Capítulo 48: La gota que colmó el vaso

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25 de diciembre de 1977

— ¿Qué? ¿Tenemos resaca?

— Solo un poco... — se restregó la mano por la cara, sin llegar a abrir los ojos.

— Y eso que fueron dos copas, te me estás haciendo vieja.

— Oye, no te pases...

Luisita rio y le dio un beso en la frente.

— Voy a traerte una aspirina.

— Gracias...

Esperaba encontrarse la cocina vacía pero sus padres ya estaban en la mesa desayunando.

— Hombre, la primera en despertarse. — dijo Marcelino antes de que le diera un beso.

— ¿El resto sigue en la cama? — le dio otro beso a su madre.

— Sí, hija, sí. Hoy es día de remolonear hasta las tantas.

— ¿Y vosotros por qué no habéis hecho lo mismo?

— Alguien tiene que estar al pie del cañón y preparar la comida de Navidad. — la vieron abrir el armario y sacar el bote de las aspirinas. — ¿Te encuentras mal?

— ¿Eh? No, no es para mí es para Amelia. Anoche bebió un poco y le ha sentado mal.

— Vaya... pues espero que se mejore, que tiene que probar mi estofado.

— Solo es un poco de resaca, se le pasará.

— Antes de que te vayas, hija, — dijo Manolita al ver su amago de salir. — que te queríamos pedir un favor.

— ¿Qué pasa?

— Había pensado en salir mañana a comprar... ya sabes qué y así aprovechar que no habrá tanta gente, que todos los años se forman unas colas horribles.

— Vamos, que entretenga a Cata y a Ciriaco para que no sospechen nada, ¿no? — su madre asintió. — Vale, sin problema.

— ¿Qué le habéis traído vosotras? No vaya a ser que pensemos lo mismo y se repitan. —preguntó Marcelino.

Luisita miró hacia atrás y cerró la puerta para evitar cualquier posible espionaje.

— Por el de Cata no os preocupéis porque aquí todavía no las venden. Le hemos comprado una Barbie.

— ¿Una qué?

— Una Barbie. — repitió. — Es una muñeca, como la Nancy pero americana.

— Ah...

— Y a Ciriaco un monopatín.

— ¿Cómo que un monopatín? Pero si eso es muy peligroso.

— Ay, mamá, no te pongas sobreprotectora que ya no es un crío.

— A ver, digo yo que usándolo con responsabilidad...

Manolita le echó una mirada recriminatoria a Marcelino por llevarle la contraria.

— Bueno, me voy que Amelia sigue esperando que le lleve la pastilla.

Se escaqueó como pudo y fue corriendo a la habitación.

— Toma.

— ¿Y el agua?

— Mierda... — suspiró llevándose una mano a la nuca. — No tardo.

Volvió a la cocina y en cuanto entró y los dos la vieron dejaron de cuchichear.

— El agua, que se me había olvidado.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora