Capítulo cincuenta y dos.

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Sandra había dicho que necesitaba darle un tiempo a Eddie antes de volver a acercarse de nuevo, ¿pero cuánto era exactamente "un tiempo"? Por supuesto que le estaba dando su espacio, Richie observaba a Eddie en la escuela desde el otro lado del comedor. Siempre estaba rodeando de sus amigos, de sus mejores amigos. Stanley tenía un brazo alrededor de sus hombros, Beverly estaba inclinada sobre la mesa al parecer, contando alguna broma; Ben se reía, sentado a su lado. Bill los observaba a todos con esa mirada tan cálida y acogedora.

Luego volvió a mirar a Eddie. El menor estaba apoyado de brazos sobre la mesa y aunque estaba de espaldas a Richie, podía notar que no estaba dormido. Movía suavemente sus hombros de vez en cuando, tal vez riendo de lo que sus amigos decían. Pero Eddie no era el mismo de siempre.

Richie se culpaba tanto por haberlo lastimado.

Sus pensamientos se ven interrumpidos brutalmente por un pequeño tirón en sus rizos. Richie se estremeció ante la repentina sensación en la silla junto a él vio caer un cuerpo más delgado y delicado. Sintió un pequeño codo clavarse en el suyo. Rodó los ojos, apartando la mirada de la chica.

— Hola, Richie.

Richie deseó que la tierra se lo tragara. Estaba solo en la mesa. Se había sentado en una mesa distinta ese día, no quería cruzar palabras con esos idiotas que lo seguían a todas partes y menos sentarse con alguna de esas chicas.

Así que no, no estaba del mejor humor y su respuesta no fue exactamente la mejor.

— ¿Se te perdió algo?

La chica castaña sonrió y pasó una mano por encima de su brazo. Richie se puso de pie de inmediato, como si la silla le hubiese quemado de repente.

— ¿Qué pasa contigo? — Ella levantó una ceja y lo miró de forma para nada sutil, poniéndose de pie para seguir a Richie. — No quiero hablar ahora.

Apretó su mandíbula y comenzó a recoger todas la cosas de la mesa.

— Eres un idiota, ¿por qué estás actuando así?

— De hecho. — Se apresuró Richie a decir, cortando cualquier intento de hablar de la castaña. Ella lo miró furiosa, acarreada por el rechazo. Claro, los chicos no la rechazaban. — No quiero volver a verte.

Richie no se quedó para ver la expresión en su rostro, pero la escuchó maldecir mientras él se alejaba con pasos rápidos con la bandeja en sus brazos.

Una vez que estuvo afuera del comedor pudo soltar el maldito aire que inconscientemente había retenido. Suspiró. Se llevó una mano al rostro y la frotó, apretando los párpados. Sentía que se había quitado un maldito peso de encima. Pero eso todavía no lo hacía sentirse mejor. La culpabilidad seguía pinchando su pecho con dolor.

Richie no regresó a su clase. Se saltó las últimas dos horas detrás del edificio del instituto, un lugar medio escondido en el que solía ir a fumar. Apoyado contra la pared, deslizó el cigarrillo entre sus labios y el aire se llenó de remolinos de humo grisáceo que lo rodearon como pequeñas nubes.

Estaba en camino de otra calada cuando escucha las pisadas familiares detrás suyo.

— Uh.

Richie se encoge de hombros, siente sus músculos tensarse cuando los pasos se detienen. Hay unos segundos de eterno silencio y vacilación entre Beverly y Richard. Ambos adolescentes están inmóviles, mirando al otro. Bev tiene esa expresión fría y desconcertada en sus ojos, una sensación familiar le recorre la espina dorsal. Siempre se sintió tan cómodo con Bev. Recuerda que ella fue la primera a la que le dijo que no era exactamente heterosexual, la primera vez que Richie pudo decirlo en voz alta. Lloró en sus brazos mientras Beverly lo animaba.

my medicine ; reddie (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora