Desafío 17: Resultados

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¡Saludos chicas y chicos!

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¡Saludos chicas y chicos!

Es genial regresar de vuelta después de un mes de vacaciones. Hemos tenido un regreso lento, y recibimos pocas participaciones. La mayoría fueron muy buenas. Son escritores geniales y si fuera por nosotros, las incluiríamos casi todas. No obstante, tuvimos que elegir solo dos. Estas dos historias fueron las que más nos llegaron por su mensaje. ¡Enhorabuena a los seleccionados! 

No olviden regresar este próximo viernes para un nuevo desafío. Recuerden que entre más participen, más historias son seleccionadas como ganadoras del desafío. 

Silkeye

Las manos de Julio se posaron sobre la nuca de Alejandro acariciando apasionadamente sus cabellos cortos entre sus dedos mientras lo besaba. El sol del atardecer entraba entre las rendijas de las persianas haciendo visible el torso desnudo y parcialmente sudado de Alejandro, que se hallaba sobre su chico. Ambos jóvenes se encontraban solos sobre el sofá intercambiando miradas y caricias desde hacía unos minutos en lugar de estar en el instituto.

Julio desvió la mirada con nerviosismo: algo no iba bien. Sus manos temblaban, su respiración y su corazón estaban inusualmente acelerados y cada centímetro de su piel estaba emanando sudor descontrolado, su camiseta estaba empapada.

―¿Ocurre algo? ―Preguntó Alejandro observándolo inquieto. ―¿No te sientes preparado para hacerlo todavía? Puedes decírmelo... ―Advirtió deteniendo los besos y poniendo una de sus manos sobre la mejilla de Julio, acariciándolo. Él parecía intranquilo, al borde de un ataque de ansiedad.

―No puedo hacerlo Álex... ―Pronunció como pudo apartando delicadamente a su novio. Su voz sonaba quebrada, sus ojos miel estaban oscuros y húmedos. ―Yo... n-no soy capaz. ―Tartamudeó.

El chico lo contemplaba con evidente desilusión y un rostro contrariado. Julio, sin embargo, era incapaz de mantener la mirada fija en él y la dirigía hacia el suelo.

―¿Es por mí? No te gusto lo suficiente, ¿verdad? ―Su voz sonaba apagada, baja y con poca fuerza. ―Pensé que sería buena idea hacerlo por primera vez hoy que mis padres no estaban en casa, pero... yo, lo siento. ―Sus palabras se clavaban como flechas en el corazón de Julio, que no supo cómo responder.

―¡Joder, no es eso! ―Exclamó sin ser capaz de evitar que las lágrimas comenzasen a abandonar sus ojos y cubriéndose la cabeza con sus manos evitando que lo viese llorar.

Álex, absolutamente asombrado a la par que confuso se aproximó apretando con fuerza una de sus manos, haciéndolo descubrirse y apoyando su frente sobre la de Julio. Los gemidos y espasmos de Julio producidos por el llanto le impedían articular palabra.

―Shh... ―Siseó Alejandro cerrando los ojos frente al rostro de su chico. ―Cálmate... puedes confiar en mí. ―Advirtió. Los vellos de Julio se erizaron.

―T-Tengo... VIH. ―Anunció finalmente desconsolado y con la mirada perdida. Álex permaneció unos instantes paralizado sobre el sofá tratando de digerir la noticia. ―¿Recuerdas c-cuando fui a donar sangre hace unos días al hospital? ―Preguntó entre pausas. Álex asintió. ―Se pusieron en contacto conmigo para decirme que mi sangre no había sido aceptada... solo lo sabe mi familia... y ahora tú. ―Respiró profundamente y volvió a mirar al joven a los ojos. ―Todavía no he comenzado con la medicación, y me daba auténtico pánico contagiarte o que tuvieses miedo...

Álex se abalanzó rápidamente sobre el chico y le rodeó fuertemente con los brazos derrumbándose también. Julio parecía sorprendido.

―¿Y de verdad pensabas que eso iba a cambiar un ápice lo que siento por ti? ―Preguntó con lágrimas cayendo sobre sus pómulos. ―Superaremos esto juntos, Jul... encontraremos un camino...

―Te q-quiero... ―Musitó Julio entre sollozos abrazándolo.

Miss_Times

Bajé la mirada sintiendo los ojos acusadores de mis compañeros, sonrisas hipócritas rodeadas de ignorancia que esperaban un buen momento para reírse libremente. Acogí entre mis dedos un pequeño trozo de tela que usaba para sentirme mejor, no quería pensar demasiado en todo lo que me estaba ocurriendo. Desgraciadamente, no todos pensaban igual, un empujón me hizo trastabillar dos pasos atrás. Fruncí el ceño, pero no me atreví a mirar a mi atacante.

—Oh, aquí está. ¡La pene de látex! —Allí estaban, el coro de risas, murmullos y algún que otro golpe distraído.

No dije nada, no podía decir nada. Sino sería peor, unos cuantos pasos me llamaron la atención. Como acto reflejo elevé la mirada. Unos ojos pardos me recibieron con furia, el primer golpe llegó con tanta fuerza que caí hacia atrás.

—¡¿Quién te dio permiso a mirarme pene de látex?! —escupió su voz, una voz que alguna vez me enamoró. Volví a mirarle a pesar del miedo, sus labios rosados estaban decorados por una nariz perfecta. Los bellos se me pusieron de punta, recordando cuantas veces besé esos labios en el pasado. Cuantas veces esa misa voz me había susurrado protección eterna y amor incondicional.

Me creí sus viles mentiras.

—A-ana... —murmuré asustada, esperando que mi voz le hiciera recordar mejor. Tan solo recibí una patada en el pecho, me incliné al frente buscando con desespero el aire que me faltaba.

—¡No te mereces llamar a La Reina por su nombre sucia maldita! —escupió con odio una de sus mejores amigas. Ellas no se daban cuenta de cuánto dolía.

—P-perdón... —empecé a disculparme entre bocanadas esperando que al aire que me faltaba volviera a mi pecho. Las lagrima comenzaron a aglomerarse una tras otra en mis ojos.

Sentí sus delicados dedos envolver mi barbilla y obligarme a verla. Le miré a sus orbes pardas, esos mismos ojos me habían jurado con la mirada nunca traicionarme.

Me creí la sinceridad en su mirada.

—Así aprenderás de una vez que no soy una sucia perra lesbiana como tú, Amelia. —Un último golpe certero, pero éste no fue físico. Fue el golpe que me destrozó, me había dejado K. O. Ya no podía pensar bien, la cabeza me daba vueltas, las perladas gotas saladas nacían en mis ojos, vivían en mis mejillas y morían en mi barbilla.

Yo había muerto junto a esas lágrimas.

«¿Por qué nadie podía aceptar que no amaba a los hombres? ¿Por qué mi amada de parda mirada no acepta nuestra relación? ¿Por qué es todo tan horrible?»

Ese fue mi último pensamiento, mi último pensamiento coherente. Ahora, escribiendo esta carta, me siento horrible pero debo hacerlo. Las lágrimas que manchan este papel fueron secadas con mi fiel trozo de tela.

Seguramente cuando leas esto ya esté muerta pero, créeme mamá, que lo único que evitó que me muriera antes fue tu sonrisa y buena fé cada mañana.

Estate tranquila querida madre, tu hija murió pero es libre. Al fin libre.

Con amor,

Amelia.

Desafíos de Novela JuvenilWhere stories live. Discover now