Capítulo 2.

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Las cosas ya no tenían sentido para él, lo único que podía hacer era observar con detenimiento los detalles de la habitación de Jimin. Era un cuarto bastante grande, el rosa predominaba, había una pared cubierta en su totalidad por un espejo, como aquellos de los salones de danza; tenía demasiados muñecos que usualmente usarían niños, cada uno acomodado en perfecta simetría sobre unos estantes en otra pared. El escritorio con la computadora no podía faltar, tanto el gabinete como el ratón y el teclado eran de un tierno color rosa también. La vida de Suga ya era extraña y difícil, pero eso superaba sus límites.

—¿Por qué me estás ayudando? —preguntó—. ¿Tienes algún problema mental o qué?

—Quédese quieto, hyung.

Su voz incluso se oía bonita. Si tuviera que asociar un color a su tipo de voz, irónicamente el rosa le iría perfecto, sin dudas.

—Responde, maldita sea —se quejó.

Suga se encontraba sentado en el borde de la cama ajena, viendo a Jimin, de rodillas frente a él, curar su herida por roce de bala de su pantorrilla izquierda. No tuvo un sangrado abundante, pero dolía y ardía de manera insoportable, tanto que le provocaba sudor. Aquel joven rico parecía muy concentrado en lo que hacía y no prestaba demasiada atención a las quejas ajenas. Una botellita de agua oxigenada, unos hisopos y una gasa de algodón fueron suficientes para limpiar de forma eficaz la lesión.

—¡Listo! —festejó dando aplausos.

Suga se sintió desconcertado en cuanto vio la felicidad genuina en ese rostro, se veía tan enigmático, y la manera en la que aplaudía transmitía alegría. Su actitud era igual a la de un niño, pero en el cuerpo de un adulto joven.

Sus labios eran gruesos y carnosos, se teñían de un ligero carmesí; sus mejillas eran regordetas, su piel ligeramente canela y su nariz fina y pequeña, con su puente casi recto y su punta con una delicada terminación abombada; sus ojos rasgados y de mirada profunda se notaban del típico color café oscuro, sin embargo, parecían tan negros que no reflejaban luz alguna.

—Bien, me voy ahora entonces —dijo, sintiendo ansias de alejarse de él.

—Oh, no, no —lo detuvo, posando las manos en sus hombros—. Quédese, hyung.

—Sabes que puedo sacar mi arma y asesinarte ahora mismo, ¿verdad?

Su voz se oía firme y segura, pero por dentro los nervios comenzaban a crecer. Extraño, pues había lidiado con situaciones mucho peores.

Jimin dudó un poco antes de hacer lo que tenía en mente, pero terminó por arrojar a Suga hacia atrás, haciendo que este cayera de espaldas en su cama, para posteriormente subirse encima suyo y quedarse a horcajadas sobre sus muslos. El joven de cabello platinado lo miró con curiosidad, pues jamás le había tocado cruzar caminos con alguien así de extraño en toda su vida; pero no tenía nada de miedo, solo una intranquilidad que no dejaba de crecer.

Aquel peculiar niño rico alzó una ceja mientras se mantenía atento a las expresiones del otro, quien no conseguía discernir sus intenciones. Esbozó una pícara sonrisa y se dispuso a acortar la distancia entre ambos, aproximando su rostro al cuello ajeno y deteniéndose a casi cinco centímetros de este, respirando suavemente cerca de su clavícula.

—Ya dime qué mierda quieres y termina esto de una vez —exigió, nervioso.

—Quiero que me lleve con usted.

Suga frunció el ceño ante sus palabras y movió un poco su rostro para encontrarse con la mirada aguda de Jimin, al que parecía no importarle su espacio personal, a solo centímetros de la suya. Irritado por su sonrisa, posó su mano derecha en el hombro ajeno y lo empujó hacia atrás, haciéndole caer a su costado en la cama. No recibió resistencia de su parte y le pareció extraño, pero lo realmente extraño para Suga fue el momento en el que ambos se quedaron en silencio, mirándose por unos instantes, como si se hubiesen detenido a intentar entenderse.

—¿Acaso sabes de lo que estás hablando?

—Sí, lo sé perfectamente.

—Claro que no tienes idea de lo que dices, sueltas mierda a la ligera —hizo una pausa, mirándolo de arriba abajo—. ¿Tu vida de rico es tan aburrida como para querer meterte en más problemas de los que ya tienes cargando ese apellido?

—No, no. Nada de eso, en verdad quiero ir con usted —habló, indicándole con un gesto a Suga que mantuviera la calma—. En el momento del robo yo me encontraba aquí, en mi cuarto. Y mientras ustedes hurgaban entre mis cosas, no pude evitar verlos... y ver los tatuajes que tienen usted y los demás.

Oh, a Suga definitivamente lo asesinaron los policías en el callejón.

—Espera, Park... —lo observó con mayor confusión—. ¿Estás diciendo que me seguiste por mis tatuajes? —vio que él asintió—. ¿Estás bromeando?

—No bromeo, uno de sus compañeros con la espalda al descubierto dejó ver ese símbolo a la perfección —dijo, sonriendo—. Y ahora que vi su cuello pude notarlo. Usted es miembro del "Dragón Dorado", ¿verdad?

Hubo un pequeño silencio, los ojos felinos de Suga transmitieron todo el asombro, pudo sentir su cuerpo poniéndose en alerta al ver esa mirada oscura cubierta de una falsa candidez.

—Claramente eres un Park. Nadie común sabría eso...

Suga se puso de pie con leve dificultad, observando con desagrado y aversión al joven de cabello rosa, quien no realizó movimiento alguno para detenerlo. Se irguió luego de depositar todo su peso en su pierna derecha y llevó su mano a su espalda baja, donde siempre guardaba su arma con un sujetador. Sin embargo, sintió un escalofrío que lo paralizó por un instante al darse cuenta de que no había nada allí. Su atención fue capturada por una inoportuna risita y notó que Jimin alzaba una de sus manos a la altura de su cabeza, sosteniendo sin cuidado su arma, la cual colgaba únicamente de su dedo índice por el gatillo.

—Quieres matarme, ¿verdad? —sonrió hasta cerrar los ojos—. Supongo que siempre se deshacen de los que saben demasiado, pero yo soy un Park... y siempre sé demasiado.

¡¿Cómo rayos él le había quitado el arma sin que se diera cuenta?! Ese niño era, sin duda alguna, un gran enigma para Suga, su rareza sobrepasaba los límites de su comprensión. No podía dejar de analizar la situación, intentaba encontrar en sus recuerdos algún momento de distracción que le hubiese permitido a Jimin quitarle su único objeto de defensa disponible además de los confiables puños. Y el hecho de no haberse percatado de algo tan obvio le preocupaba mucho, porque su guardia siempre se mantenía en alto.

—Dime qué mierda quieres.

—No es para alterarse así, hyung —soltó una risita burlona—. Solo estoy jugando.

—¿Qué mierda quieres? —reiteró.

—Ya se lo dije, quiero que me lleve con usted... —se puso serio, pero continuando con su actuación de niño inocente—. Dígame qué tengo que hacer para unirme a la mafia, hyung.

El de cabello platinado se quedó en silencio durante varios segundos, observando los profundos ojos de Jimin, quien parecía estar a la expectativa de una respuesta afirmativa y no dudaba en absoluto de lo que decía. Pero de verdad, lo que le estaba preguntando parecía un chiste de mal gusto, como si un ortodoxo creyente en Dios decidiera de pronto unirse a una iglesia satanista.

—¿Un Park en el Dragón Dorado? —espetó, soltando una risa irónica—. Estás loco.

—¿En verdad? Le recuerdo que yo tengo su arma... —hizo un puchero sarcástico y le apuntó con el objeto—. Sería una pena que se dispare.

—Muy pesada para tus manitos.

—¿Seguro...? —lo provocó, ladeando sus labios y disfrutando de la impaciencia ajena.

—Dame mi arma. Ahora.

—¿Qué va a hacer con solo una bala? ¿Este modelo trae la bala de refuerzo extra? —dijo, logrando que Suga se quedara atónito. Jimin, que parecía inocente con sus ojos tiernos y su cabello rosado, estaba sonriendo de manera sarcástica y tenía la situación a su favor—. Como sea, hyung... Quiero matar a alguien y usted va a ayudarme a hacerlo.


EDICIÓN 2022.

Pinky Hair Boy - YoonMin [+18] EN FÍSICO DISPONIBLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora