★ Capítulo treinta y tres. ★

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Allí estaba de nuevo, soñando.

Era un lugar que no conocía, o al menos uno que estaba seguro de no haberlo visto jamás en su vida; sin embargo, la sensación que le causaba estar ahí era tan familiar como aquél golpeteo en el pecho, sabía que estaba emocionado por la forma en la que su corazón daba brincos... ¿O nervioso? No podía descubrirlo a la primera. Estaba en una especie de jardín, un sitio rodeado de hermosos árboles que se sacudían gracias al viento, llenando el ambiente de un tranquilizador susurro de las copas al sacudirse. Justo frente a él había un lago, el agua era tan cristalina que podía ver al cielo reflejarse en ella, los colores rojizos y amarillos del atardecer mezclarse en uno solo hasta formar algo parecido a una pintura de óleo, un hermoso atardecer de verano.

Mas que estar soñando, era como si hubiese viajado a otra dimensión, pero no podía recordar nada antes de eso, ¿cómo llegó hasta ahí? La presión en su pecho era de pura emoción, ¿por qué estaba tan emocionado? Un Richie adolescente de veinte años se deslizaba lentamente, moviendo sus pies sobre el césped; sentía que estaba caminando en las nubes. Sus ojos estaban buscando algo más, pero no necesitó mucho tiempo para encontrarlo.

Su pulso se aceleró.

¡Era él otra vez! Ese ángel, como Richie le llamó desde la primera vez...

Seguro que era el más hermoso del cielo; las luces del atardecer hicieron brillar a la figura que se encontraba frente suyo. Se hallaba sentado sobre una hamaca que estaba debajo de un árbol, el que tenía un gran cartel que señalaba "La guarida". Él estaba allí y sus ojos avellanas le atrajeron de inmediato como si fueran dos imanes. Esa criatura tenía algo magnético en su mirada, en su belleza, en su resplandor... Y Richie no podía resistirse.

El chico solo lo observaba mientras se acercaba. Una sonrisa se curvaba en sus labios rosados, tenía el cabello castaño, algunos rizos caían sobre su frente y otros se asomaban por su nuca. Tenía el rostro cubierto de pequeñas pequitas marrones, más en la zona de su nariz y mejillas, Richie rápidamente recordó las constelaciones de estrellas en un cielo totalmente oscuro y despejado por la noche. Pero también las tenía en su mirar, se preguntaba cómo eso podía ser posible. El brillo en sus ojos era tan acogedor y tan hipnotizante, Tozier lo sintió con mucha fuerza en su corazón.

Le miraba con amor. De una forma que nunca nadie le había mirado.

Se sentó en el otro extremo de la hamaca y cruzó sus piernas con delicadeza. Él le devolvió otra sonrisa y murmuró algo que hizo reír a los dos, pero no escuchó su voz, solo veía a sus labios moverse lentamente, y él lo escuchaba, porque también reía de lo que sea que ese chico estuviera hablando.

Era tan hermoso que Richie Tozier comenzaba a pensar que se trataba de su ángel guardián. Su belleza no podía ser de este planeta, nadie era así de hermoso. Las facciones eran delicadas, su piel se veía tan suave igual que si se tratara de algo tan frágil como la seda, pero al mismo tiempo desprendía una fuerza increíble, Richie lo podía leer en sus ojos.

"Es tan valiente..."

Pensaba, y mientras lo veía podía darse cuenta de la cantidad de sensaciones que se abrían paso por su estómago, pero más en su corazón. El vacío que había sentido desde hace varios años volvía a llenarse, era como sentirse completo de nuevo, como si le hubieran devuelto la otra mitad de su cuerpo, la otra mitad de su corazón.

Pero era un sueño.

El Richie Tozier de veinte años tenía que volver a despertar; sin embargo, no quería hacerlo, porque cada vez que abría los ojos y se alejaba de ese chico y de ese lugar, lo olvidaba. Todo volvía a ser oscuro, confuso, extraño, fuera de allí se sentía como si estuviese viviendo una vida que no era la suya.

my medicine ; reddie (editando)Where stories live. Discover now