La cena de compromiso

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Las luces de aquel majestuoso escenario cegaban sus ojos negros, el griterío de la multitud, sus aplausos combinados con el rugir de aquella guitarra, perturbaban su calma, la calma a la que estaba acostumbrado desde siempre, por ello sus oídos clamaban por sordera...

Cientos y cientos, tal vez miles de personas congregadas en ese lugar, vitoreaban a un muchacho pelirrojo que desde el escenario ejecutaba un magnifico solo de guitarra, acompañado de su banda. Los flashes de las cámaras mágicas no dejaban de impactar contra el escenario.

El hombre que contemplaba todo con tedio desde el público no comprendía como rayos había llegado hasta ese punto ¿En qué momento de su vida había comenzado a amar la música? ¿Cómo era posible que de pronto su rostro apareciera en las revistas de farándula como Corazón de Bruja que siempre había considerado frívolas? ¿Cómo es que de pronto se encontraba a sí mismo inmerso en un mar de gente cuando siempre odió las multitudes? Pero entonces la voz de un hombre desde el escenario lo sacó de sus cavilaciones abruptamente.

—Y ese fue Justin Silverstone —presentó un hombre de cabellos largos y castaños, vestido con una túnica rasgada a propósito—, es el telonero de esta noche... —la multitud no dejaba de aplaudir. Era evidente que el joven se había ganado con su talento toda aquella atención, pero también que el público estaba ansioso por poder ver lo que le seguía a la presentación del joven telonero. 

El presentador, con el micrófono mágico cerca de sus labios, se paseaba por la tarima mientras las luces provenientes de un encantamiento iluminador a gran escala (El equivalente de los reflectores que usaban los muggles en sus conciertos) lo seguía. El público escuchaba atento, ahora silencioso, pero evidentemente emocionado.

—Ahora prepárense para recibir a la banda de rock femenina más famosa de todos los tiempos. ¡Bienvenidos, Macbethers! Y prepárense para rockear. Sin más preámbulo recibamos con un fuerte aplauso a Espina, Gloria, Sasha y... Emilyyyyyyy.

Las cuatro brujas fueron saliendo a la vista de todos mientras la multitud volvía a rugir, ahora con más ímpetu.

—¡Buenas noches Londreeeees! —gritó Emily Smith con su guitarra colgada y el larguísimo cabello dorado, ensortijado y con las puntas que volvieron a ser de color rosa chicle, ondeando con el viento—. ¡Bienvenidos al Tour Oclumancia!

Severus Snape la observaba con embeleso desde la multitud y una vez más, llegó a su mente la única respuesta que respondía todas esas preguntas que siempre se empeñaba en formularse... La amaba, no había duda de eso, era la única razón por la cual se encontraba allí presente, por la cual amaba la música y su rostro aparecía en las revistas de farándula. Jamás fue un amante de la atención y la fama, de hecho siempre huyó de ella, y seguía siendo igualmente reservado y sencillo, pero ¿qué podía hacer? Se había enamorado perdidamente de una estrella del espectáculo, de su candidez, de su sencillez, humildad, sinceridad, simpatía, espontaneidad y ¿Por qué no? También de su belleza, porque estaba convencido de que ésta no era más que el reflejo de su espíritu libre, limpio y hermoso. Esos ojos tan azules que en ese momento lo buscaban hasta encontrarlo en medio del gentío ya que se encontraba en primera fila, esa piel suave y tersa que siempre despedía aquel aroma tan exquisito, esos cabellos que parecían reflejos del sol y esa voz... ¿En qué momento la dueña de esos encantos había fijado su atención en él? en su antiguo profesor de Pociones, el hombre amargado y hosco, incapaz de amar a nadie, pero ¿cómo no amarla después de conocerla a fondo?

Entonces recordó como irónicamente creía odiarla cuando era una adolescente. Particularmente recordó una ocasión en que la había sorprendido a ella y a sus tres amigas, en ese entonces de dieciséis años, tratando de fumar en uno de los pasillos del tercer piso. Peeves, el polstergaist quien siempre se la había llevado bien con las chicas de la banda por su personalidad dicharachera, trató de impedirle el avance a él, lo que lo hizo sospechar, evidentemente, de que algo tramaba el espectro o algún otro bromista.

El Pocionista y la CantanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora