Lunes, 31 de octubre de 1977
Se quedó parada frente a la fachada de la facultad, con el corazón tan acelerado que parecía que se le iba a salir por la boca. No recordaba la última vez que se había sentido así. Le daba igual el frío o que pudiera ponerse a llover de un momento a otro, su cabeza solo pensaba en qué iba a hacer cuando la tuviera delante. Aunque se había decidido a dar ese paso, en el fondo no se veía preparada, todo aquello le estaba viniendo demasiado grande y seguía con el miedo y el vértigo en el cuerpo al saber que no podía dar marcha atrás y que todo volviera a ser como antes. ¿Estaría enfadada con ella? ¿Era demasiado tarde para hablar sobre lo que había pasado?
— ¿Qué haces aquí? — escuchó a sus espaldas.
Tragó saliva y se giró al reconocerla de inmediato. Con un simple vistazo pudo apreciar sus ojeras, la falta de energía por el cansancio acumulado, la apatía que reflejaban sus ojos... y le dolió incluso más que si se hubiera encontrado una mirada llena de rencor.
— He... he venido a verte. Quería hablar contigo.
— ¿De qué?
— De lo que pasó el otro día.
— Ah, ya, del error. — dijo citando lo que le había puesto en aquella nota. — No te preocupes, ya está olvidado.
— Di, lo siento... sé que no lo he hecho bien.
— Da igual.
— No, no da igual. — le mantuvo la mirada.
— Yo me conformo con que podamos seguir siendo amigas.
Betty bajó la vista y se metió las manos en los bolsillos.
— Ya, pero... ¿qué pasa si no sé lo que quiero?
Diana se quedó descolocada al oír eso.
— Creo que es mejor que hablemos en otro sitio. — dijo al ver un par de gotas sobre su abrigo.
Miraron hacia arriba y comprobaron que los nubarrones negros ya estaban encima.
— ¿Dónde siempre? — Betty asintió y las dos sonrieron tímidamente.
Fueron a la cafetería donde tantas tardes habían pasado y se sentaron en la que ya era prácticamente su mesa. Diana se ofreció para ir a la barra y ni le preguntó qué iba a querer porque ya sabía lo que tenía que pedirle.
— Aquí tienes. — se lo dejó en la mesa.
— Gracias. — agarró la taza con las manos y aprovechó para calentárselas.
Diana abrió su sobre de azúcar, lo vació en el té y empezó a darle vueltas con la cuchara.
— Bueno... — lo dijeron a la vez y se rieron por la coincidencia.
— Tú primero.
— No, tú. — insistió Diana.
— ¿Seguro? — ella asintió. — Bueno, pues que... necesitaba pedirte perdón por haber reaccionado de esa manera, me pilló por sorpresa y lo primero que me salió fue huir.
— Lo entiendo, no fue eso lo que me dolió.
— Estaba hecha un lío y... pensé que lo mejor iba a ser que dejáramos de vernos.
— ¿Y por qué ahora has cambiado de opinión?
— Porque estos días te he echado mucho de menos, no he podido dejar de pensar en ti. — en un arranque de valentía puso la mano encima de la suya. — Di, no quiero perderte, y mucho menos por esto. — Diana miró sus manos juntas. — Necesito que tengas paciencia conmigo.
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ENTRE MADRID Y MANCHESTER
Romance¿Cómo fue el último día de Luisita y Amelia en Madrid? ¿Cómo fue su vida desde el momento que pisaron Manchester? ¿Cómo vivieron el proceso de la fecundación in vitro? ¿Qué dificultades se encontraron a lo largo del camino? ¿Consiguieron ser felice...