Capítulo 38

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Mucho antes de que Nefertari estuviera predestinada a contraer nupcias con Ramsés, inclusive, Yunet había elaborado en su cabeza una larga lista de las cosas que cambiaría del harem si tuviera el poder

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Mucho antes de que Nefertari estuviera predestinada a contraer nupcias con Ramsés, inclusive, Yunet había elaborado en su cabeza una larga lista de las cosas que cambiaría del harem si tuviera el poder. Y luego de recibir el título de Sehpset: "la venerable" (título que se le daba a la directora del harem en el antiguo Egipto), no tardó en velar para que sus mandamientos se cumplieran al pie de la letra. Desde el día en que Nefertari la nombró directora, en el harem quedó abolida la gerencia equitativa con la que la reina Tuya había mantenido por años las casas jeneret, y casi que de inmediato se instauró en las mismas una jerarquía marcada por el favoritismo.

Al paso de las semanas, Yunet armó un séquito de damas fieles y dispuestas a servirla en lo que fuera, y progresivamente se deshizo de las doncellas que parecían tener oportunidad de rivalizar con su hija, también de las que no le agradaban; de las que, según ella, habían llegado al harem con muchas ínfulas, y en general, de cualquiera que pudiera representarle algún riesgo o incomodidad.

Alegando que la "pureza" y el orden que los dioses demandaban debían ser restaurados, también separó del grupo a las mujeres hebreas y sus hijos para mandarlos a dormir a una choza temporal, mientras se le construía al harem una mediana extensión donde a partir de ahora vivirían apartadas de las egipcias. Y junto con el aislamiento poco después vinieron las restricciones: no permitió que las hebreas siguieran bañándose en el mismo grupo que las concubinas en el río, y como tampoco les consintió usar los mismos baños, la única solución que les dio para limpiarse en las noches fue usar las piletas de lavado de ropa que se encontraban fuera del palacio. Las hebreas perdieron hasta el derecho de sentarse en la mesa donde todas comían, y a sus hijos les quedó terminantemente prohibido convivir con los hijos de los nobles.

Las egipcias que se ajustaron al régimen de Yunet y le rindieron pleitesía, en cambio, obtuvieron el beneficio de recibir los mejores adoctrinamientos, trabajos más sencillos y mejor remunerados sin importar que carecieran de talento para ellos, y, además de poder estar en primera fila en los eventos masivos (mucho más cerca de la divinidad encarnada y de toda esa riqueza que les elevaba el "estatus"), fueron las únicas que tuvieron la posiblidad de comprometerse con hombres de alto rango cercanos al faraón.

Entre las egipcias no hubo mucho revuelo con respecto a los cambios. Todas sabían que para sobrevivir en el harem tenían que acogerse a la figura de mayor autoridad, y ya que las hebreas aún causaban bastante rechazo en el grupo, algunas se sintieron beneficiadas con la separación.

Miriam fue una de las pocas hebreas que no se tomó a pecho el nuevo orden. Desde el comienzo se había mantenido al margen de todo y podía seguir tranquilamente con su vida mientras no se metieran con ella. De todas maneras no dormía en el harem, poco le importaba no bañarse junto a las demás o compartir la mesa con ellas, y estar imposibilitada para casarse con un noble egipcio tampoco era algo que la afectara.

La primera y única en poner el grito en el cielo fue Iset. Yunet había despedido a las preciadas siervas que conocían al dedillo sus deseos y la asistían incluso antes de que ella articulara alguna orden, y le había entregado por reemplazo, según decía, a unas estúpidas que no sabían ni dónde estaban paradas.
Miriam no daba abasto para cumplir a tiempo todo lo que se le demandaba, y la irritabilidad que esto provocaba en Iset, la había convertido en blanco de ataques e insultos por parte de su señora. Las cuatro siervas nuevas no hacían mucho esfuerzo por acoplarse a su ritmo, pero en cambio eran flojas y chismosas a más no poder, y ya que Yunet las había omitido del progresivo exterminio de doncellas al que estuvo sometido el harem, no se preocupaban por rendir cuentas ante nadie más que ella. Una mañana, sin embargo, apuntalado en forma de moretones, les quedaría el recuerdo de que poner a prueba la paciencia de Iset nunca fue buena idea.

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