Capítulo dieciocho.

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Un coche estacionó en la calle justo frente de la residencia Kaspbrak, el ruido de un portazo le hizo pegar un salto de la rama en la que había estado esperando los últimos veinte minutos. Richie escondió su delgado cuerpo detrás del tronco del árbol, no fue mucho trabajo porque las mismas hojas de la planta le ayudaban a camuflarse. Espió por entre las ramas y se sorprendió al ver a Eddie en una silla de ruedas. Sonia iba empujando la silla mientras hablaba, parecía ir quejándose de los doctores y eso no le sorprendía a nadie. Pero no prestó atención en eso.

¿Una silla de ruedas? ¿no quiere ser más exagerada y comprarle muletas?

Eddie parecía estar deseando hundirse en la silla de ruedas y desaparecer para siempre. Tenía los brazos cruzados sobre su pecho y una mueca de fastidio en sus facciones más sus labios torcidos, parecía molesto de verdad. Tozier se preguntaba qué había pasado con los perdedores y todas las cosas que prepararon para recibir al pequeño Eddie Espagueti.

Pasaron al menos unos cinco minutos cuando escuchó la puerta de la habitación de Eddie cerrarse con fuerza. El pelinegro se agarró a la rama más cercana de la ventana para así dejarse ver y llamar su atención sin tener que caerse del árbol y quebrarse el cuello.

Allí estaba Eddie, de espaldas a él mirando la puerta de madera blanca, podía ver sus hombros ligeramente caídos y parecía estar pasándose una mano por el rostro. Un gesto tan familiar para Richie, le había visto hacer eso miles de veces cuando lo molestaba.

Eddie estaba molesto. Enojado. Frustado. Avergonzado. Gracias a la maldita silla de ruedas y la exageración de Sonia Kaspbrak.

— ¡Psst!

Le llamó.

Eddie pegó un salto y giró en dirección a la ventana.

Ambos se miraron por unos segundos en los que solamente Tozier meneaba su mano en el aire.

El pequeño cuerpo del asmático se sacudió por la sorpresa y luego se impulsó a sí mismo hacia adelante para dirigirse a la ventana. Su mano sana temblaba cuando la abrió y la estiró hacia Richie.

— ¡Richie, por Dios! Te dije miles de veces que no hagas eso, vas a caerte y te harás un golpe terrible en la cabeza, ¿sabes eso? No será un simple moretón, es mucha altura ¡te puedes abrir o i-incluso romperte el cráneo!

Richie solo se limitó a sonreír. Había extrañado tanto esa preciosa voz.

— ¡Saltaré! Ten cuidado, Eds.

No había mucha distancia entre la rama y la ventana pero Eddie seguía preocupándose. Solo entonces se sintió mejor cuando el azabache ya estaba frente a él luego de haber cerrado la ventana con seguro. Vio el alivio reflejarse en el rostro de Eddie y había algo más, algo que hacía brillar los ojitos del más bajito, era como estar mirando las estrellas en una noche oscura, era como haber encendido una vela en la oscuridad pero a Richie ese brillo le recordó a aquella noche en la guarida, cuando comparó las estrellas con las pequitas del rostro de su mejor amigo.

Ahora estaban allí, las estrellas estaban en sus ojos; sin embargo, las pecas estaban opacadas en la piel aduraznada y moreteada.

— Por Dios, ¿a caso estás loco?

Fue solo escuchar esas palabras para que la mirada de preocupación de Tozier pasara a una de cariño.

A algo mucho más que simple cariño.

— Sí.

Eddie le miró boquiabierto para volver a regañarlo, pero calló.

— Estoy loco por ti.

my medicine ; reddie (editando)Where stories live. Discover now