Capítulo 8: Nunca es tarde si la dicha es buena

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Luisita abrió lentamente la puerta del baño, ya preparada para su cita y nerviosa ante lo que le esperaba una vez saliera. Alcanzó a ver a Amelia de espaldas, que estaba acabando de ponerse los pendientes en frente del espejo y no le hizo falta más para saber que estaba perdida. Cuando se percató de su presencia, Amelia se giró para recibirla y en ese momento Luisita empezó a sentir que le faltaba el aire, y es que su mujer no tenía nada que envidiarles a las estrellas de Hollywood de las que tanto hablaban por la televisión. De hecho, con ese vestido negro, podía imaginársela perfectamente haciendo aquella escena tan famosa de Gilda, donde el personaje de Rita Hayworth cantaba Put the blame on Mame.

- Estás impresionante – dijo Amelia, a la que también le costó articular palabra después de verla con ese vestido que llevó en la nochevieja del año pasado, cuando la distancia y la tensión era más que evidente entre ellas, pero que ahora cobraba un sentido totalmente distinto y se desvinculaba por completo de los malos recuerdos.

- Anda que tú... - resopló, sin poder creerse la suerte que tenía de contar con semejante mujer en su vida.

- ¿Sabes qué? Este es el vestido que me puse para nuestra primera cita en el hotel.

- ¿De verdad? – preguntó mirándola de arriba a abajo.

- De verdad – rio – Lo reservaba para una ocasión muuuy especial... - la agarró por la cintura – y no se me ocurre nada más especial que celebrar que estoy casada con la chica más guapa y buena de todo Madrid.

- ¿De Madrid sólo? – preguntó divertida.

- De Manchester también – contestó, iniciando otro de sus cotidianos tira y afloja que tanto le encantaban.

- Ah, muy bien... - y Amelia la calló con un beso, porque siempre acababan así.

- ¿Mejor? ¿O hasta que no te diga que eres la más guapa y la más buena del mundo no vamos a cenar?

- No puedes decir eso, porque esa persona eres tú – sonrió Luisita, triunfante, devolviéndole otro beso y dejándola fuera de juego – venga, vámonos.

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- Vamos a brindar – dijo Amelia levantando su copa – por nosotras.

- Por nosotras – repitió, chocando sus copas.

- Y por nuestro primer día de matrimonio.

- Y los que nos quedan.

Pidieron unos espaguetis para las dos, viendo que los platos eran bastante grandes y se pasaron la cena hablando de todo y de nada, disfrutando de la compañía de la otra porque no había nada en el mundo que les gustara más. Cuando terminaron de comer, Amelia se quedó unos segundos mirando el plato, pensativa, y Luisita se fijó en que algo estaba rondándole la cabeza.

- ¿Estás bien?

- ¿Eh? Sí, sí, es que le estaba dando vueltas a una cosa.

- ¿A qué?

- A cuándo nos habríamos casado en circunstancias normales... ya sabes.

- Ah, yo eso lo tengo claro.

- ¿Sí? A ver, cuenta – la miró atenta.

- Bueno, ya que nos ponemos, empezamos desde el principio – bebió un poco de vino – yo me hubiera dado un mes máximo para empezar a salir contigo.

- ¿En serio?

- Sí, porque cuando te vi la primera vez ya sentí una conexión especial – le mantuvo la mirada – si tardé tanto fue porque tuve que hacerme a la idea y aceptar lo que me pasaba, también por miedo... pero si no hubiera sido por eso, me habría lanzado a por ti de cabeza desde el principio.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERWhere stories live. Discover now