Sanando heridas

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Julieth fue trasladada a un aula del séptimo piso donde improvisaron una celda (La misma dónde, años antes, fue encarcelado Sirius Black, esperando ser entregado a los dementores). La mujer profería gritos y maldiciones que de nada le sirvieron. El profesor Slughorn le había arrebatado tanto la varita como la libertad, cerrando la puerta detrás de él. 

Julieth estaba hecha una verdadera fiera. Pateaba la puerta con furia clamando por liberación y de nada le sirvió a MacGonagall advertirle, a través de la ventana con barrotes del aula, que si seguía agitándose de esa forma, podría llegar a lastimar a su bebé. Julieth le había largado por toda respuesta que, poco y nada le importaba ese engendro y que de no ser porque temía lastimarse a sí misma, se lo sacaría como pudiera.

MacGonagall apartó la mirada de la mortífaga con asco y rabia. Por más que Julieth fuese una mortífaga, no podía concebir que fuese tan cruel con su propia descendencia.


En cuanto a Roger, Slughorn y el profesor Flitwick cumplieron con gusto las órdenes de Snape, sacando el cadáver del hombre fuera del castillo. Hagrid que había visto que trasladaban el cuerpo, luego de saber lo que había sucedido, se ofreció a ayudarlos y fue así como lo dejaron a merced de las bestias en lo más profundo y tenebroso del bosque prohibido, exactamente, cerca de la guarida de Áragog ya que el semigigante estaba convencido de que las arañas se harían cargo enseguida y para colmo no les harían daño al ver que les llevaban semejante ofrenda.

Snape, por su parte, condujo a Emily hasta su dormitorio mientras esperaba la llegada de la señora Pomfrey.

Snape, por su parte, condujo a Emily hasta su dormitorio mientras esperaba la llegada de la señora Pomfrey

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La muchacha aún estaba en shock, no podía o tal vez no quería hablar, únicamente temblaba y gimoteaba. Severus tenía un terrible sentimiento de culpa tan solo con mirarla recostada sobre la cama en posición fetal. Al ver su labio partido, sus espasmos propios después de la tortura y los dedos de su mano derecha vueltos en una posición anormal, sintió una ira enorme que únicamente fue aplacada cuando recordó que él mismo había dado muerte a Roger Carter, pero aún quedaba Julieth. Si tan solo pudiera acabar con ella, pero su estado se lo impedía. Snape podía haberse convertido en asesino, pero nunca sería capaz de atentar contra la vida de un ser indefenso e inocente, porque por más que ese niño fuese hijo de un par de desalmados mortífagos, no dejaba de ser nada más un bebé que ni siquiera había nacido, que no tenía la culpa de la maldad de sus padres.

—Tranquila, Emily ¡Déjame ver eso! —dijo tomando la mano de su esposa, pero ella lanzó un pequeño grito de dolor que le indicó a Severus que, con apenas tocarla le hacía daño. Los dedos afectados comenzaban a tornarse violeta—. ¡Lo lamento! —se excusó enseguida, sintiéndose más culpable.

Emily respiró profundo para soportar las puntadas terribles que provenían de su mano derecha.

—Todo pasará pronto, ya verás —dijo Snape.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now