Capítulo diecinueve.

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El canto de las aves hizo su trabajo por la mañana. Melodiando una bonita tonada matutina, el sonido comenzó a infiltrarse por los oídos de Richie y se removió en la cama.

Usó el antebrazo para cubrirse el rostro cuando los tenues rayos del sol penetran por los espacios de las persianas en la habitación de Eddie, dándole directamente a la cara mientras se queja en silencio. Había intentado dar la vuelta al colchón pero algo se lo estaba impidiendo; cuando se fija en el bonito obstáculo que no le permite alejarse, se enternece. Mordisqueó su labio al ver sus delgados bracitos aferrarse a su torso mientras el rostro hacía lo mismo. Sentía la puntita de su nariz restregarse contra el costado de su cuerpo.

Condujo la diestra hacia las hebras marrones del cabello de Eddie y allí la enterró, acariciando. Richie tenía probablemente, las manos más atractivas y llamativas de todo Derry. Esa era una de sus cualidades preferidas que el castañito amaba con toda su alma.

Eran delgadas; cada dedo se alargaba dejando a la vista unos bien delineados huesos que no rebasaban lo extremista, solo se ajustaban en lo perfecto, contrastando bien con el gran tamaño de sus manos.
Sus nudillos eran levemente morados con una tonalidad rosácea, probablemente costumbre a haber peleado con medio pueblo y, a simple vista y juzgando por su pálida piel, la primera impresión que sus manos causarían sería el de una temperatura fría.

No era una idea equívoca.

Los labios y manos de Richie se caracterizaban por ese bonito gesto, lo frío. Eddie se estremeció más de una vez cuando esas manos llegaron a rozarlo. Había soñado con ellas en más de una ocasión.

— Deja de moverte tanto, idiota.

Se quejó Eddie mientras enterraba mejor los brazos por todo él, incluso el enyesado. Richie no tenía ni idea, pero su pequeño acompañante se había despertado hacía un buen rato y le miró dormir, pero ahora él fingía hacerlo, aunque antes lo hacía también sintiendo que sería la única obra de arte a la cual no le molestaría admirar la vida entera. Richie Tozier finalmente consiguió dar la vuelta en la cama y acercó su rostro al impropio. Eddie mantenía los ojos cerrados; una larga cortina de pestañas cubría sus propias mejillas, ocultando alguna que otra peca bajo su manto y esa era una perfecta vista para Tozier. Inconscientemente sonrió.

Buenos días bello durmiente.

Saluda deslizando la mano hacia su naricita y la oprime entre el corazón y el índice, obstruyéndole el aire. Kaspbrak apretó los párpados y le dio un manotazo mientras era él quien ahora daba vuelta a la cama, dándole la espalda.

Evidentemente Richie no desaprovecha la oportunidad.

Su mano viaja hasta la delgada cintura de Eddie y la atrapa entre su agarre. Encajó el mentón sobre su cuello y, asímismo, atrajo su pequeño cuerpo al propio, apegándolo mientras obsequiaba tibios besos sobre todo el cuello, o al menos hasta donde él alcanzaba.
La piel de pequeño Eds se eriza y entra en alerta cuando un para nada incómodo cosquilleo en el vientre lo despierta más que antes. Los besos en el cuello eran su debilidad y aún no quería que Richie la descubriera.

Tarde.

En un hilo de voz jadea un suave quejido mientras hunde el cuello entre sus hombros, limitando el espacio de besos sobre su piel.

Para, espacio personal.

Sentenció con los nervios a tope. La respiración caliente de Richie azotaba contra su piel y eso no hacía más que ponerlo nervioso. Richie bufó y haciendo caso omiso a sus réplicas, dio la vuelta más allá hasta terminar encima de Eddie. Ambas manos se enterraban en el colchón a cada lado de su cabeza al igual que las rodillas.

my medicine ; reddie (editando)Onde histórias criam vida. Descubra agora