El juramento

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Emily se encontraba flotando en una nube nada más de recordar la cena del día anterior. Se había quedado a dormir en casa de sus padres y su abuela Iridezza había hecho lo mismo. Aún recostada en la cama con doseles de seda y colchón relleno de plumas de cisne de su antigua habitación, la cantante recordaba con expresión embelesada los besos furtivos que le había robado a su pudoroso prometido en los jardines de la gran mansión de sus padres.

¡Cuánto lo amaba! ¡Cuánto deseaba ser su esposa! Había soñado una y mil veces casarse con Severus y vivir en la humilde casita de la calle de la Hilandera que, pese a su aire misterioso, le agradaba en demasía, pero el hecho parecía preocupar a Severus en gran medida porque, en la conversación que habían mantenido durante su paseo por los jardines el día anterior, él parecía no estar dispuesto a usar la casa de sus padres como su nueva residencia de matrimonio:

No creo que sea prudente llevarte a vivir allí, Emily —le dijo él recostado de una enorme estatua de San Miguel arcángel que imperaba en medio de un laberinto de rosales—. Ya sabes cómo es ese lugar.

Estupendo —respondió ella con una sonrisa—. Tu casa me pareció maravillosa y lo sabes.

No me refiero a mi casa, Emily, sino a... La zona donde vivo, no... No sería justo para ti ir a vivir a un lugar así, no estás acostumbrada a eso y tus padres...

En ese momento, Severus solo podía recordar la ocasión en que los padres de Emily lo habían visitado en Hogwarts cuando aún se oponían a la relación y entonces la señora Smith había expresado con voz desdeñosa:

Vives en un cuchitril en... La calle de la Hilandera, rodeado de muggles pobretones.

El señor Smith por su parte había añadido:

¿Qué podrías ofrecerle tú a mi hija?

Severus estaba plenamente consciente de que en la actualidad ambos padres de la muchacha aprobaban la relación luego de que él la salvara de una muerte segura tras la mordida de la serpiente mágica de Julieth, pero estaba seguro de que, aún así, a ninguno de los dos les gustaría ver a su hija como ama de casa en su humilde morada.

En ese momento la voz de su prometida lo sacó de sus cavilaciones...

Mis padres no son los que se irán a vivir allí, Severus —respondió ella con voz vehemente—. Seré yo y ya te dije que lo adoro.

Pero tan solo imagínate lo que dirán tus padres si se enteran de que quieres ir a vivir allí.

¿Y desde cuándo te importa el qué dirán?

Jamás me ha importado, pero... Ya sabes la clase de personas que acostumbra merodear por esa calle y también la que vive allí ¿recuerdas a la entrometida señora Polkiss?

Emily rió.

Como olvidarla —respondió— A mí me divirtió muchísimo. Vecinos chismosos siempre ha habido, además, el chisme es el deporte favorito de la gente de la alta sociedad, si no lo crees pues pregúntaselo a mi madre y a mi abuela, la madre de mi padre por supuesto porque mi querida Iridezza no es así para nada.

Sí... Lo imagino.

Severus, si lo prefieres podríamos vivir en mi casa en el West End —tanteó ella al ver que él tenía la mirada perdida en el horizonte.

Esa es tu casa, Emily, se supone que yo debería ofrecerte un espacio.

¡Por Merlín, Severus! No seas machista.

El Pocionista y la CantanteWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu