Capítulo 52: Segundas partes también pueden ser buenas

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Viernes, 5 de enero de 1978

"Muy enamorada tengo que estar de Luisita para aguantar a sus hermanos gritando como posesos."

Amelia sonrió al recordar esa conversación con Ana, hacía ya dos años, al volver de aquella cabalgata que acabó en batalla campal entre Melchor y Baltasar por culpa de Ciriaco. Los gritos eran los mismos, porque Ciriaco se había propuesto de nuevo salir de allí con la mayor cantidad de caramelos posibles, pero esta vez al girarse no se encontró con la mirada de Luisita, su amiga con la que estaba rara porque se habían besado por primera vez y seguían sin hablar de ello, sino con la de Luisita, su mujer, con la que quería tener hijos. Sus sonrisas tampoco eran las tímidas y algo esquivas que se dedicaron en 1976, las de ahora estaban llenas del amor que habían forjado pese a las adversidades. Sí que estaba enamorada, sí, y cada día un poco más. 

— ¡Ciriaco! ¡Ven aquí ahora mismo! — le gritó Manolita cuando le vio pelearse con un niño más pequeño que él por unos caramelos.— ¡Ciriaco! Nada, ni caso. — se acercó y le agarró de la manga del abrigo para que se levantara.

— ¡Yo he llegado primero, mamá! — se quejó, mientras el niño hacía pucheros. — ¡Y ahora encima se hace la víctima!

— ¿Tú no vas presumiendo de lo mayor que eres? Pues predica con el ejemplo, anda. — le recriminó alzando la voz para que la escuchara en medio de aquel jaleo. — Menuda vergüenza que me haces pasar todos los años.

El resto de la familia mientras tanto presenciaba la escena desde la distancia, esperando a que la siguiente carroza llegara hasta su altura.

— Esto ya es tradición. — dijo divertida Luisita.

Vieron que ya volvían Manolita y Ciriaco, todavía discutiendo.

— Además, ¿para qué quieres tú tantos caramelos? Te va a dar una indigestión.

— ¿Sabías que los caramelos no caducan? Me los puedo comer poco a poco.— Manolita le volvió a recriminar con la mirada y el resto se echó a reír. — Y que los iba a compartir con Cata, que como es tan buena se conforma con los cuatro caramelos que se encuentra por el suelo que no quiere nadie.

La pequeña fue corriendo a abrazar a su hermano mayor.

— No le regañes, mamá.

— Lo que me faltaba por ver...

— Bueno, venga, ya está. — dijo Marcelino. — Que ya llega la carroza de Baltasar.

Ciriaco y el rey mago cruzaron miradas durante unos segundos, reconociéndose de años anteriores, y el pequeño de los Gómez frunció el ceño como retándole.

— No la líes más, eh. Que te conozco. — le advirtió su madre, que no le pensaba quitar el ojo de encima.

— Que no... — refunfuñó y se colocó al lado de sus hermanas, cruzándose de brazos. — Todo el año planeando cómo acercarme a tirarle de la barba para nada...

Luisita y Amelia, que le escucharon, se miraron y no pudieron evitar soltar una carcajada.

**

Los pequeños se acostaron temprano, después de dejar el plato con agua y unos vasos de leche para cuando llegaran los reyes, y poco a poco todos fueron haciendo lo mismo. Manolín y Marisol se quedaron con Luisita y con Amelia viendo la tele en el salón hasta que se acabó la programación y decidieron irse a la cama también, dejándolas solas. Luisita se acomodó un poco más entre los brazos de Amelia y esta le dio un beso en la cabeza mientras le acariciaba la espalda por debajo del jersey.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora