¿Dónde está Emily?

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Los ojos de la cantante se anegaron en lágrimas de amargura e ira, no entendía por qué rayos le importaba tanto el hecho de que Julieth estuviera embarazada de Severus, después de todo ya se esperaba que ambos dieran rienda suelta a su relación. Emily estaba consciente de que Severus jamás la amó y por lo tanto, lo más lógico era que continuara su vida junto a la mujer por la cual tenía sentimientos verdaderos, pero lo que más laceraba el alma de la muchacha era pensar en el hijo que llevó en su vientre y que por culpa de esa malvada mujer no pudo llegar a nacer. También pensó en la pobre criatura que gestaba la mortífaga ¿Qué culpa tenía él o ella? Ninguna, eso lo sabía, sólo la compadecía por tener semejantes padres.

Sin embargo, no pudo dejar de sentirse traicionada, el dolor en su alma se intensificaba a cada paso que daba, no quería ni podía admitir, ni siquiera ante sí misma que aún amaba a Severus a pesar de todo lo que le había hecho. 

Se secó las lágrimas con furia y continuó avanzando, odiándose a sí misma por aquellos sentimientos, hasta que una voz, desagradablemente familiar la hizo detenerse...

—Es un placer volver a verte mi princesa del rock ¿Por qué lloras?

—Ese no es tu problema, Roger —espetó la cantante mirando con desprecio a su ex representante artístico.

—¡Aléjate de ella, maldito! —advirtió Snape que logró alcanzar a Emily luego de salir corriendo de la enfermería, con un tono de voz extremadamente amenazante además de su actitud. (Lo apuntaba con la varita)

—¿Y por qué tengo que obedecerte, Snape? —inquirió el hombre desafiante, sacando también su varita.

—¡Aléjate de mi esposa ahora mismo!

—Al Señor Tenebroso no le gustaría que tú...

—El Señor Tenebroso sabría perdonarme por no poder controlar mi ira, a diferencia de ti, ¡Asquerosa sabandija! Le he servido mucho más que tú, le he sido mucho más útil.

Al escuchar aquello, Emily no pudo soportarlo más, de modo que salió corriendo escaleras abajo. Ella quería salir del castillo, si no podía salir de sus lindes, al menos quería alejarse lo más que pudiera, ir hacia el bosque y perderse en él, después de todo, ya nada tenía sentido, se sentía sola, deprimida y quería morir.

Snape corrió detrás de ella, sorteando en el camino a algunos alumnos asustados que lo miraron a él y a Emily con expresiones de sorpresa.

—¿Crees que vaya a matarla? —le preguntó Astoria Grengrass a su hermana Dafne.

—No lo sé —respondió ella—. No parecía furioso sino asustado.

—¿Qué demonios están haciendo en medio del pasillo, par de mocosas? ¡Quítense! —gritó Roger apartándolas de un empujón—. ¡Váyanse a sus clases!

Las dos muchachas echaron a correr para perderse de vista del mortífago mientras éste, con una sonrisa de satisfacción decidió encaminarse a la enfermería.

Severus logró alcanzar a Emily en la puerta del vestíbulo, afuera caía un torrencial aguacero y el cielo gris, casi blanco, amenazaba con que el clima no cambiaría.

—¡Ven conmigo! Necesitamos hablar.

—¡Déjame en paz, Snape! ¿Por qué me retienes? ¡Mátame de una vez! —espetó la cantante sin poder reprimir un sollozo, comprobando con amargura la veracidad de las palabras de Voldemort cuando aseguró que permanecer como prisionera de Snape sería mucho peor que morir.

—Ya deja de decir tonterías, Emily. ¡Ustedes! ¿Qué miran? —preguntó el director a un grupo de estudiantes de Gryffindor de primer curso que, al salir del gran comedor, se les quedaron mirando.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now