Capítulo 43: A caballo regalado no le mires el precio

628 40 5
                                    

Sábado, 22 de octubre de 1977

Su último cumpleaños consistió en levantarse por la mañana e ir a despertar a sus hermanos pequeños para ir al colegio. No tenía ganas de nada, para ser sincera, pero sabía que quedarse en la cama todo el día tampoco le iba a servir de mucho. Hiciera lo que hiciera esa tristeza que se había transformado en su sombra iba a seguir ahí pero lo último que quería era convertirse en una carga.

Cata no solía dar problemas, cosa que agradeció. Cuando se espabiló un poco la miró, todavía con carita de cansada, y le dio un abrazo enorme mientras le decía "Felicidades, Luisi" con esa vocecilla tan adorable que contra todo pronóstico logró arrancarle una sonrisa. Luego estaba Ciriaco que era harina de otro costal, para echarle de comer aparte. No había día en que no diera la nota y ese no fue una excepción. Finalmente logró que se pusiera en pie pero no faltó la sucesiva retahíla de quejas. Luisita se preparó para escuchar una de sus típicas frases, un "ya eres un año más vieja, hermana" o algo por el estilo, pero en lugar de eso la abrazó y le deseó un feliz cumpleaños como una persona civilizada.

Debía ser verdad eso de que por mucho que intentes mantener a los niños al margen de los problemas siempre acaban dándose cuenta de que algo va mal, como si pudieran notarlo en el ambiente. Eso o que disimulaba fatal, que también podía ser.

Por el pasillo se cruzó con Manolín, todavía en pijama y medio dormido, que iba de camino al baño. Le dio los buenos días y él se esforzó en ponerle su mejor cara, a pesar de las horas que eran, felicitándola también con una efusividad que no era habitual. Cuando llegó al salón, sus padres y su abuelo, que estaban desayunando, se levantaron en cuanto la vieron para darle un achuchón de esos que te dejan sin respiración y comenzaron a recordar con nostalgia la época en la que tenía que ponerse de pie en la silla para alcanzar a soplar las velas.

Todos los años le compraban la misma tarta de chocolate, su favorita desde que tenía uso de razón. Esperaron a que estuvieran todos sentados a la mesa para cantarle el "Cumpleaños feliz" y que pidiera su correspondiente deseo. Catalina se acercó curiosa a preguntarle qué es lo que había deseado y su abuelo le dijo que era un secreto que no se podía revelar, porque de hacerlo no llegaría a cumplirse. Siempre había pensado que eso era una tontería, una superstición, pero al mirar esa silla vacía justo en frente de ella no pudo evitar recordar aquel deseo que se iba a quedar en eso, en un simple deseo.

— Ya sé que decir lo que has pedido trae mala suerte, o eso dicen, pero ya te digo yo a ti que eso es mentira.

— Quieres saberlo, ¿no?

— Pues claro.

— Pues mira, he pedido que la persona que más quiero en este mundo me acompañe durante todos los cumpleaños de mi vida. De ahora hasta que me muera.

¿De verdad su mala suerte venía de ahí?

Abrir su regalo fue como recibir una bofetada de realidad. Otra más. Era un vestido precioso al que le tenía echado el ojo desde hacía tiempo, pero que no se había comprado porque le parecía demasiado caro. No se lo había comentado a nadie más, así que solo ella podía estar detrás de eso. Ya se había ofrecido a regalárselo de sus ahorros cuando pasaron por delante del escaparate y le comentó que le gustaba, hasta les costó una pequeña discusión porque se negó en rotundo a aceptarlo. Conociéndola no le extrañaba que además de haber dado la idea también hubiera puesto parte del dinero para comprárselo, incluso podía imaginársela diciendo "al menos así no me lo vas a poder rechazar". Ya no estaba allí pero seguía apañándoselas para salirse con la suya.

Típico de Amelia.

Habían pasado ya unos días y seguía sin creerse que se hubiera marchado para siempre, todavía miraba a la puerta de casa y esperaba que llamara de un momento a otro para decirle que todo eso no era más que una pesadilla, que la quería y que nada ni nadie iba a poder separarlas jamás. No solo se le estaba haciendo cuesta arriba lidiar con su ausencia, también le estaba costando horrores asumir que a veces con quererse no es suficiente, que ellas se querían con locura y aun así... no podía ser.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora