Capítulo 23: El tiempo acaba poniendo todo en su sitio

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Domingo, 7 de agosto de 1977

Los domingos siempre habían sido el típico día para pasarlo en familia. Ya era tradición que los Gómez se reunieran en casa para comer y pasar la tarde hablando de sus cosas y jugando a juegos de mesa. Todo eran risas y alegría entre esas cuatro paredes y cada uno aportaba algo que hacía que aquellos días se volvieran de lo más memorables: Marisol y Manolín con sus rifirrafes, Ciriaco con sus travesuras que contrastaban con la personalidad más tranquila pero curiosa de Catalina, que siempre andaba haciendo mil preguntas, las bromas de Marcelino y sus conversaciones sobre fútbol con su yerna, las reflexiones de Pelayo, las anécdotas que Manolita recordaba de cuando eran pequeños, la simpatía que caracterizaba a Amelia, la vitalidad que Luisita poco a poco había ido recuperando... pero sin duda lo más importante era ese amor que se tenían y que se podía respirar en el ambiente nada más entrar a esa casa. Aún se les hacía raro despertarse sin esa cita pendiente, sin esa necesidad de darse prisa para no llegar tarde o esa llamada de Manolita preguntando que si les faltaba mucho mientras Amelia se daba los últimos retoques en el baño. Ahora no les quedaba otra que aferrarse a esos recuerdos y consolarse con haber podido ser partícipes de ellos. Aunque no compensaba en absoluto la ausencia de sus seres queridos, su nuevo concepto de los domingos también tenía sus ventajas. Podían permitirse despertarse cuando el cuerpo se lo pidiera y quedarse en la cama el tiempo que les pareciera conveniente, disfrutando de esa intimidad que era suya y solo suya.

Ese domingo Amelia fue la primera en despertarse y estuvo un buen rato mirando a su mujer en silencio, pensando en como parecía el más inocente de los ángeles a pesar de ser todo un torbellino que no paraba quieta cuando lograba ponerse en pie. Una sonrisa se formó en su cara cuando vio que empezaba a abrir los ojos a duras penas antes de darle los buenos días con esa voz de dormida y esa sonrisa tímida que tanto le encantaban.

- Buenos días – susurró estrechándola entre sus brazos mientras que Luisita se acurrucaba en su pecho.

- ¿Te has despertado hace mucho?

- No – mintió. - ¿Cómo has dormido?

- Muy bien, ¿y tú?

- Mejor que ayer.

- Es que el viernes te pasaste.

- No – se defendió. – lo que pasa es que no estoy acostumbrada a beber y se me sube en seguida. 

- Ya, será eso – giró la cabeza levemente para mirarla.

- Que sí, si yo desde que nos pillamos aquella borrachera cuando lo de Sebas-

- Ni me la recuerdes – la interrumpió y Amelia echó a reír.

- ¿Tienes hambre? – Luisita asintió. – Pues nos vamos a tener que levantar.

- Bueno, nos podemos quedar un rato más... que estoy muy a gusto así.

- ¿Qué? ¿Soy cómoda?

- Mucho. Más que la almohada.

Amelia sonrió y se acercó para besarla.

- A ver si te vas a volver a quedar dormida.

- No lo descarto. – dijo con una amplia sonrisa antes de darle otro beso.

Acabaron desayunando o comiendo, según se mire, en la cafetería donde normalmente quedaban con Sandra. Después volvieron al hostal dando un paseo, disfrutando de la agradable temperatura que solía haber al mediodía cuando la lluvia daba una tregua. El quiosco les pillaba de paso así que aprovecharon para comprar un ejemplar del Sunday Mirror.

- Nuestra amiga la reina en portada – bromeó Luisita mientras seguían caminando.

- ¿Qué dicen de ella?

ENTRE MADRID Y MANCHESTEROnde histórias criam vida. Descubra agora