Capítulo 46: La procesión va por dentro

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Al subir las escaleras se encontraron de frente con esos adornos sobrantes del árbol de Navidad que siempre acababan colgados en la puerta de casa. Quizás era Luisita, que andaba con los sentimientos a flor de piel, pero ese simple detalle le confirmó que ya había llegado esa época tan especial del año más que cualquier calendario y algo se le removió por dentro. Para ella las navidades estaban hechas para pasarlas en familia, no conocía otra cosa, y por eso le estaba tan agradecida a Amelia por hacerlo posible un año más. Aún le costaba creer que hacía apenas unas horas estaban en Manchester y ahora allí, delante de la puerta de su casa. Miró a su mujer y esta le devolvió una sonrisa que hizo que en su cara se formara otra.

— ¿Haces los honores?

Luisita asintió contenta y llamó por fin al timbre. No había vuelta atrás. Tan solo unos segundos después la puerta se entreabrió y asomó la cabeza la pequeña de la casa, a la que se le iluminó la cara nada más verlas.

— ¡LUISI! — exclamó abalanzándose sobre ella.

— Pero bueno, ¡menudo recibimiento! — dijo divertida correspondiendo el abrazo.

Marcelino y Ciriaco, que estaban en el sofá viendo la tele, giraron la cabeza rápidamente hacia la entrada para comprobar con sus propios ojos que habían escuchado bien a Catalina.

— Pero... — murmuró Marcelino incrédulo.

— ¿Qué pasa? ¿No os alegráis de vernos o qué? — les preguntó Amelia al ver que no reaccionaban.

— ¿Cómo no nos vamos a alegrar? Pues claro que sí, yerna. — se levantó para ir a abrazarla, visiblemente emocionado. — Es que venís así, sin avisar ni nada y...

— Papá ya no tiene edad para estos sobresaltos. — dijo Ciriaco antes de ir a saludar a su hermana.

— Tengamos la fiesta en paz, anda. — le revolvió el pelo y fue a abrazar a su padre, que decidió ignorar el comentario por no estropear el momento.

— Madre mía, pero si habéis crecido un montón en nada de tiempo. — dijo Amelia aprovechando para saludar a los pequeños que ya no lo parecían tanto.

— Pues todavía se empeñan en tratarme como si fuera un niño. — se quejó para que lo escuchara su padre.

— Bueno, pasad, pasad, ya os ayudo yo con las maletas. — se ofreció Marcelino, metiéndolas en la entrada y cerrando la puerta.

— ¿Y el bebé? — preguntó Catalina de repente, sin rodeos.

— Eh... bueno, el bebé...

De pronto escucharon a Manolita desde la cocina avisando de que la cena ya estaba lista y pidiendo que pusieran la mesa. Luisita suspiró aliviada porque sin saberlo la acababa de librar de tener que afrontar esa conversación y pidió silencio para entrar a la cocina con sigilo y sorprenderla.

— ¿Voy llevando los platos?

Su madre pegó un salto y se llevó la mano al pecho del susto.

— ¿Pero qué haces tú aquí? ¿No os había surgido un contratiempo?

— Eso fue una mentira piadosa, os queríamos dar una sorpresa. — dijo Luisita con voz y cara de niña buena, antes de abrazarla.

— Anda que lo llego a hacer yo y me cae una... — soltó Ciriaco apoyado en el marco de la puerta, provocando la risa de Amelia.

— Porque tú ya tienes un buen historial. — le recriminó su madre antes de saludar a su nuera con dos besos y un abrazo. — Bueno, ¿y hasta cuándo os quedáis?

ENTRE MADRID Y MANCHESTERWhere stories live. Discover now