Capítulo diecisiete

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Los segundos del reloj de pared resonando en sus tímpanos le estaban poniendo de nervios.

Su índice lo chocaba de vez en cuando con el descansabrazos de la silla, mientras que nerviosamente se acomodó en más de una ocasión la manta que posaba sobre sus piernas. El silencio de toda la gente presente no ayudaba para nada.

Sonia Kaspbrak, su madre, estaba frente al escritorio de recepción firmando mil papeleos para que Eddie pudiese ser dado de alta del hospital, papeleo que por cierto fue meramente innecesario incluso para el doctor, ya que no pasó más de un día internado y por algo sumamente sencillo de atender, brazos rotos les llegaban todos los días, pero la señora Kaspbrak insistió en firmarlos por si había algún otro accidente. A los médicos no les quedó de otra más que aceptar, después de todo estaban acostumbrados a las exageraciones de Sonia; todo lo que su mano firmaba, serían al final papeleos reciclados en... Quién sabe, ¿abono para tierra?

- Aún necesito ver de nuevo las radiografías en donde se muestre que mi bebé no tiene ningún otro hueso roto.

- Señora Kaspbrak.

Eddie rodó los ojos desde atrás.

- Por décima vez, su hijo no tiene ningún otro hueso roto. Hicimos las detecciones necesarias y lo único verdaderamente grave era el hueso medianamente expuesto levantándose por debajo de la piel de su muñeca. Eddie ahora es un niño perfectamente estable a quien puede llevarse con normalidad a casa.

La mujer le miró con recelo, como incrédula de creer que en verdad le negaban más protección a su hijo, protección para cosas que ella sola se inventaba en su cabeza.

- De hecho, creemos que el alquiler voluntario de una silla de ruedas para él, también era innecesario.

Al momento de mencionarlo, el pequeño de piel aduraznada y un cortinado de pecas sobre sus mejillas bajó la cabeza, ahora reluciente por un sonrojo tenue de vergüenza en su cara.

Una enfurecida mujer tomó a Eddie de los manubrios en la silla e indignada se lo llevó de la sala. Fue el pequeño Kaspbrak el único quien le dedicó una última mirada de agradecimiento y disculpa al doctor, mirada la cual el médico correspondió. Un aire de alivio le llenó los pulmones en el pecho cuando creyó que al fin todo había acabado y volvería a casa, en donde reposaría por lo menos una semana antes de ir al colegio por órdenes de su madre. Serían unos días difíciles, porque estaba seguro de que no podría ver a Richie en todo ese tiempo.

Por lo mínimo una sorpresa le acelera el corazón y hace que su madre frene en seco ya fuera de la entrada corrediza del hospital.

Sus cinco amigos estaban fuera de la puerta con globos, carteles, chocolates y chuches para Eddie. El rumor de que hoy salía del hospital se corrió fácilmente entre ellos y evidentemente habrían estado esperando por él.
Esa situación causó un impacto en Sonia tal que se quedó sin habla. Habían demasiadas calorías en esos chocolates que no le molestaría consumir, pero no su Eddie. A él le harían daño y la grasa le cerraría las arterias del corazón y probablemente en unos años le daría un infarto. Muy adentro de Sonia pensó en cuánto tiempo faltaría para que ella recibiera un infarto también.

- ¡E-es-est-t-tás aquí, Ed-die!

Fue Bill el único que se atrevió a hablar luego de verlo salir de urgencias. Todos estaban encogidos sobre su sitio, especialmente Beverly, quien disimuladamente se ocultaba detrás de Stanley después de sentir la acusadora mirada de la madre de su amigo bien fija en ella.

El pequeño Kaspbrak sonrió en ese mismo instante y se levantó de prisa de la silla de ruedas para correr hacia ellos; su madre hizo lo posible por detenerlo, pero se le escapó de los dedos.
Yacían abrazados en grupo, aunque por obvias razones Eddie notó la ausencia de uno de ellos. Richie. ¿Por qué no estaba aquí?

- ¿Estás mejor, Ed? Estuvimos muy preocupados por ti.

Preguntó Mike, quien sostenía al más chico de los hombros mientras inspeccionaba con cuidado su aspecto. Lucía no del todo bien, pero los hematomas y ojeras en sus ojos ya eran menos visibles que antes; incluso las cortadas en su rostro estaban desapareciendo. Lo único que ahí quedaba era su brazo enyesado.

