Capítulo 40: Recaída

1.2K 134 6
                                    

—¿A dónde vamos? —pregunto una vez que hace partir el auto. Fue bastante difícil separar nuestros labios pero no imposible.

—Es una sorpresa.

—No me gustan las sorpresas.

—¿De qué hablas? Si te encantan.

No digo nada más porque sé que lo que dice él es verdad, amo las sorpresas.

—Aun así, quiero saber.

—No te diré.

Sigue conduciendo y me apodero de la radio, dejo la fm2 y no es por dármelas de romántica si no que amo la canción que están tocando y por unos minutos me transformo en Adele, una Adele bastante arruinada debo admitir.

—Deberías ir a The voice —bromea y yo le doy un pequeño golpe en el brazo.

—¿Falta mucho? —pregunto y luego me inspiro en el coro—. ¡Hello, from the other side...!

Solo unos minutos de tortura para mis oídos.

—Me vengaré por todo esto, Gassmann.

Solo se ríe y estaciona el auto, estamos frente al mar. No hay nadie y lo único que ilumina son algunos focos de las calles pero no lo suficiente para ver más allá. Lo miro un poco a la defensiva pero cuando muestra su sonrisa todo se va volando.

—¿Confías en mí? —pregunta y yo enarco una ceja.

—¿Puedo hacerlo?

—Claro.

Decidimos dejar los teléfonos en el auto, obviamente no a la vista y me toma la mano para comenzar a caminar por la arena. No tardamos mucho en quitarnos los zapatos ya que todo siempre es mucho mejor estando descalzos. Estoy con pantalones cortos y Diego con bermudas por lo que no tardamos en caminar por la orilla dejando que el agua atrape nuestros pies. Hace tanto que no caminaba con alguien de la mano y se siente tan bien que me gustaría que este día no se acabara nunca.

Ninguno de los dos dice nada, pero tampoco es como que haga falta. Es un silencio totalmente cómodo, en este momento las palabras son innecesarias.

Avanzamos por lo que creo que es un kilómetro y no exagero. Ha pasado bastante tiempo cuando habla.

—¿Una carrera al agua? —pregunta porque sabe que al final terminaré aceptando.

—¿Qué ganaré?

—Tú, no sé. Pero si yo gano, me dejarás llevarte a cenar una de estas noches.

—Y si gano yo me dejarás tranquila y no me hablarás más, a no ser que sea estrictamente laboral.

—Hecho.

Comenzamos a desvestirnos hasta quedar solo en ropa interior y partimos al mismo tiempo. Esta vez no quiero hacer trampas ya que no estoy segura de si quiero o no ganar. Corremos, aunque a diferencia de él yo no pongo el cien por ciento. No, no me quiero alejar.

Entra al agua unos segundos antes que yo y levanta los brazos.

—¿Me dejaste ganar? —pregunta sonriente.

—Nop, fue todo merito tuyo.

—Hay una parte de mí que no te quiere creer.

Me encojo de hombros y él me toma de la cintura para acercarme más. Busca mis labios y aunque al principio me resisto, luego solo me dejo llevar. Envuelvo sus caderas con mis piernas mientas lo hago hasta que sentimos que hace frío y decidimos salir.

Caminamos por la arena besándonos hasta donde se supone estábamos pero cuando abro un ojo no hay nada.

—¿Seguro que era aquí? —pregunto en medio de un beso.

—Sí.

Me aparto de golpe y él me mira sorprendido.

—¡No está la ropa!

—¿Qué?

Se da la vuelta y comienza a buscar por todos lados, nada. Solo encuentra sus llaves tiradas unos metros más allá, lo que en cierto modo es una suerte porque no sería ninguna gracia que aparte de la ropa le robaran también el auto.

—Es una suerte que dejáramos los teléfonos en el auto —digo al final resignada sentándome en la arena.

—Me parece que quisieron hacer una broma —se sienta a mi lado y me abraza— porque unos verdaderos ladrones no habrían dejado las llaves, a no ser que sean muy considerados.

—Que idiotas.

—Sí.

—Tengo un poco de frío.

—Volvamos al auto, tengo toallas en el maletero y podemos encender el calefactor.

—¿Habías planeado que entraríamos al agua?

—No, pero sabía que si te lo proponía lo harías y quise venir preparado.

Solo me río y nos levantamos para ir al auto, intento sacudirme bien la arena para luego envolverme en la toalla que es lo bastante grande para poder usarla como una manta y subirme al auto sin mojar ni ensuciar nada. Él hace lo mismo solo que como es más grande luego de secarse usa la toalla solo para sentarse dejando al descubierto su trabajado abdomen.

—Te dije que tenía algo para ti —me recuerda. La verdad con todo esto lo había olvidado por completo.

—¿Qué es?

—Cierra los ojos.

Hago lo que me dice y los abro cuando me lo pide, frente a mis ojos hay un colgante que parece ser antiguo, es redondo y en el medio tiene una piedra preciosa de color turquesa. Me quedo sin palabras observándolo.

—Diego, yo...

—Era de mi madre —me interrumpe—, y antes fue de mi abuela y de mi bisabuela. Mamá me lo dio hace unos meses cuando empeoró su situación, me dijo que se lo diera a quien yo sintiera que lo merezca, a quien yo quisiera.

—Diego, no puedo aceptarlo. Es demasiado para mí.

—Sé que a los ojos de todos debería dárselo a Catalina por razones obvias pero no puedo, estaría ignorando los deseos de mamá porque sé que Catalina no lo valoraría, lo tendría tirado como la mayoría de las joyas que tiene —me mira fijamente y siento mi cabeza dando vueltas—. En cambio sé que tú sí lo harás, lo usarás y tendrá un significado para ti porque conociste de cerca a mamá y sé que en el fondo ella siempre quiso que lo llevaras tú.

—No sé qué decir.

—No es necesario que digas nada, solo cuídalo como estoy seguro de que lo harás —apunta hacia mi cuello—. ¿Puedo?

Asiento y me ladeo un poco, me aparto el pelo para que no estorbe y cierro los ojos. Siento un escalofrío cuando el colgante toca mi piel pero es algo bueno.

—Gracias, te prometo que lo cuidaré muchísimo.

—Ya lo sé.

Me acerco a él para besarlo. Hubo un momento de esta tarde en la que pensé que Diego solo quería jugar conmigo un poco antes de casarse, que solo me quería para tener sexo y ya, pero las mariposas no dejan de volar dentro de mi estómago cuando me doy cuenta que de verdad me quiere. Que si no lo hiciera jamás me habría dado algo que es tan importante para él y eso me hace quererlo aún más. Mi cabeza es un desastre pero mi corazón parece tenerlo todo claro, quiero a Diego Gassmann y no hay nada que nadie pueda hacer para evitarlo. He caído de nuevo en esos ojos color miel y como en todas las recaídas, ahora será el doble de difícil volver a rehabilitarme de él. 

Cartas a BenjamínHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin