Cae el Ministerio

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Amparado bajo la capa tan oscura como la noche que lo cubría, un hombre se enfilaba desde una plaza hasta una enorme casa que imperaba entre el número once y el trece. 

Desde que aquella casona fue abandonada por sus habitantes, había vuelto a adquirir una apariencia ruinosa. Bastó con un flojo movimiento de varita para que las verjas se abrieran ante el hombre de negra capa y mascara plateada, la cual resplandeció al darle de lleno la luz de un farol en la acera. Subió por la escalinata y al llegar a la puerta golpeó un par de veces con la aldaba, instantes después la puerta se abrió como si una persona invisible la hubiese accionado. El hombre suspiró con intensidad, preparándose mentalmente para lo que se le venía a continuación. Ya había sido previamente advertido, de modo que se quitó la máscara una vez que cerró la puerta detrás de él y levantó la varita, apuntando hacia el frente y al mismo tiempo a la nada. Dio un par de pasos dudosos que apenas y se oyeron débilmente en el largo corredor pues la alfombra amortiguaba el ruido que sus botas pudiesen provocar. Volvió a agitar la varita y al instante las lámparas de aceite iluminaron el lugar. Desconcertado al no ver nada de lo que se le había advertido, dio un par de pasos más y entonces escuchó en medio del pasillo la susurrante voz de Ojoloco Moody.

—¿Severus Snape? —preguntó.

Por más que fue advertido, el hombre no dejó de inquietarse ante lo que sucedía, sin embargo asió con más fuerza la varita y se dispuso a responder con gallardía.

—Lo soy —dijo con voz tajante pero fue todo lo que pudo decir pues al instante sintió como una corriente de aire se arremolinaba entorno suyo. 

La lengua se le enrolló cerca de la campanilla, provocándole un poco de arcadas. Instintivamente se llevó una mano a la garganta pero de inmediato la lengua volvió a su posición original. Comprendía perfectamente lo que le pasaba, sabía que sucedería pero no por eso dejaba de ser una situación incómoda todo lo que tenía que enfrentar. Así que caminó con precaución unos pocos pasos más. Apenas y tuvo tiempo de recuperarse de la maldición de la lengua atada, instalada especialmente para él, vio lo que calificó como una estrategia astuta y sin duda espantosa. Una sorprendente figura fantasmal emergió de la alfombra misma a tan solo unos pasos de él.  Una réplica dantesca del profesor Dumbledore, apuntándolo con un huesudo dedo acusador, flotando hacia él de forma amenazadora. Fue tal su impresión que no pudo evitar echarse hacia atrás con lo cual tropezó con el paragüero en forma de pata de trol, volcándolo. Levantó la varita y expresó con ahínco la mentira que más le dolió en el alma, pero necesaria para librarse de aquel terrible espectro.

—¡Yo no te maté!

Al instante la horrenda figurase se desvaneció en medio de la bruma que había provocado, de modo que Snape, a sabiendas de que ya no tendría más impedimento, subió las escaleras hasta llegar al rellano donde Kreacher, con expresión de miedo y alerta, había dejado de lustrar el ya reluciente marco de su ama.

—¿Quién está ahí, Kreacher? —inquirió la mujer con curiosidad.

—Es Snape, ama... Severus Snape. ¡Fuera de aquí, señor! Usted no puede...

—¡Apártate de mi camino! —espetó el hombre con vehemencia y el elfo, aterrado se desvaneció.

—¿Qué rayos estás haciendo aquí en mi casa? ¡Lárgate, sangre sucia! ¡Inmundo bodrio impuro! —espetó la mujer del retrato con todo el desprecio que pudo, mirando a Snape con inquina.

Él la ignoró y siguió su camino pero unos segundos después la mujer comenzó a vociferar completamente histérica al ver que él no se marchaba.

—¿DE QUÉ SIRVE QUE MI HIJO SE HAYA MARCHADO DE CASA CON ESA SANGRE SUCIA, SI DEJA QUE ENTREN MÁS INDESEABLES? ¡MALDITOS DESCENDIENTES DE LOS PÚTRIDOS MUGGLES!

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now