Capítulo 47: Los Gómez los crían y ellos se juntan

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Se despertó con el olor inconfundible al café que preparaba su madre. Cuánto lo había echado de menos. Giró la cabeza y sonrió al ver a Amelia dormida, parecía estar tan cómoda que le dio pena despertarla así que intentó escabullirse sin que se diera cuenta. En la penumbra del cuarto logró colocarse las zapatillas, ponerse la bata y llegar hasta la puerta sin chocarse con nada. Empezó a cerrarla muy despacio para no hacer ruido... hasta que de pronto escuchó la voz de Manolita en un tono demasiado elevado para las horas que debían de ser. Ya se le había olvidado que la tranquilidad brillaba por su ausencia en aquella casa. 

— ¿Se puede saber qué voces son estas? — fue hasta la habitación a ver qué pasaba.

— Tu hermano, que no hay manera de que se levante.

— Pero si estamos en vacaciones... — se tapó hasta arriba con el edredón.

— Para ti no hay vacaciones que valgan. Vas a estar ayudando a tu padre y a tu abuelo en el bar, a ver si así aprendes lo que es trabajar de verdad.

— ¿Qué?

— No pensarías que te ibas a ir de rositas. — levantó la persiana con muy poca delicadeza y Luisita ya descartaba la posibilidad de que Amelia no se hubiera desvelado. — Venga, en marcha. Te quiero en la mesa desayunando en cinco minutos. — se giró hacia su hija. — He dejado café y tu abuelo ha bajado a por churros, por si os apetecen.

— Vale, gracias.

No se atrevió a recriminarle lo del ruido por miedo a salir escaldada. Se ladeó para dejarla salir e intercambió miradas con su hermano Ciriaco.

— ¿Ves por qué quiero ser mayor de edad? — resopló y se levantó. — Manolín ha dejado los estudios y no le han dicho nada.

— ¿Y si Manolín se tira por un puente tú también te tiras?

— No, pero es que yo no sirvo para estudiar y estoy perdiendo los mejores años de mi vida cuando podría estar haciendo otra cosa. — dijo con resignación mientras abría el armario.

— Así que todo esto es por las notas, ¿no?

— Pues sí, por las dichosas notas.

— ¿Tan malas han sido? — se apoyó en el marco de la puerta.

— Tan malas tampoco... he aprobado gimnasia. — murmuró. 

— ¿Te ha quedado religión? Pero si solo con asistir ya lo tienes hecho.

— Ya, pero es que me tienen manía. — se quitó la camiseta del pijama y se puso un jersey.

— ¿Por qué será que no me lo creo? —cruzó los brazos.

— Bueno... puede ser que un día soltara que Dios no existe porque no hay pruebas científicas que lo demuestren.

— ¿Y a ti cómo se te ocurre decir eso?

— Pues porque es cierto, se lo he escuchado al abuelo mil veces. — se abrochó el pantalón. — ¿No dice la Biblia que está mal mentir? Pues dije la verdad, lo que pienso.

— Para otras cosas bien que mientes y no te tiembla el pulso.

— Perdona pero yo no miento, solo oculto información a veces. — se defendió.

— Ya... como cuando le dijiste a María que llevábamos semanas en Manchester y que se me había olvidado llamarla.

— Eso no fue así, es su palabra contra la mía. — terminó de colocarse los calcetines y los zapatos.

— ¡Ciriaco! ¡Dos minutos te quedan! — se escuchó a Manolita desde la cocina.

— ¡Que sí, que ya voy! — le contestó en el mismo tono.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERWhere stories live. Discover now