• PRÓLOGO •

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Hundió sus pies bajo el suave y grisáceo lodo a orillas de la laguna. Un poco entumecidos por el frío que aún permanecía allí y habitual ante la llegada de la naciente alba.

Con sus manos, untó la punta de sus cuatro dedos, desde el índice hasta el meñique. Manchandolos todos para marcar un línea que le atravesaba el rostro. Un dibujo cósmico que habían enseñado para él sus ancestros. Dotándolo de elegancia para cuando cualquier importante ceremonia lo requiriera.

Aquella lo era.

Y sonrió, mientras las mejillas se le enfriaban con el barro humedo y tomaba un poco más con una de sus manos. Para luego deslizarlo por su cuello, hombros y estómago.

Estaba helado.

Por lo que tiritó un poco. Sintiéndose sensible a la baja temperatura, al encontrarse su torso desnudo y expuesto a la llegada del invierno.

Y se sentó en su sitio, observando como cada Jeonu tomaba ubicación frente las grandes montañas que les rodeaban. Suspirando profundo mientras cerraba sus ojos, dejando que el aire ingresara libre hasta sus pulmones y el sonido de las aves recién despertando, acariciara sus oídos.

Y se sintió plácido. Tan valioso a como lo hacía cada año, en aquella ocasión.

Pensó en su abuela y en todas las noches en que ella le despertaba a la hora precisa, donde el mapa estelar se apreciaba claro e imponente. Y esta le enseñaba a leer los puntos indicados, los necesarios para comprender los días en que las flores, las plantas y los árboles crecerían más grandes. Un pequeño secreto que harían las cosechas mas fructíferas y proveería a todos los Jeonu del alimento necesario para el día a día.

Aquello le hacía sentirse bendecido, pues sabía que esa herecia era elemental en su clan y su abuela le había escogido casi viéndolo como un don presente en él. Diciéndole en muchas ocasiones, que la luna se había pintado de rosa el día de su nacimiento. Como si esta le hubiese elegido, por entre todos los cachorros que nacieron durante aquella temporada.

Y suspiró, porque aquello era una pesada carga. Teniéndolo claro desde que era un niño y en sus sueños aparecían mensajes tal vez poco comprendidos para él, pero transcendentales para su clan.

Pero aquello no le asustaría. Jamás lo haría. Su abuela le había educado para ser fuerte. Tal vez no algo fisicamente característico de su raza, pero si mentalmente algo primordial en ella.

Era un Jeonu y eso lo haría sentirse orgulloso siempre. Así le habían enseñado.

-Ey...Jungkook- de repente y en el silencio del alba, escuchó un fino murmullo -Jungkook-por lo que giró su rostro y mirando a su lado desde donde venía aquel sonido.

- Shhh Yongsun, se discreta-le dijo a la chica a su lado, apreciando como ella llevaba las mismas marcas sobre su rostro y cuerpo.

Ella le sonrió y se acercó un poco mas hacia él, no sin antes mirar si los más antiguos le veían.

-Ay por favor primo, relajate un poco. Ni siquiera esto ha comenzado -le dijo ella bastante despreocupada, aun así manteniendo su mirada al frente, para que no notarán la conversación con el chico.

Sin embargo Jungkook negó. Yongsun acostumbraba ser inoportuna y en esta ocasión no sería diferente. No era que ella fuese una Jeonu despreciable, nadie lo era. Solo es que su personalidad espontánea y arrebatada rompía mucho con el comportamiento acostumbrado de su clan, por lo que muchos creían incluso, que la chica era fruto de un encuentro de su madre con un alfa de otro linaje.

Algo poco común, pero no por ello imposible.

Aún así él le amaba, aunque a veces sus personalidades chocaran por ser demasiado diferentes y la chica le pusiera los pelos de punta por ser tan ruidosa.

𝗘𝗔𝗥𝗧𝗛𝗤𝗨𝗔𝗞𝗘   ᵀᵃᵉᵏᵒᵒᵏ ᴼᵐᵉᵍᵃᵛᵉʳˢᵉ .•*¨¨*• ❀*̥Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt