Capítulo 19: Cada mochuelo a su olivo

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Cuando acabó la reunión se despidieron de todas y salieron al encuentro de Carlos y David, que las esperaban no muy lejos de allí, tal y como habían quedado. Pudieron reconocerles en la distancia, resguardados bajo un pequeño techado viendo que ya comenzaba a chispear. Aunque la lluvia no hubiera hecho acto de presencia hasta ese momento, el cielo nublado que se había mantenido durante todo el día ya había aventurado que era cuestión de tiempo que sucediera, algo más que habitual en aquel país.

- ¿Va a ponerse a llover? – preguntó Luisita mirando hacia arriba.

- Eso parece – dijo Andrea, imitando su gesto.

- Amor – le dio un ligero toque en el brazo para llamar su atención – saca el paraguas, que seguro que esto va a ir a más.

- Menos mal que los metí en la maleta en el último momento... porque si hubiera sido por ti, nos los hubiéramos dejado en Manchester – dijo sacándolo del bolso.

- Lo tenías que decir, eh – Amelia le dedicó una sonrisa burlona – va, ábrelo.

Se acercaron hasta donde estaban los chicos y el pequeño David se lanzó inmediatamente a los brazos de su madre, acomodándose cansado en su hombro tras unas intensas horas de juego con su padre. Ya empezaba a hacerse tarde según el horario británico, así que se apresuraron a comprar algo de cenar antes de subirse al metro y volver al apartamento.

- Por aquí – indicó Luisita con seguridad.

- Cariño, - dijo Amelia divertida, agarrándola del brazo para frenarla – que es por allí – señaló en dirección opuesta. – Tenemos que bajar en King's cross, si vamos por donde dices iríamos en sentido contrario.

Luisita resopló debido a la frustración y al agotamiento.

- Con lo controlado que tenía yo el metro de Madrid... - dijo yendo ahora por la dirección correcta. – Como en Manchester solo hay autobuses, pues claro, he perdido práctica.

- Pero para eso estoy yo, para que no te pierdas – le pasó el brazo por encima del hombro para que se apoyara en ella, notando que el cansancio comenzaba a hacer mella en su mujer.

- En realidad se lo he tenido que decir yo, - confesó Carlos – porque ella te iba siguiendo.

- Di toda la verdad, yo te lo he dicho a ti y tú se lo has dicho a ella – aclaró Andrea.

Luisita se giró levemente para mirar a su mujer sin aminorar la marcha.

- O sea que tú tampoco tenías ni idea – empezó a reírse.

- Tanto como no tener ni idea... yo sospechaba que era por aquí y ellos me lo han confirmado – se defendió.

- Ya, claro... - le puso el brazo alrededor de la cintura y siguieron caminando abrazadas.

Alrededor de media hora después, llegaron los cinco al apartamento tras un día agotador. Entre el madrugón, la mañana de turismo, y todo lo que había sucedido por la tarde, lo que les pedía el cuerpo era cenar tranquilamente y descansar, que mañana les esperaba el viaje de vuelta a Manchester. El niño no paraba de restregarse los ojos así que sus padres se lo llevaron a la habitación para acostarle.

- Amelia... - musitó abrazándola y hundiendo la cara en el hueco que quedaba libre entre su hombro y su cuello, sintiendo ese pequeño revoloteo en el estómago que le indicaba que ya estaba por fin en casa– estoy molida, menuda paliza hoy.

- Venga... - la abrazó por la cintura, estrechándola aún más contra ella y dejando un sutil beso en su hombro – ve a ponerte el pijama y así cenamos y nos vamos a dormir pronto.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERWhere stories live. Discover now