Capítulo 41: La cabra siempre tira al monte

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Miércoles, 19 de octubre de 1977

— Hay voces que se parecen mucho. — dijo mientras le echaba el sobre de azúcar al café.

— Que no, Amelia, que es ella. Estoy segura.

— Por muy segura que creas estar no vayas a decirle nada directamente, eh. Que nos conocemos.

— ¿Y entonces cómo la ayudo?

— Pues por teléfono, como hasta ahora. —contestó como si fuera lo más evidente y sensato del mundo. — Lo que no puedes hacer es soltarle: «Hola, ¿eres Artemisa la que llamó el otro día a una línea telefónica para lesbianas? Es que resulta que te atendí yo».

— No estás entendiendo nada. — rodó los ojos y siguió untándose la mermelada en la tostada.

— Claro que lo entiendo, pero es que parece que se te olvida que estamos hablando de la hija de tu jefa. ¿Te vas a arriesgar a quedarte sin el trabajo?

— Que te digo que estoy segura de que es ella, caramba. — repitió ya algo enfadada y Amelia suspiró porque no era la primera vez que se enfrentaba a su cabezonería.

— Vale, está bien. Es ella. — cedió. — ¿Y si le cuenta a su madre que eres lesbiana qué?

— No creo que le vaya a decir nada y de todas formas aquí no es delito.

— Pero es su tienda y es libre de contratar y despedir a quien quiera. — Luisita la miraba en silencio con el semblante serio. — Cariño, esa chica todavía no ha asumido lo que ha pasado. Ni siquiera te dio su nombre real porque se avergüenza del beso que le ha dado su amiga.

— ¿Y qué? ¿Eso ya significa que le vaya a ir con el cuento a su madre?

— No lo sé, pero no está bien y sus reacciones ahora son impredecibles.

— A mí me pasó algo parecido y nunca pensé en delatarte.

— La situación es distinta y lo sabes. — razonó. — No es lo mismo despedir a alguien que mandarlo a la cárcel.

— Alguien tiene que ayudarla. — siguió en sus trece.

— No he dicho en ningún momento que no lo hagas, solo que es mejor hacerlo por teléfono.

— ¿Y si no vuelve a llamar?

— Pues entonces habrá que respetar su decisión y darle su espacio. ¿O te piensas que presionándola lo va a aceptar antes?

Sabía que sus intenciones eran buenas pero es que esa impulsividad suya le perdía.

— Claro, nos quedamos mano sobre mano como si no supiéramos nada y ya está. Qué fácil.

—Ya te he dado mi opinión, ¿vas a hacer lo que te dé la gana de todas formas? Pues adelante, allá tú. — bebió y se levantó de la silla. — Voy al baño.

Luisita resopló al verla marcharse y se cruzó de brazos.

Llevaba pensando en aquella chica desde que coincidió con ella y la relacionó con la voz de la llamada. No porque el caso tuviera nada de especial, sino por lo mucho que inevitablemente le había recordado a su propia experiencia. Ella había tenido la suerte de contar con su hermana María para hablar y deshacer poco a poco esa madeja de pensamientos contradictorios pero Betty no tenía a nadie. Había llamado a una línea telefónica para lesbianas a la desesperada, intentando comprender algo que era evidente que le estaba viniendo demasiado grande. Conocía perfectamente esa sensación y lo que suponía debatirse entre la cabeza y el corazón, enfrentarse a una realidad completamente distinta de la que se muestra en el día a día. Sí, puede que se lo estuviera tomando como algo personal, ¿pero quién mejor que ella para ayudarla? Además, ¿qué pasaba con la otra chica? También lo estaría pasando mal y si había dado ese paso debía ser porque sentía algo por Betty. Estaba claro que necesitaban una intermediaria, ¿y si dejaban escapar al amor de su vida por no tener las herramientas para verlo?

ENTRE MADRID Y MANCHESTERWhere stories live. Discover now