Capítulo 34: Una imagen vale más que mil palabras

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Domingo, 18 de septiembre de 1977

Era un día digno de marcar permanentemente en el calendario. Merecedor de ocupar todas las portadas a nivel mundial, abrir todos los telediarios y ser anunciado a bombo y platillo en todas las emisoras de radio. Era un día de esos que dejan huella, de los que años después recuerdas entre sonrisas nostálgicas e incluso lágrimas de emoción. De esos que te convierten en una persona privilegiada, que te hacen desear que algunos momentos se pudieran vivir más de una vez y, si fuera posible, hasta quedarse a vivir en ellos. Un día en el que unos conscientes de ello y otros sin serlo, iba a suceder algo histórico.

Amelia Ledesma volvía por fin a subirse a un escenario, volvía a su segunda casa. A ese sitio donde podía ser ella misma y expresar todo aquello que resulta difícil transmitir solo con palabras. Para ella era un lugar mágico. No importaba la ciudad ni el país, el escenario era un espacio universal y siempre lo pisaría con las mismas ganas y el mismo entusiasmo.

Había sido una semana de lo más ajetreada. Desde el martes que le comunicaron que tenía que incorporarse de inmediato para llegar a la función del domingo, había estado combinando el trabajo en el restaurante con los ensayos. Por suerte los compañeros y compañeras no podían haberla recibido mejor y le habían facilitado mucho las cosas, al igual que le sucedió en aquellos primeros ensayos con sus ahora amistades parisinas. Sin embargo, a pesar de la carga de trabajo estaba siendo mayor de la que tuvo cuando llegó al Moulin Rouge, se sentía mucho mejor y sobre todo más tranquila. 

La magnitud de la obra no era la misma que la de aquel musical que hizo en París pero no le importaba demasiado. No había perdido esas ganas de comerse el mundo y por supuesto que quería apuntar mucho más alto, pero no estaba dispuesta a pagar cualquier precio para conseguirlo. Había podido comprobar que alcanzar la fama no le había dado la felicidad, al menos en todos los sentidos. No podía disfrutar de todos sus éxitos de la misma forma si no tenía a Luisita a su lado y aquella temporada sola en la capital francesa se lo había dejado más que claro. Su relación no era incompatible con su vocación, solo debía buscar un equilibrio para no descuidar ninguna.

Ya contaba las horas para sentir de nuevo esos nervios y esa adrenalina que le recorrían por el cuerpo cada vez que se enfrentaba al público. Era adictivo. Una de las mejores sensaciones que había experimentado nunca y que hacía que no quisiera cambiar esa profesión por nada en el mundo. Había nacido para ello y aunque no se le caían los anillos por trabajar en lo que fuera si las circunstancias lo requerían, sabía que tarde o temprano debía volver a intentarlo porque lo necesitaba como el respirar. Esa sensación de libertad, la pasión, la alegría que la embargaban antes y después de bajarse del escenario solo podían compararse a lo que sentía cuando estaba con Luisita. Y ahora que podía disfrutar de ambas cosas, se veía del todo imparable.

Amelia Ledesma estaba de vuelta, ahora sí, en todos los sentidos posibles y con todas las letras.

- Qué envidia – dijo Leonor, atenta a lo que contaba Amelia sobre sus experiencias entre bastidores. – Hay que ver lo bien que os lo pasáis.

- Pues si queréis... - y con una pequeña sonrisa se metió la mano al bolsillo. – podéis venir hoy a la función – les enseñó cinco entradas. – y luego os pasáis por la zona de camerinos.

- ¿En serio? – preguntó patidifusa y miró a su hermana que también sonreía y parecía conocedora de aquella sorpresa. – Así que por eso me dijiste que se habían agotado y no podíamos comprarlas.

- ¿A que estuve convincente? – dijo presumida.

- Pero os deben haber costado una barbaridad, no podemos –

- Qué va, nos suelen regalar unas cuantas y como es una función pequeña no hay muchas restricciones. – aseguró Amelia. – De verdad, cogedlas. Nos hace mucha ilusión que vengáis.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora