Epílogo

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Cassia, 2032. 

Desde que soy pequeña, me dijeron que cuando tuviera dieciocho la vida sería maravillosa, que conquistaría el mundo, empezaría una carrera, tal vez me enamoraría, saldría de fiestas con amigos y lo pasaría genial, tendría edad legal para beber alcohol y fumar, me lo pintaron como algo increíble sobretodo después de saber que había sido aceptada en la Universidad de Chile para estudiar Derecho este año que viene. Pero lo que nadie me dijo fue que a veces tus padres te consideran lo bastante grande para hablar algunos temas que antes no y descubrieras que te mintieron sobre tu identidad durante dieciocho años.

Ni siquiera supe cómo pasó, solo sé que un día llegó mamá y papá con caras de funeral y dijeron: tenemos que hablar. Lo primero que pensé fue que habían descubierto que me había emborrachado en la fiesta de Dani el fin de semana anterior pero luego me di cuenta de que era mucho peor, uno nunca está preparado para ese tipo de conversaciones, uno nunca está preparado para saber que el padre al que amas y admiras más que a nadie, no es en realidad tu padre biológico, y que de hecho, tu padre biológico está en la cárcel y sea un narcotraficante. ¡Ah! Y que tu mejor amigo de toda la vida, en realidad sea tu medio hermano. Yo diría que quedaría genial en una telenovela. La rosa de Guadalupe, ¿tal vez?

Han pasado tres días desde la gran noticia y todavía no sé cómo afrontarlo, no he salido de mi habitación ni he hablado con mis padres, al único que dejo entrar es a Lucas que a veces me trae algo de comer o quiere saber cómo estoy. El pobre no tiene idea de qué bicho me picó pero al menos no hace preguntas, solo se queda a mi lado como ha hecho toda la vida.

Alguien toca la puerta e interrumpe mi estado de autocompasión, lanzo un gruñido para dar a entender que sigo sin querer ver a nadie.

—¿Ratoncito?

Hace varios años que papá dejó de llamarme así porque le dije que ya era demasiado mayor para ese apodo, escucharlo ahora hace que algo ceda dentro de mí pero no lo suficiente.

—Estoy durmiendo.

—Cassia, ya sé que tal vez soy la última persona que quieras ver pero por favor, habla conmigo, grítame, lánzame algo por la cabeza, lo que sea. No quiero que te lo guardes todo, no te hace bien.

Me levanto arrastrando los pies, llevo puesto todavía el pijama y mi pelo está más desordenado que nunca. Abro la puerta un par de centímetros y solo lo miro con un ojo.

—No eres la última persona que quiero ver —lanza un suspiro de alivio y no puedo evitar sonreír levemente cuando comienzo a abrir un poco más la puerta—. Eres la penúltima.

Vuelvo a acostarme y el camina hasta mí, se sienta a mi lado y me acaricia el cabello con cariño, como está acostumbrado a hacer.

—Desearía que las cosas hubieran sido diferentes.

—¿A qué te refieres? ¿A no haberme mentido o a no criarme como si fuera tu hija?

—Eres mi hija y eso nadie lo va a cambiar, te amo desde el primer momento que te vi, cuando apenas tenías un año y medio y ni siquiera me imaginaba que con tu madre volveríamos a estar juntos. Eres uno de los amores de mi vida y nunca me arrepentiré de haber pasado los últimos diecisiete años a tu lado.

—¿No te gustaría que hubiese sido de tu sangre? —mis ojos se llenan de lágrimas y verbalizo mi mayor miedo—. Lucas sí lo es y entiendo si lo quieres más a él que a mí pero...

Me rodea con sus brazos y me da un beso en la frente.

—Amor, claro que me gustaría tener la misma sangre que tú pero eso no cambiaría nada. Junto con tu mamá, tú y tu hermano son lo más importante que tengo en la vida, y mi relación contigo siguió siendo la misma una vez que nació él. Daría la vida por ambos y no quiero a ninguno más que a otros, aunque debes admitir que muchas veces te he consentido más a ti que a él.

Cartas a BenjamínWhere stories live. Discover now