Capítulo 44

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Los siguientes, fueron días muy duros para la princesa Henutmire: permaneció encerrada en su habitación, comiendo y bebiendo poco, sin permitir siquiera la visita del sol

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Los siguientes, fueron días muy duros para la princesa Henutmire: permaneció encerrada en su habitación, comiendo y bebiendo poco, sin permitir siquiera la visita del sol. A oscuras, lloraba recordando cuánta confianza había depositado vanamente en Yunet, y se dormía preguntándole a los dioses por qué la habían hecho a sí misma merecedora de tanto dolor.
Sólo la reina Tuya podía ingresar a sus aposentos. Su madre era la única mujer a quien ahora la princesa le tenía confianza total y, como siempre, Tuya estuvo velando día y noche por su estado.

Nefertari no lo había pasado mejor. Estaba en verdad devastada, y apenas sí podía mantener la cara en alto y aguantar las lágrimas cada vez que la asaltaba el recuerdo de las despreciables palabras de su madre. Con frecuencia, su mente la torturaba recreándole las escenas, formas y metodologías con que Yunet había asesinado a sus víctimas. Pero no podía encerrarse a llorar como la princesa, porque el trabajo de reina era muy demandante. Su única aspiración, era entregarle el reino a Ramsés igual o mejor de lo que él lo había dejado, y luego traspapelarse con la rutina, perderse entre las brumas de la cotidianidad hasta fundirse con ella y ser invisible, porque ya no le importaba mucho resaltar ni saber lo que sucedería de ahora en adelante con su destino; cualquier cosa estaría bien, con tal de no obtener más sufrimiento.

Nefertari no había visto a Yunet desde que la encontró siendo infiel en aquella casa, y ya había pasado una semana de eso. Pero había escuchado sus gritos de dolor cuando llevaron a su madre hasta el harem, y todas las mujeres, incluyendo sus propias siervas, se unieron para azotarla con linos húmedos hasta hacerla sangrar. En medio de aquellos lamentos, la reina había corrido a encerrarse en su despacho, y lloró apretándose el puño contra la boca hasta que los ruidos cesaron. Cuando el silencio volvió a poblar el ambiente, se desplomó en la silla de su escritorio y se quedó pensando, no tanto en las heridas de Yunet como en la extrañeza de que en todo momento hubiese estado invocando la presencia de Moisés; llamándolo a gritos silenciosos, deseando estar aferrada a él para sentir que su mundo no se desvanecería y que había claridad más allá de las tinieblas que ahora estaba atravesando. Nefertari había convertido al hebreo en un amuleto mental, y se aferraba a su recuerdo parsimonioso cada vez que podía.

Henutmire también pensaba día y noche en él. Se le habían despertado los recuerdos de la infancia de Moisés porque, además de todo, se enteró de que Yunet fue quien reveló su origen hebreo. La princesa hubiera deseado darle otra paliza a su enemiga para ver si así se saldaba un poco su dolor, pero la ingente depresión que la aplastaba en ese momento ya no le permitía más que lanzar hondos suspiros al vacío. No deseaba si quiera levantarse de la cama, pero sacó fuerzas para hacerlo el día en que finalmente aceptó recibir la visita de Hur.

El joyero había intentado comunicarse con ella apenas corrió el rumor del arresto de Yunet, pero no fue sino hasta una semana después que la reina Tuya le permitió entrar al palacio para verla. Ambos, él y Henutmire, llevaban ahora una relación clandestina de la que sólo Tuya tenía conocimiento.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now