene edad suficiente como para quedarse en la guardería que tiene la universidad.

—Igual, mi abuela insiste en que la deje por lo menos un año más con ella porque no confía mucho en las guarderías pero no quiero abusar de su buena disposición. Ya ha hecho mucho por mí en estos casi dos años.

—Debe haber sido difícil para ti todo eso, ¿nunca pensaste en posponer la universidad un año hasta que estuviera un poco más grande?

—Es difícil pero no imposible, en ese momento lo único que quería era irme de acá y no veía más opciones. Además, lo único que quiero es acabar pronto de estudiar, no aplazarlo más, al final es lo único que puedo hacer para que mi hija esté orgullosa de mí algún día.

—Sin duda lo estará —me regala una sonrisa sincera por primera vez en toda la noche—. Estás hecha toda una mujer fuerte, ni rastro de la chica frágil que eras antes.

—Tuve que aprender a serlo casi por obligación, aunque sigo siendo bastante frágil. Me quedan demasiadas cosas por aprender aún.

Seguimos hablando de diferentes temas, todos a la vez y me comienzo a sentir más en confianza. Conozco a estas personas desde que era una niña, a excepción de sus esposos, claro y por primera vez siento como si el tiempo no hubiese pasado. La única diferencia es que en ese pasado, mi hermano compartía la mesa con nosotros y no estaba convertido en el hijo de puta que es ahora. 

Lamento la demora, expliqué por qué en mi grupo de lectores de facebook (si quieren unirse, el link está en mi perfil) Espero que puedan entender que no paso por mi mejor momento y no puedo actualizar tan seguido como quisiera... En fin, ojalá les guste el capi y espero que nos leamos pronto, un beso. 

¿Me dejan un votito y un comentario? :3

Cartas a BenjamínKde žijí příběhy. Začni objevovat