Capítulo cuarenta y tres.

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Era domingo por la noche cuando Eddie vio a Richie entrar por su ventana. En su mano tenía el walkie talkie por el que habían estado hablando mientras Richie caminaba hasta su casa. Fue demasiado fácil trepar por el árbol que lo llevaba hacia la ventana de Eddie; había hecho eso por años, tanto que se convirtió en una rutina.

Saltó por la ventana y se deslizó hacia el interior de la habitación, directamente al calor de los brazos de Eddie, que lo esperaba con los brazos en jarra, aunque no tardó en corresponder el abrazo y enterrar sus dedos en el rizado y alborotado cabello de su novio. Richie respondió a su caricia con un beso en el cuello.

— Así que no podías dormir... — Balbuceó Eddie, sonriendo y ladeando su rostro para permitirle el paso a sus labios. Estaba en pijamas, bueno, ambos lo estaban, pero Richie admiró lo precioso que se veía.

— No podía dormir porque estaba pensando en ti y en tus piernas, malditas armas mortales, Kaspbrak.

Fue empujando al menor por la cintura mientras Eddie retrocedía a pasos torpes, y trazaba suaves caricias en la espalda baja de Richie, metiendo sus manos debajo de su camisa para eso.

— Idiota. — Rió, lo que a Richie le pareció el sonido más lindo de todos. — Hay que dormir. — Richie se quejó contra su cuello.— Son las tres de la mañana.

Volvió a quejarse, pero tampoco se separó del cuello de Eddie. Se arrastró sobre la cama con él para meterse debajo de las colchas, una vez debajo de ellas se abrazaron y acomodaron para dormir.

— Eres como una anciana, ya comienzas a parecerte a Stanley.

— Cállate, que no es mí culpa que siempre estés tan hormonal, Richie.

— Hey, que tú también lo eres.

Richie a sus diecinueve años hizo un puchero para que Eddie le tomara del mentón y lo besara. Se quedaron así, abrazados, besándose en la oscuridad, riendo por lo bajo y hablando en susurros hasta que uno de los dos se quedó dormido primero. Normalmente era Richie quien se dormía antes. Eddie le quitó los anteojos y tras dejarlos sobre su mesita de noche regresó con él para acariciar sus rizos. Amaba como Richie se comportaba tan cariñoso con él, ese cariño que no demostraba con nadie más pero con Eddie simplemente abría su corazón y se dejaba ver tal como era. Minutos después se quedó dormido abrazado a su cintura, con su rostro pegado a su pecho y una tranquilidad que nadie podía arrebatarle.

Las clases comenzaron con normalidad, era un lunes aburrido, aunque para Richie todos los lunes eran aburridos. Sus pensamientos divagaban, más concentrado en el golpeteo repetitivo de su bolígrafo en la mesa que en lo que sea que la profesora estuviera explicando, ¿por qué no acababan las clases de una maldita vez? Parecían los 5 meses más interminables de toda su vida, exigían tantos trabajos como nunca antes.

Señor Tozier.— Una voz en sus narices le saca completamente de su ensoñación. Alzó la mirada para descubrir a su profesora de pie frente suyo, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. Richie puso su expresión natural de "estoy prestando atención" fingiendo una inocencia que no tenía. Ojalá pudiera decir en voz alta que se encontraba pensando en las piernas de Eddie. (Quien a su lado le había estado dando codazos para que no lo regañen.)— Debe reunirse con su compañera para hacer el trabajo.

— Oh, ya. — Respondió desganado, dirigiendo su mirada a la chica que se encontraba detrás de la profesora. Ella le sonrió con demasiado entusiasmo. Betty era más bajita que él. Tenía el cabello castaño con algunos reflejos más claros en sus mechones y largas pestañas que daban mucho que sospechar de que eran postizas.
La profesora se fue, dejando a los tres solos con un profundo silencio incómodo que se formaba después.

my medicine ; reddie (editando)Where stories live. Discover now