Capítulo 50: Hablando del rey Melchor...

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Martes, 3 de enero de 1978

Marcelino amaneció pachucho, o al menos eso es lo que le dijo al resto. Se acercaba el día de los reyes magos y todavía no había podido sacar un hueco para escribir sus famosas cartas haciéndose pasar por Melchor así que fue la excusa que se le ocurrió para conseguir quedarse solo en casa. Se puso el bolígrafo en la boca porque le ayudaba a concentrarse y trató de buscar las palabras adecuadas.

— Querido Ciriaco...

Todos los años le advertía que o se portaba mejor o se quedaría sin regalos, aunque sus avisos no hacían demasiado efecto. Quizás tenía algo que ver el hecho de que no le hubieran faltado ni un solo año, pero es que él tampoco era capaz de cumplir con su amenaza. Cuando veía cómo se le iluminaba la cara a su hijo ese día se olvidaba automáticamente de todas sus trastadas. El tiempo pasaba volando y cada vez estaba más alto, pero a pesar de todo era el pequeño de la casa y siempre lo sería.

Recordaba perfectamente la primera vez que le tuvo entre sus brazos y cada vez que lo pensaba tenía que hacer un esfuerzo por no emocionarse. Todos los nacimientos de sus hijos habían sido especiales a su manera, pero el de Ciriaco fue sin duda el más complicado de todos. Nunca iba a olvidar esos días de incertidumbre, ese miedo que sintió por el riesgo que supuso para su mujer, los viajes de ida y vuelta en moto a la clínica para verles aunque fuera solo unos minutos... y por supuesto, tampoco el momento en el que Manolita le comunicó el nombre que le quería poner. Menudo disgusto se llevó su padre y en el fondo él también, porque seguía con esa pequeña espina clavada de que por una cosa u otra ninguno de sus hijos se hubieran llamado Marcelino.

Se abrió la puerta y pegó un salto a la vez que intentaba recogerlo todo.

— Papá, ¿qué haces? ¿no estabas con fiebre?

— Eh... sí. — se llevó la mano a la frente. — Y parece que no me baja, eh.

— Entonces deberías estar en la cama, ¿no?

— Sí, ahora iba... lo que pasa es que me he acordado de que había que cuadrar las cuentas del bar y me he puesto con ello.

— Ya...

Marcelino no le vio muy convencido y decidió desviar el tema para evitar cualquier posibilidad de que le descubriera.

— ¿Y tú qué haces aquí?

— He venido a por la cesta, que el abuelo me ha pedido que vaya al mercado.

— Así me gusta, que te ofrezcas a ayudarle en lo que le haga falta.

— Bueno, en realidad me obligáis. Es parte del castigo.

Marcelino ignoró sus palabras y fue a darle un abrazo.

— Que sepas que estoy muy orgulloso de ti. Poco a poco te vas haciendo un hombre.

Cuando se separaron, Ciriaco le miró extrañado.

— Si que vas a tener fiebre, sí.

— Tampoco te pases, eh. — le dio unas palmadas en el hombro. — Bueno, ve a por la cesta que no quiero que tu abuelo te cante las cuarenta.

— Voy, voy.

Cuando desapareció colocó las hojas en blanco encima de las que había escrito para disimular y que la prueba del delito no quedara a la vista.

— Venga, hijo, a levantar el país. — le sonrió, pensando que ya se iba a ir.

— Papá, que sé que estabas escribiendo las cartas de Melchor.

— ¿Pero tú qué tonterías estás diciendo?

— De tonterías nada, que los reyes magos vienen de Oriente y no saben español. ¿De verdad pensabas que me estabas engañando? — rodó los ojos. — Anda, te dejo con tus cuentas.— hizo el gesto de las comillas con la mano que le quedaba libre. 

ENTRE MADRID Y MANCHESTERWhere stories live. Discover now