Un par de ángeles

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Nota de autora: Este es el último capítulo de esta historia que comenzó como Severus Enamorado de una Bruja de Macbeth y además de dedicárselo a mi querida danyRickmaniac que me ha apoyado desde siempre, me gustaría dedicárselo a Tuxe_Garle y a mi amiga  marmik y a Rubi Galasanz que me apoyaron desde la otra plataforma donde solía subir eta historia. A ustedes y a todos los fans de esta historia. Muchas gracias por su apoyo incondicional, incluso a aquellos que no solían comentar, gracias por sus votos y lecturas, por darme una oportunidad de entrar en sus vidas a través de las letras y gracias por el tiempo dedicado.  Espero que lo disfruten. 

P.D: Pero no se pongan tristes que aunque este sea el capítulo final les prometo un epílogo para que no quede ningún detalle por fuera, además de un capítulo dedicado a curiosidades de este fanfic y una historia corta (solo dos episodios) que escribí hace algún tiempo con las biografías de Boris Costner y Donatello Mastrantonio.  




Todo se trató de manejar con la mayor discreción posible para que ni los fans ni la prensa se enteraran y formaran un revuelo, sin embargo, había sido una tarea casi imposible pues tanto fanáticos como periodistas se agolparon frente a la vieja vidriera de la «tienda abandonada» para intentar saber algo de Emily que se encontraba ya en la sala de partos de San Mungo. Los muggles que pasaban por allí supusieron que se trataba de alguna protesta para que no demolieran el lugar. Los familiares y amigos de la cantante fueron los únicos que tuvieron acceso a ella, pues tuvieron permiso para aparecerse directamente en la planta de maternidad.

Desde luego, Severus estaba al lado de su esposa, sosteniéndole la mano mientras ella crispaba el rostro de dolor.

Su embarazo había sido idílico, casi no había presentado molestias, salvo algunas náuseas y mareos al principio del mismo, del resto, nada más la acosaron los antojos típicos de su estado. Su vientre estaba enorme y todo el mundo pensó que iba a tener un bebé bastante grande.

A veces esos vientres son engañosos —dijo Andrómeda en una ocasión en que estuvieron cenando en Grimauld Place—. Así era el mío pero cuando Nymphadora nació, era pequeñita. Pesó dos kilos seiscientos sesenta gramos y midió cuarenta y ocho centímetros.

¡Hmmm! No sé, a mí me parece que pudieras tener más de un bebé ahí dentro —añadió la señora Weasley, escrutando el vientre de Emily con los ojos entrecerrados—. Es bastante probable.

jaja Quejicus se volvería loco —bromeó Sirius mientras acunaba en los brazos a su pequeña hija.

No lo creo, mi vientre también fue enorme y ya ven que mi Margaret pesó casi cuatro kilos y medio —dijo Espina acariciando la manita de su bebé.


Emily trataba de concentrarse en las expectativas que tenía acerca de su bebé. Había experimentado muchas de las situaciones que le contaron su madre, la señora Weasley, Tonks y Espina, pero ninguna de ellas como su propia experiencia. Cada patadita en el vientre le confirmaba la presencia de su pequeño, que estaba vivo y que era casi un hecho que nacería sano y fuerte, que nada ni nadie le haría daño.

No importaba el sufrimiento que estaba acosándola en ese momento porque ese era el precio que tenía que pagar para ver su rostro, para escuchar su voz y para estrecharlo entre sus brazos. Sin haberlo visto ya lo amaba con todas sus fuerzas.

La cantante giró el rostro y se encontró con los ojos negros como túneles de su marido, mirándola con conmiseración, conmovido ante su dolor, con ganas de poder compartirlo con ella para aminorarlo, pero no podía, tan solo podía estrechar su mano nívea y suave para reconfortarla, a su vez, llenándola de halagos y palabras dulces que ella supo apreciar mientras lágrimas de ternura le resbalaban por las mejillas al recordar lo que una vez vio en el pensadero de él. Su madre, Eileen Prince lamentablemente nunca había contado con ese tipo de apoyo.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now