Superando el dolor

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Emily y Severus regresaron a Hogwarts y nadie se atrevió a decir una sola palabra, además porque no fue necesario, los ojos lánguidos y lúgubres de la artista, reflejaban el torbellino de emociones que llevaba por dentro, sin embrago no pudo evitar que la emoción la dominara cuando vio a Draco frente a ella en el vestíbulo con los brazos extendidos en cruz.

—Estoy aquí, hermana —le dijo.

Ella casi corrió hacia él y lo estrechó con fuerza, recibiendo aquellas escuetas palabras como un bálsamo para su alma atribulada.

—Yo... estuve muy pendiente de ti pero no pude salir de Hogwarts. 

—Lo sé —respondió ella separándose delicadamente de él mientras secaba sus lágrimas.

Draco sonrió escuetamente y luego se marchó al ver que el trío de oro se acercaba en compañía de Ginevra Weasley. Severus, que había estado acompañando a Emily, se marchó junto al chico rumbo a las mazmorras. Hermione estaba haciendo un tremendo esfuerzo por no echarse a llorar y Emily lo notó, así que sonrió o al menos lo intentó y la abrazó a ella primero.

—No te preocupes, Hermi... no se preocupen por mí, ya estoy bien... al menos físicamente, pero supongo que luego volveré a tener entusiasmo.

Emily se disculpó y se encaminó a su habitación, esta vez uso el pasadizo que estaba bajando por las escaleras del vestíbulo, pasó por un largo pasillo lleno de tela de arañas donde algunas viejas y oxidadas armaduras la saludaron con la mano al pasar, haciendo mucho ruido. Al fin llegó frente al retrato de una dama vestida al estilo renacentista. La mujer bostezó y miró a Emily con sueño...

—¿Contraseña? —exigió.

—Los Slytherins son superiores —masculló la cantante con resignación.

Después de pasar, Emily siguió avanzando sin detenerse hasta que llegó a su habitación. Se extrañó un poco al ver que Severus no estaba allí, se encogió de hombros y se dirigió hacia su armario de donde comenzó a extraer todas las cosas que otrora, junto a Tonks, había comprado en Hogsmeade en una tienda de artículos para bebés. No pudo evitarlo, se quedó contemplando las mamilas, baberos, mamelucos y hasta los escarpines que la señora Weasley había tejido amorosamente sin utilizar magia. Colocó todo sobre la cama y posteriormente se dejó caer sobre los artículos llorando con amargura, dejando caer toda su tristeza sobre ellos.

Posteriormente se levantó de la cama, tomó la varita y encendió la chimenea, después tomó un mameluco y luego de besarlo, intentó arrojarlo al fuego pero se detuvo de inmediato a media acción

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Posteriormente se levantó de la cama, tomó la varita y encendió la chimenea, después tomó un mameluco y luego de besarlo, intentó arrojarlo al fuego pero se detuvo de inmediato a media acción. Simplemente no fue capaz y entonces se le ocurrió una idea que creyó que sería mejor que lo que estuvo a punto de hacer. Tomó un fardo que estaba en un rincón y metió allí dentro casi todo lo que había sobre la cama a excepción de los escarpines de la señora Weasley que quiso conservar y posteriormente salió al despacho.

—¡Dobby! —llamó.

El elfo apareció al instante y le dedicó una profunda reverencia.

—La señora llamó a Dobby y Dobby vino enseguida, señora —respondió la criatura con su vocecita chillona.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now