Capítulo 5: Cuando una puerta se cierra, otra se abre

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El taxi paró en las puertas del aeropuerto Madrid-Barajas. Miraron a su alrededor y se encontraron entre aquel tumulto de gente, maletas en mano, que al igual que ellas iban camino a sus respectivas terminales. En ese momento les embriagó por completo la emoción, y el nerviosismo hizo que el corazón les fuera a mil por hora, y es que, cada vez más, veían cómo se iba materializando su nueva realidad.

- Todavía nos queda un rato para el embarque, ¿quieres tomar algo?

- No tengo hambre...

- Algo tendrás que comer... ¿saco las croquetas?

- Pareces mi madre – bromeó Luisita.

- Bueno, ella es la que me las ha dado – rio Amelia – y ha dicho que nos las comamos todas.

- ¿Tú vas a comer ahora?

- Si me acompañas.

- Venga, vale... pues vamos a sentarnos por aquí.

- Vamos – sonrió Amelia triunfante, tirando de su brazo.

Les esperaban unas horas en las que debían reprimir sus muestras de cariño, algo a lo que por desgracia ya estaban acostumbradas. Sin embargo, ahora sentían más que nunca la necesidad de mantener un contacto físico que las ayudara a sobrellevar ese vértigo de lanzarse al vacío de una nueva vida.

- Lo que voy a echar de menos la comida de aquí – suspiró Luisita, llevándose otra croqueta a la boca.

- Y yo... ¿allí qué comerán?

- Miguel, el marido de mi hermana, estuvo viviendo allí un tiempo y nos hablaba de una especie de pescado con patatas y... ¿vinagre?

- ¿Vinagre? – repitió extrañada.

- Sí, creo que era vinagre. Se ve que es una receta bastante famosa así que debe estar bueno.

- No sé... - otra croqueta. 

- Bueno... se supone que somos más de pescado que de carne así que nos gustará – bromeó.

- Menuda turra me dio tu padre con eso, eh.

- Vaya cuadro fue ese día... el de la fiesta de san Valentín.

- Me dijo algo como "Es imposible que te corresponda así que igual deberías buscarte a alguien que también le guste más la merluza o el rodaballo que lo que es el chuletón" – recordó intentando imitar a Marcelino.

- Ahora que lo dices, una merluza al horno, con sus patatas, su aceite...

- Tonta – rio.

- Fíjate... y nos han acabado casando, en medio del bar. – dijo pensativa - Mira que yo le noté un poco raro, pero pensaba que era porque nos íbamos, que ya sabes cómo se pone.

- Quién nos lo iba a decir... un día cualquiera me decidí a entrar a un bar y ahora...

- Y ahora eres mi mujer – afirmó Luisita, mirándola a los ojos como si no hubiera nadie más en ese aeropuerto.

- Y ahora eres mi mujer – repitió Amelia sonriente, como si aquello fuera a hacerlo más real aún.

Ni por asomo podrían haber imaginado que se verían envueltas en una boda simbólica organizada por su familia, que además hacía que todo fuera aún más especial. Ellas habían descartado esa posibilidad, por motivos más que evidentes, pero el hecho de que su familia planeara todo aquello significaba que ya eran vistas como un matrimonio a ojos de todos. Y, llegados a este punto, eso era más que suficiente y tenía más validez que cualquier creencia o escrito que dijera que lo suyo iba en contra de las leyes de la naturaleza y de las normas jurídicas.

- Pues estoy deseando ejercer como tu mujer, con todas las letras – siguió mirándola de tal forma que cualquiera podría ver las chispas volando entre las dos.

- ¿Y como la madre de nuestros hijos?

- Y como la madre de nuestros hijos – sonrió Luisita y se mordió el labio, conteniéndose las ganas de besarla.

- Tranquila, ya me podrás dar ese beso en cuanto lleguemos – dijo leyéndole el pensamiento.

- Empieza a hacer mucho calor, ¿no? - dijo dramáticamente– voy a ir a darme una vuelta, a ver si me despejo. 

- Menuda exagerada – rio Amelia.

- Yo sólo digo que te prepares para la que te espera esta noche – y acto seguido fue hacia los mostradores de información para preguntar por su puerta de embarque

- ¡Oye! espera que voy contigo – se levantó de un salto y la siguió.

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Luisita y Amelia subieron al avión y se sentaron juntas en sus respectivos asientos. Agradecieron haber llegado de las primeras, porque la gente ya empezaba a agolparse en el pasillo entre aquellos que buscaban su asiento y los que intentaban colocar sus maletas en el compartimento de arriba. El vuelo estaba a punto de despegar y, aunque les daba un poco de miedo, les reconfortaba la idea de estar la una junto a la otra. Pasados unos minutos, una pareja joven se sentó en los asientos de al lado con un niño que tendría unos 2 años.

- ¿Estás bien?

- Si... nerviosa, pero bien – contestó Luisita.

- Piensa que no es la primera vez que te montas en un avión, yo todavía no sé la que me espera.

- Ya, bueno... pero yo ya no me acuerdo de aquella vez que fui con mis tíos a Canarias, y en el viaje a México mi padre y yo dimos el espectáculo.

- Ojalá haberos visto – rio Amelia.

- Oye no te rías que lo pasé fatal.

- Perdón... pero esta vez estoy yo contigo, va a ir todo bien – la miró Amelia, dándole la mano disimuladamente y haciendo que una sonrisa se dibujara en la cara de Luisita.

Señores pasajeros, el vuelo con destino Manchester va a efectuar su salida en breves instantes.

Y así, con las manos entrelazadas para mitigar cualquier temor que pudieran tener, despegó ese avión que cerraba una puerta pero que les abría otra llena de nuevas experiencias.

- Ya está – suspiró Luisita aliviada.

- ¿Sabes qué? Esta noche nos vamos a cenar por ahí.

- ¿Para celebrar que hemos llegado vivas? – rio.

- Y todo lo demás – contestó, sin mencionarlo explícitamente por si alguien la escuchaba.

– Le podemos preguntar a la amiga de Cris si hay algún sitio que esté bien por allí cerca del hostal.

- Por cierto, qué maja que nos ha hecho el favor de reservarnos habitación, y eso que no nos conoce de nada.

- Sí... y además una habitación para las dos – la miró insinuante.

- Habrá que hacer algo con esas camas, ¿no? – levantó la ceja.

- Pues sí, porque lo que te he dicho antes sigue en pie.

- Bueno, tú hablas mucho pero luego seguro que te quedas dormida y ya no hay quien te despierte – se burló Amelia.

- Que no, Amelia... que yo hoy aguanto.

- Ya veremos... - se acercó para darle un beso en la mejilla. 

ENTRE MADRID Y MANCHESTERWhere stories live. Discover now