Sin mayores remordimientos, Sonia tiró del brazo sano a Eddie para llevárselo devuelta con ella hacia el auto, y aunque Eddie se opuso mediante quejidos y forcejeos, la chantajista y aterradora mirada de su madre lo acabó por convencer. Terminó cediendo y echó una última mirada a todos.

- ¿Me podrían llevar todo esto a casa después, por favor?

- No, no pueden. Tienes que descansar.

Irrumpió su madre, captando la atención de todos en el grupo.
Tenía un especial y personalizado desagrado por absolutamente cada amigo suyo.
A Beverly la detestaba por zorra, o ese era al menos el rumor que corría por todo el pueblo por el simple hecho de que Marsh tuviese de amigos a seis varones; ese rumor ya había llevado consigo problemas en ella, recibiendo más de una paliza por parte de su padre y abusos, demasiados. Más de los que una niña de su edad y cualquier joven a la edad que sea debería vivir. Pero las circunstancias de la vida la habían llevado a tener un cierto apego con el abusador de su padre que la obligaba a no sentir resentimiento ni enojo, solo culpa y cariño por él.

Odiaba también a Stanley por el simple hecho de ser judío. El creer en cosas absurdas (según Sonia) que difamaban a su verdadera religión cristiana eran argumento suficiente para su desprecio, porque pensaría que trataría de convencer a Eddie de unirse a sus ideologías, alejándolo otra vez de ella.

Estaba Mike Hanlon. ¿Es necesaria una explicación? Era el único chico en Derry que no estudiaba en el colegio, sino en su propia casa, y eso para la robusta mujer era una razón deplorable para que fuera amigo de su hijo. Creía que por no ir a un instituto fijo, era un vago como todos los otros, y pensaba fielmente que sus intenciones con Eddie sería convencerlo de unirse a la mediocridad.
Pero oh, señora Kaspbrak, si ella supiera que Mike era el chico más trabajador de todo Derry, quizás se tragaría sus palabras.

Odiaba de igual forma a Ben Hanscom, quien era probablemente el chico más inofensivo del grupo. Pensaba que era muy callado y más de una vez lo vio paseándose por la biblioteca; ella asumía que su silencio y soledad escondían mil cosas que a ella (aún sin saberlas) no le gustaban para nada.

Teníamos también a Bill Denbrough. Él era el más antíguo amigo de su osito, por no decir que de hecho era el primero, y aunque antes le agradaba más, desde que asesinaron al pequeño George Denbrough Sonia creía que su depresión y problemas en casa también le harían mal a Eddie.

Nadie era digno de llevarse con él o estar con él si no era ella. Creía que ni siquiera eran dignos de respirar su mismo aire.

Por último pero no menos importante estaba Richie, quien ni siquiera estaba allí presente pero era al que peor recordaba. Su familia era perfecta. Una madre perfecta, un padre perfecto, casa perfecta, matrimonio perfecto y economía perfecta. Quizás eran los celos de Sonia que le hacían sentir tanto resentimiento hacia Richie o también era su mala reputación que tenía en el pueblo.
Hace no mucho escuchó que era un marica, el rumor se corrió por todo el pueblo con la leyenda que marcaba habérsele insinuado a un miembro de la familia Bowers.
Los Bowers tampoco fueron nunca de su agrado, pero haberse enterado que el amigo más cercano de su hijo había tenido insinuaciones indecorosas con otro hombre le ponía la piel de gallina.

Sonia Kaspbrak condujo a Eddie hasta su casa otra vez. Todo el camino fue en silencio, y aunque ahora era su madre quien pensaba que había pasado todo y había conseguido librar a todas sus amistades por ahora, poco estaría enterada de que Richie Tozier estaba sentado en la rama del árbol fuera de la ventana de su hijo mientras esperaba a que él llegase y sí, lo besaría a escondidas de ella otra vez.

Por otro lado, todo lo que le había ocurrido a Eddie fue suficiente motivo para que su madre comenzara a plantearse una precipitada idea que no sería buena ni para él ni para Richie Tozier.

my medicine ; reddie (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora