Capítulo 42: Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas

623 40 5
                                    

Jueves, 20 de octubre de 1977

Vaya...

— Debe de haber sido por los cambios de temperatura. — tosió un par de veces. — Me sabe fatal tener que pedirte esto pero...

Luisita, quédate descansando el tiempo que necesites que nosotros nos apañamos. — contestó antes de que se lo planteara siquiera.

— Gracias, de verdad. Te prometo que mañana me quedo más horas para compensar.

Tranquila, no hay ninguna prisa. Lo que tienes que hacer es recuperarte bien que el domingo hay que celebrar tu cumpleaños por todo lo alto.

— Eso por supuesto.

Hazte algo caliente y abrígate bien.

— Sí, eso haré. De todas formas si mañana me encuentro mejor te aviso y me paso por el despacho.

Bueno, como quieras. Pero si te veo indispuesta te mando para el hostal otra vez, eh.

— No hará falta.

Pues seguimos en contacto, cualquier cosa que necesites no tienes más que llamar.

— Muchas gracias — le reiteró. — No te entretengo más que bastante tiempo te he quitado ya.

Qué va, mujer, si para eso estamos. Un abrazo, guapa.

— Igualmente, adiós.

Colgó y suspiró aliviada. Terminó de ponerse la parte de arriba y entró al baño para maquillarse.

— Pues sí que había correo. — escuchó desde dentro. — Adivina de quién.

Le puso la tapa al pintalabios y empezó a guardarlo todo en el neceser.

— ¿De mis padres?

Marcelino estaba empeñado en mandarles una cesta de embutidos porque siempre decía que a saber lo que estarían comiendo por ahí, que como la gastronomía española no había ninguna.

— Frío.

— Pero dímelo.

— Primero sal.

La rubia suspiró y abrió la puerta, encontrándose a su mujer en medio de la habitación con una carta y un paquete en la mano.

— Menudo despliegue, ¿no?

— Es de Marina. — se lo dio y Luisita lo sacudió para intentar adivinar lo que podía ser. — A ver si va a ser delicado y te lo cargas antes de tiempo.

— Si ha sobrevivido a todo el camino no hay quien lo rompa ya — dijo despreocupada y lo dejó sobre la mesa para abrirlo.— Hala, qué bonito.

— ¿Qué es? — se acercó Amelia para cotillear.

— Un gorro. — sonrió al percatarse de que llevaba bordadas las palabras «Onda Libertad».

— Pruébatelo, a ver cómo te queda.

Y al sacarlo Amelia se fijó en que habían más cosas dentro.

— Mira, hay una nota. «¡Feliz cumpleaños, Luisita! Para que siempre tengas un pedazo de Onda Libertad allá adonde vayas. El otro día te dedicamos unas palabras en la radio y te las hemos grabado para que las escuches cuando quieras, esperamos que te gusten. De tus amigos y compañeros radiofónicos: Marina, Mateo y Fede.» — leyó.

Hasta la pegatina del casete estaba personalizada con su nombre y dibujos.

Amelia la notó algo emocionada así que le pasó la mano con cariño por el brazo para reconfortarla.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERKde žijí příběhy. Začni objevovat