Por culpa del guardapelo

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En la paradisíaca residencia de Boris Coster y Donatello Mastrantonio en Verona, Italia, la familia Richarson degustaban el tradicional té inglés mientras comía pastelillos de moca. La idea había sido de Boris que sentía nostalgia de su tierra y suponía que la familia Richardson también. Ellos lo tomaron a bien e incluso lograron pasarse a gusto aquella tertulia.Sin embrago, Espina con los ojos vidriosos no dejaba de revisar la sección Internazionale del diario Il Messaggero. Leía cada artículo con el corazón oprimido dentro del pecho y se sobresaltaba cada vez que leía las palabras: Che non deve essere nominato (El que no debe ser nombrado) o Mangiamorti (mortífagos) porque temía leer acerca de los estragos que de seguro estos cometían a diario en su país. Sentía pánico por Emily y los chicos que la acompañaban pero también por Sirius y su carácter impetuoso, se sentía impotente.

La muchacha dejó al fin el periódico para dedicarse a contemplar el cielo con aire taciturno desde la ventana del vestíbulo, intentando reprimir las lágrimas. Sus padres la contemplaron con comprensión y tristeza a lo lejos.

—Me duele tanto verla así —comentó el señor Richardson.

—Está sufriendo mucho —contestó su esposa —solo espero que Sirius sepa cumplir su promesa y no se exponga de forma innecesaria.

—¿Pero y si lo es?... me refiero a si es necesario que se exponga y entonces...

—¡Ay Por Dios! Ya deja de decir tonterías, Steven —se quejó la señora Richardson.

—Es solo que me dolería ver a Brithaney devastada, Lucy —objetó su esposo—. Y además, yo lo lamentaría también por Sirius a quien le tenemos gran aprecio.

—Yo pensé que ella se distraería aquí —añadió Boris—, pero se nota que la angustia la está matando.

Ieri (Ayer) cuando estuvimos en los vigneti de la mía familia (los viñedos de mi familia) parecía animada —añadió Donatello mirando a la muchacha mientras se terminaba su taza de té.

—Y lo estaba —respondió la señora Richardson—, pero a ratos se acordaba de la situación, es que es algo duro, no sólo para ella, también para nosotros.

—Estamos  exiliados —agregó Steven Richardson—, fugitivos, tenemos que escondernos aunque no hayamos cometido ningún delito.

—No, no se preocupen —terció Boris comprensivo colocando una mano reconfortante sobre el hombro de la señora Richardson—. Sé que es algo duro pero aquí no tienen por qué sentirse «exiliados» o «extraños» esta es su casa y Donatello y yo los hemos recibido con mucho gusto, son nuestros invitados de honor y se han de quedar aquí hasta que toda esta pesadilla termine.

—Lo sé y no saben cuanto lo agradecemos mi esposa, mi hija y yo —respondió el señor Richardson que para esas alturas ya se había acostumbrado a la idea de que ese par de caballeros compartieran la vivienda como si de un matrimonio se tratase.

—No es nada, solo lamento que el señor Tonks haya rechazado la oferta —dijo Boris colocando su taza vacía sobre la mesita del té.

—Según entendí, el padre de Tonks es bastante obstinado —añadió Donatello—. No aceptaría tener que huir así como así.

—Pero corre mucho peligro allá afuera. Las últimas noticias que obtuve de Tonks fue que su padre al final tuvo que huir, afortunadamente antes de que los agentes del ministerio registraran la casa en su búsqueda —dijo Boris.

—No quiero ni imaginar qué hubiese pasado si Brithaney hubiese estado allí —comentó Lucy Richardson con horror—. Solo por ser nuestra hija la pobre ha tenido tantos problemas.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now