Capítulo 56

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La luna alba derramándose en el balcón, los sigilosos braseros acompasando la penumbra clandestina, el susurro de las mantas, las caricias, los suspiros y los besos, componían el maravilloso mar de pasión en el que Ramsés y Miriam navegaban, desea...

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La luna alba derramándose en el balcón, los sigilosos braseros acompasando la penumbra clandestina, el susurro de las mantas, las caricias, los suspiros y los besos, componían el maravilloso mar de pasión en el que Ramsés y Miriam navegaban, deseando perdidamente descender aún más en sus olas hasta el fondo mismo del amor que ningún otro humano hubiese visto. La noche lenta giraba sobre ellos, ensanchándose con sus respiraciones cada vez más intensas. Todo alrededor había desaparecido y ambos sólo tenían conciencia de sus labios unidos, tomando y recibiendo, mientras el uno acariciaba la piel del otro —nunca antes tan precisa y cercana— con una tierna premura.

Estuvieron largos minutos explorándose a tientas mutuamente. A la tenue luz de la habitación, el rey miraba su dicha casi sin creerla: la boca de Miriam sin poder escapar de la suya, los risos de ella ondulando en las sábanas como las imponentes olas del mar, y él navegando libremente en ellos y los demás rincones de ese hermoso cuerpo; convertido en esclavo de la esclava. Nada podía turbarle la sensación profundísima de amarla y ya nunca pondría precio a esa paz que al fin conocían sus labios por los labios de ella. Era la primera vez que un amor semejante y absoluto hacía rumbo en sus venas; sólo estando loco podría renunciar a él. Por un instante se detuvo y contempló a la causante de su descontrol, conmovido por una emoción nueva y total hacia esa mujer, ya para siempre ligada a su destino. Bajo su aliento ansioso, Miriam abrió los ojos y lo observó de regreso. En su mirada se derramó una suave y dulce alegría que la hizo sonreír instantáneamente. Todo su ser respiraba amor hacia Ramsés, y en su pecho ascendía el anhelo de entregarse a un clímax puro y superior en sus brazos. Pero comprendió de repente que él la estudiaba, consciente de lo que ella esperaba, pero sin el menor interés en seguir aquel camino.

De forma inesperada, Ramsés se irguió en ademán de romper el hechizo del encuentro. Un segundo después se apartó de Miriam, y se levantó de la cama sin decir nada. Desconcertada, Miriam se irguió mientras veía cómo Ramsés se sentaba en una esquina de la cama. Al verlo sobándose el rostro con arrepentimiento, ella se arregló el blusón con vergüenza y en un parpadeo. Antes de preguntar, trató de averiguar en silencio qué era lo que había ocurrido para que él tomara esa repentina actitud, pero, al no encontrar razón alguna, se le acercó ansiosamente para indagarlo. Ramsés se quedó callado, modulando la respiración para apaciguar su hirviente deseo, y al cabo de un rato extenso, su voz envuelta en la penumbra surgió con una disonancia triste y demandante.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now