Capítulo 23

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A Ramsés se le apagó muy pronto la dicha del matrimonio, porque a la mañana siguiente del festejo se enteró de lo sucedido con Disebek

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A Ramsés se le apagó muy pronto la dicha del matrimonio, porque a la mañana siguiente del festejo se enteró de lo sucedido con Disebek. La reina Tuya no había podido seguir guardando silencio ante la situación, y a pesar de no querer dañarle la mañana a su hijo, también se vio en la obligación de defender la honra de Henutmire en la brevedad posible. No quería que Disebek permaneciera un día más en el palacio, y por esa razón le explicó al faraón, con lujo de detalles, lo que había sucedido. Ramsés la escuchó sentado en el trono, totalmente decepcionado, pero también impresionado por la osadía del general para haber cometido semejante acto el día de su boda.

No te lo dije ayer, ni en la noche, para no arruinarte la ceremonia —dijo Tuya—, también traté de ocultarlo porque quería proteger a Henutmire de los comentarios malintencionados y de la vergüenza que eso generaría con nuestros invitados.

Hiciste bien... —respondió Ramsés—, te agradezco por la decisión oportuna que tomaste, hacer un escándalo en medio de la ceremonia habría sido humillante para nosotros. Aún no puedo creer que Disebek haya sido capaz de caer tan bajo.

Lo que hizo no tiene perdón. Hemos pasado por alto todos sus errores; pero esta vez fue demasiado lejos y no podemos permitir que siga burlándose de Henutmire.

Disebek fue llamado a la sala del trono para rendir cuentas y, aunque Ramsés creía que tendría una buena defensa, con evidencias y testigos, el general se presentó ante él con las manos vacías. No había dormido en toda la noche por la angustia, e ingresó a la sala con un semblante enfermo. Reverenció a Ramsés y lo miró a los ojos buscando un atisbo de compasión en él, pero en lugar de eso, se chocó con una expresión de enojo fulminante en su mirada.

Disebek no tenía ni una sola prueba que pudiera salvarlo, pero aun así el faraón le dio la oportunidad de narrar su versión de los hechos.

El general comenzó a rememorar de principio a fin el día de la boda, hasta que salió de la fiesta: uno de los meseros le ofreció una copa de vino y él la tomó, la bebió y la dejó nuevamente en la charola. Se sintió mareado cuando iba por el pasillo hacia su habitación, y sus recuerdos terminaban unos pasos antes de entrar. Por último, despertó repentinamente en la cama gracias a los gritos de Henutmire. Prosiguió entonces explicando sus pasos para hallar evidencias de lo que él consideraba fue un "complot" en su contra. Reunió todas las copas usadas en la fiesta y las llevó con Paser para analizar si alguna contenía restos de algún somnífero, pero todas estaban libres de cualquier sustancia diferente al vino. Interrogó al mesero que le había ofrecido el trago, y éste aseguró haber recorrido la sala sirviéndole a todos los presentes de la misma jarra. No satisfecho con eso, el general envió también a analizar el vino y los jarrones; aunque el resultado fue exacto al anterior: ni un rastro de otra sustancia.

Habiendo descartado la cocina, regresó a la habitación donde fue encontrado con la mujer y buscó por todas partes alguna pista u objeto extraño, pero todo estaba en perfecto orden. La mujer parecía haberse esfumado por completo, sin dejar una sola evidencia. Disebek también interrogó a los soldados que custodiaban cerca de la habitación, y ellos desconocieron a la mujer; nunca la habían visto en el palacio y el mismo general descartó que perteneciera al harem, puesto que se había grabado muy bien los rostros de las chicas nuevas.       

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