Capítulo 13: El amor es la mejor medicina

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Dos semanas después. 26 de julio de 1977.

- Aquí llegan los refuerzos – anunció Amelia entrando por la puerta, con varias bolsas en la mano.

- Por fin – celebró Luisita, que estaba tumbada en la cama viendo la tele. - ¿Cómo es que has tardado tanto?

- Sólo ha sido media hora.

- Pues se me ha hecho larguísima – suspiró.

- Toma – le acercó una pequeña caja – me ha dicho Andrea que te tomes una de estas, que sirven para el dolor de cabeza.

- A ver si me hacen algo.

- ¿Alguna novedad?

- No, a la espera sigo... y espero que no tarde, porque cuando empiezo así... - haciendo alusión a los dolores que a veces le ocasionaba la regla.

- Debe estar al caer, porque yo empecé anoche.

- ¿No te parece curioso que las tengamos sincronizadas? – preguntó antes de echarse la pastilla a la boca.

- La naturaleza, que es sabia – y se agachó para darle un beso.

- Oye, - miró a la mesa- ¿has comprado algo más?

- He aprovechado para ir a la tienda y traer compresas – dijo sacándolas de la bolsa.

- Aquí hay para tres meses – rio.

- Así nos duran más – volvió a meter la mano en la bolsa – y galletas, que no te falten.

- ¿De chocolate?

- La duda ofende... son estas que tanto te gustan – se las enseñó.

- Ay, dámelas – alargó los brazos como si fuera una niña pequeña reclamando su juguete favorito.

- ¿Ahora? Luego no vas a querer comer.

- Sólo un par, Amelia... - le rogó – que estoy mala.

- Bueno... - se rindió, abriendo el paquete y acercándoselo.

- Gracias – le dedicó una amplia sonrisa, satisfecha por haberse salido con la suya.

Amelia negó ligeramente con la cabeza, a la vez que una pequeña sonrisa se le empezó a formar de manera instantánea. Se apoyó en la mesa y se quedó unos segundos observando cómo se las comía, con un entusiasmo que a Amelia le provocó una felicidad inmensa. Le resultaba fascinante que una escena tan sencilla pudiera hacerla sentir tan bien. Y podría pasarse el resto de su vida así, encandilada por cada gesto, cada mirada y cada palabra que proviniera de esa personita que tenía en frente.

Era muy afortunada, a pesar de todos los baches que se habían encontrado por el camino, a pesar de todas las tormentas que se pudieran originar de ahora en adelante... nada de eso podría enturbiar este sentimiento de plenitud que la invadía en momentos como este. Y se veía en la obligación de atesorar eso que Luisita y ella tenían como si fuera lo más preciado que existiera en el mundo. No sólo por ella, también por toda esa gente que no había tenido la oportunidad de vivir algo así, tan intenso, tan desinteresado... tan puro. Su mente no pudo evitar pensar en su madre, como llevaba haciendo desde hace unos días. Había intentado llamarla antes de dejar Madrid, pero no obtuvo respuesta. ¿Debía intentarlo otra vez?

- Amelia – repitió Luisita.

- ¿Qué? – sacudió ligeramente la cabeza, como si de esa forma fuera a desvincularse de esos pensamientos y volver a la realidad.

- ¿Estás aquí? – bromeó – te preguntaba por lo que queda en la bolsa.

- Ah, sí... unos plátanos, que he leído que vienen bien para la fertilidad.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin