Capítulo 30

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A pesar de que Nefertari intentó poner de su parte para superar los altibajos de su matrimonio, los celos que afloraban en su corazón no le permitieron alumbrar algún regocijo en el oscuro miedo a ser reemplazada. Le contaba sus reflexiones a Karoma porque era la única a la que creía capaz de entenderla, y le hablaba de los temores donde se veía a sí misma en un futuro sola y apartada del mundo, mientras Ramsés, al otro lado de esa ilusión, vivía en una eterna felicidad junto a sus incontables esposas e hijos. Lo más contraproducente de todo, era que el faraón había estado evitando darle razones para sentirse insegura, pues, además de haberle concedido su respectivo lugar delante de Iset, también había expulsado del palacio a la concubinas con las que tuvo algo antes de casarse.

Karoma siempre trataba de espantar los malos augurios de su señora. La animaba a hablar directamente con el soberano sobre sus inquietudes, segura de que el problema radicaba en que Nefertari se guardaba las molestias en lugar de comunicarlas. Pero la reina se negaba a hacerlo, porque si algo le había quedado claro después del entrenamiento que la reina Tuya le había dado, era que ese tipo de reclamos eran absolutamente ridículos. Ante el faraón y el mundo siguió aparentando por muchos días que todo estaba bien; pero poco a poco, la tristeza se transformó en una rabia de la que Ramsés fue el blanco principal. Nefertari comenzó a responder las preguntas del rey de mala gana, a exasperarse casi por cualquier comentario que señalara su cambio de actitud, y a mostrarse fría cuando él trataba de ser cariñoso con ella; en algunas noches, cuando Ramsés llegaba a su habitación para buscar el calor de su cuerpo, incluso inventaba las excusas más intrincadas para eludirlo.

El rey no se dejó llevar por la incertidumbre de esos días, y esperó paciente a que se reacomodaran los pensamientos que Nefertari se negaba a desvelarle. Creyendo que el romanticismo podría funcionar, la llenó de atenciones y detalles, y una noche pidió a los cocineros preparar una cena privada para ambos con todo tipo de lujos. Desde muy temprano le hizo llegar la citación a Nefertari, sin embargo, cuando la noche llegó y él seguía esperándola en una de las terrazas del palacio, apareció Karoma para informarle que su señora no se presentaría, ya que la aquejaba una nueva dolencia de las tantas que se había inventado.

Los médicos ya están atendiendo a la reina, soberano —le dijo Karoma—. Le informaré sobre el estado de mi señora cuando ellos finalicen.

Finalmente enojado por el desplante de Nefertari, Ramsés respondió de mala gana:

No me informes nada ¡Lárgate de aquí!  —Y después de hacer una rápida reverencia, la sierva salió a prisa, con el mentón pegado al pecho.

El faraón se quedó un rato sentado en la mesa, destripando algunas flores mientras rumiaba la cólera. Luego apagó los candiles con el agua del florero, y cuando iba de salida hacia el cuarto de Nefertari para confrontarla, se detuvo en el acto: por el rabillo del ojo que le facilitaba la vista hacia el barandal, le pareció ver una gasa blanca moviéndose oblicuamente por el primer piso. Giró la cabeza para ver con claridad, y distinguió a Miriam cruzando el patio con el arpa debajo del brazo.

La hebrea iba vestida con la túnica blanca de dormir y caminaba sin prisa, removiéndose el cabello suelto con una mano. Ramsés la observó hasta que ella desapareció por uno de los pasillos que conducía a los jardines, y de manera fugaz recordó la noche en que la vio interpretando el instrumento, como también el sueño en el que compartió la poltrona de la terraza con ella. Entonces exhaló un suspiro que le depuró el mal genio, y se desvió de la ruta inicial, obedeciendo a un impulso que lo llevó al mismo jardín hacia el que Miriam también se estaba dirigiendo.

El faraón transitó por los pasillos contrastados por la oscuridad y las lámparas de fuego, tratando de encontrar el por qué o para qué caminaba en esa dirección, y aún sin hallar razones, no pensó en detenerse. El ritmo cardiaco le fue en aumento cuanto más se acercaba y pensaba, como en una superposición de imágenes, a la hebrea, acomodándose bajo la terraza para después verse sorprendida por su presencia. Sin embargo, cuando llegó al lugar, ya había desistido de la idea de hablarle porque no encontró qué decirle.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now