San Mungo

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Severus se quedó paralizado, no fue capaz de articular una sola palabra ante la imagen que estaban viendo sus ojos, sus piernas tampoco respondieron y las manos no dejaban de temblarle. Sintió un extraño y desagradable calor recorrerlo desde las piernas hasta la base de la nuca y comprendió que se trataba de la adrenalina que le producía el terror.

Recargó una de las manos en la pared de piedra y se agachó. A sus pies yacía Emily, boca abajo. No se movía y era más que evidente que había rodado por las escaleras, lo sabía porque cuando iba subiendo, escuchó como algo o alguien caía, entonces apuró los pasos, preocupado al pensar que podía tratarse de uno de los chicos que hubiera estado por ahí después del toque de queda. Nada lo preparó para  lo que veía en ese momento, de nuevo la angustia y el terror lo invadía.

No sabía si tocarla o no por temor a hacerle más daño, temía por ella y por la vida de su hijo, pero al final optó por la primera opción. La tomó con sumo cuidado para girarla y recostarla en su regazo, le apartó el cabello del rostro y entonces descubrió que tenía un corte en la frente, cerca de la sien derecha y la sangre le bajaba por la mejilla hasta el cuello manchando su blusa.

 La tomó con sumo cuidado para girarla y recostarla en su regazo, le apartó el cabello del rostro y entonces descubrió que tenía un corte en la frente, cerca de la sien derecha y la sangre le bajaba por la mejilla hasta el cuello manchando su blusa

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¡Emily! susurró Snape mientras la miraba con detenimiento y pavor.

Paso el brazo derecho por debajo de las corvas de la muchacha y la alzó. Lo primero que tuvo en mente fue sacarla de ahí, debía llevarla con urgencia hasta la enfermería, la señora Pomfrey sabría qué hacer.


En casa de Julieth, la bruja esperaba en el vestíbulo con las uñas en la boca, impaciente y nerviosa pero emocionada, los minutos se le hacían horas. Un elfo se acercó a ella con precaución, sosteniendo una charola con una taza humeante.

Ziggy trajo lo que la señorita pidió, té.

Está bien y ahora lárgate —espetó la mujer tomando la taza de la charola—. No quiero verte merodeando por aquí, ¿entendido?

Sí, señorita, Ziggy jamás se mete en lo que no le importa, señorita...

Sí, sí ¡Vete ya! dijo con fastidio la mujer, luego pasó la varita por la superficie de la taza para dejar el contenido a temperatura templada y le dio un sorbo, pero casi se atraganta a causa del ruido de una leve explosión seguida de la aparición de Roger Carter—. ¡Por fin! exclamó dejando la taza a medio probar sobre una mesa.

 ¡Por fin! —exclamó dejando la taza a medio probar sobre una mesa

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El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now