★ Capítulo cuarenta. ★

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— Tengo amnesia, no Alzheimer, idiota. Reclamó un pequeño Eddie mientras lamía el helado sobre su mano. Era la quinta vez que pasaban por el memorial park y, por lo tanto, también la quinta vez en la que Richie le recuerda que esa gran estatua de leñador en el centro se llama Paul Bunyan. La verdad es que se encuentra algo nervioso porque siente que a esto se le puede considerar como una primera cita después de un largo tiempo de no verse, algo igual a una nueva primera impresión para Eddie, pero de a poco le van llegando nuevamente los recuerdos a este último.

— ¿Sabes qué, elfo gruñón? — La bombilla por encima de Richie se encendió. — Ya sé a dónde llevarte hoy. Tal vez aún no podemos hacer que vuelvan todos los recuerdos a tu pequeño coco, pero podemos hacer nuevos.

Sin tiempo a respuesta, le tomó de la muñeca y lo comenzó a llevar hasta un par de calles más adentro de la ciudad, donde el festival de febrero se llevaba a cabo. Había pasado San Valentín y la feria de juegos mecánicos todavía no se iba, estaría hasta el domingo. Pese a Richie amar los parques de diversiones, nunca le interesó uno por el catorce de febrero, no hasta que pudo dejar de ocultar esa constante necesidad escondida de asistir a este con Eddie, su Eddie.

Había serpentinas por todos lados, confeti, música y carrozas de los enamorados. Tuvieron que rodear ágilmente a un par de bailarines que adornan las calles con movimientos de mano y listones. En el proceso, el cono de Kaspbrak resbaló de su mano y acabó perdiéndose entre la multitud. Una sonora queja hizo eco, pero Richie no la escucha.

Ya han llegado a la entrada y Richie paga sin consultarlo con Eddie, porque sabe bien que se iba a negar de dejarlo comprar dos entradas con su dinero.

— Oye, bocazas.

— No me lo tienes que agradecer, Eddie espagueti... O bueno, sí que puedes. ¿Qué tal si me consigues una cita con tu madre esta noche?

Rodando los ojos, le dio un golpecito en el hombro a puño cerrado, pero siempre asegurándose que este no fuera lo suficientemente brusco como para hacerle doler o dejarle un hematoma.

— Iba a decirte que me debes un helado, hiciste que el mío se cayera allí atrás.

Richie se queda callado, la verdad es que se había estado esperando algo más. No un gracias, pero quizá un beso en la mejilla... Incluso una de esas tantas sonrisas que Eddie le dedica sola y exclusivamente a él.

— Lo siento, te lo voy a reponer.

El menor de los dos alzó una ceja de forma pensativa, pero no dijo nada más al respecto. Había notado algo diferente en Richie, mas no iba a entrometerse. En silencio, su mirada viajó por todo el parque, o al menos a donde su panorama alcanza y piensa en todos los juegos, encontrando su objetivo pronto. Esta vez es él quien le toma de la mano, pero no es solo con un apretón, no, ha entrelazado los dedos con Richie y así lo comienza a llevar consigo hasta la atracción más vacía de todas. La rueda de la fortuna le parece un buen sitio para poder comenzar... Y cabe resaltar que Richie en todo momento se ha ido desviviendo por la forma en la que Eddie lo lleva en marcha.

Se ha puesto a pensar en lo feliz que está de poder venir solos, porque la última vez Sandra les hizo el mal tercio. Sin embargo, ahora solo eran ellos, como los dos mosqueteros, pero que se besan.

El cubículo de la rueda se detuvo para que ambos muchachos pudiesen subir, pero según las ideologías absurdas e ignorantes de Derry, Eddie ha decidido soltarle la mano a último momento, porque estaría mal visto que te cagas el que ambos fuesen bien agarraditos. Apenas subir al pequeño carrito que empezó a elevarse, Eddie se colocó pegado a la puertilla que ahora tenía colocado el pestillo, y si bien Richie debió colocarse en el asiento de enfrente para poder mirar lo mismo desde allí, la verdad es que prefirió tomar asiento en el mismo banquillo que el castañito para poder estar junto a él más tiempo. Sin pudor y vergüenza alguna (las que claramente no debían haber), Richie busca con el meñique la mano de Eddie y al final acaban entrelazando sus manos otra vez, y solo en ese momento se dio cuenta de verdad que todo estaba volviendo a la normalidad. El suspiro de alivio que salió de sus labios fue bastante obvio.

my medicine ; reddie (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora