Embarazada

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Emily se incorporó completamente de la cama con mucha parsimonia pese a que el mareo ya había mermado. La sonrisa todavía imperaba en su rostro lo mismo que esa expresión de incredulidad. Sus ojos azules estaban fijos en madame Pomfrey que ya bajaba la varita mientras el resplandor hermoso y blanquecino se disipaba del cuerpo de la cantante.

—¿Está usted segura, madame Pomfrey? —inquirió Emily con las dos manos cubriendo sus labios.

—Totalmente —respondió la enfermera, mirándola con satisfacción.

Afuera de la enfermería, el director Dumbledore, el profesor Musbick y la profesora MacGonagall habían disipado ya un conglomerado de alumnos que, muy preocupados, se había apostado frente a la puerta. Solo Severus, Remus y Tonks permanecieron allí. Hermione y Harry, igual de preocupados, no quisieron retirarse a la sala común, sino que más bien optaron por permanecer cerca de la enfermería. De pronto las puertas dobles se abrieron y la enfermera emergió tratando de disimular una sonrisa.

—¡Puede pasar, profesor Snape! —exclamó—, pero solo usted, por ahora.

—¿Y eso por qué? —preguntó Dumbledore con preocupación—. ¿Acaso es grave lo que tiene mi niña?

—Para nada, señor director, ustedes podrán verla luego. Dentro de un momento le daré el alta, pero ahora ella ha pedido hablar con su marido.

El director se encogió de hombros e intercambió una mirada de extrañeza con los demás, pero decidió no discutir, de todos modos la señora Pomfrey era bastante estricta e intransigente y hasta podría resultar irascible si no se le obedecía una orden. Su lema favorito siempre era: «usted manda en el colegio, pero en la enfermería mando yo» y eso no entraba en discusión, ya muchas veces como paciente de ella se había visto atrapado por esa resolución.

Entretanto Severus, con el corazón a punto de salírsele por la boca, asintió al tiempo que traspuso el umbral de la puerta detrás de la enfermera, caminó hasta una de las camas donde halló a su esposa de pie junto a esa cama, un poco pálida, pero con una expresión de felicidad que le resultó bastante desconcertante. Sin más la tomó de una de las manos y la besó casi por inercia.

—Debes recostarte —le dijo.

Ella negó con la cabeza.

—Estoy bien —contestó la muchacha con suma emoción—, de hecho creo que jamás me había sentido tan bien.

—¿A qué te refieres? —inquirió él confundido.

—Los dejaré solos —determinó la señora Pomfrey antes de dirigirse a su despacho.

—Querido... ¡Al fin lo logramos!

Severus frunció un poco el entrecejo y sacudió la cabeza tratando de ordenar las ideas al tiempo que la bruma de confusión se disipaba y comprendía lo que ella trataba de decirle.

—¿Tú?... —inquirió sin poder evitar que una sonrisa se apoderara de aquellos delgados labios, por lo general inexpresivos y rectos en una sola línea.

—Sí —respondió Emily con determinación y alegría—. ¡Vas a ser papá!

Por instinto, Severus llevó su mano derecha hasta el vientre de Emily como si con ello pudiera confirmar sus palabras. Él no era de los que expresaban demasiado su felicidad, jamás había sido así, quizá porque en el pasado jamás tuvo motivos, pero lo cierto era que ahora, en el presente, estaba feliz, cada poro de su piel respiraba un ambiente festivo. Su corazón palpitó de alegría, toda aquella bruma, aquel miedo, aquella incertidumbre tras el desvanecimiento de su esposa se habían transformado en una noticia que lo colmó de felicidad.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now